miércoles, 6 de junio de 2012

Agua blanda


En el antediluviano tocadiscos empotrado en el rincón más oscuro de la casa en la vereda, Carlos Montero, un pibe de honduras milongueras, malecones empotrados  canta  mientras recojo sus palabras envueltas en flor de azahar.

“Era más blanda que agua, / que el agua blanda, era más fresca que el río, naranjo en flor... / Y en esa calle de estío, / calle perdida, / dejó un pedazo de vida / y se marchó”

Lo hemos sabido siempre: El tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre.

Fue una certeza asombrosa: aquella la niña raquítica, de mirada perdida, siempre ausente,  flaca e endeble que iba por los rincones de la casa más sigilosa que el propio silencio, se había hecho mujer y salía al encuentro de la vida  con toda la fuerza telúrica de un clavel reventón o  un viento de secano antes de la sementera. 

Comenzabas a ser mujer y eso crea picazones en el cuerpo y en algunos pliegues del ánimo. Cuando te miraba, los ojos eran de cobre, y sentía un calor en el pecho envuelto en sudor pegadizo. Quemabas, eras llama de un azul intenso, zarza sin consumir, esperanza suelta, raudal y mía.

Lechuzas borrachas de aceite santo de candil espiaban nuestras querencias, pero eran tiempos de desnudez completa. Nada nos importaba, ni el viento cruel ni la envidia, pues tú estabas en la edad en que todo corazón necesita beber cariño en cada rincón del camino.

Estas letras desprendidas comencé a hilvanarlas esta madrugada y, sin darme cuenta, me he ido perdiendo por extraños vericuetos donde un pasado no tan lejano parecía tocarlo con las manos.

Parece haber días, -y éste debe ser uno de ellos- que es difícil expresar lo que se siente.

Contemplo el blanco papel  sobre la mesa, levanto la mirada y allí, en formol, están las dos tortugas que se han muerto de la propia muerte, es decir, de olvido. Cuando eran pequeñitas como una hoja de laurel iban de un lado a otro de la casa en un interminable juego.

La historia es conocida, pues forma parte de mi propia existencia como ser hecho de barro y pequeñas sensaciones  ayudando a vivir. Una tarde desaparecieron. Pasaron días, semanas acaso, hasta que una noche, moviendo una mata, aparecieron, secas, frías, momias. Desde entonces están sobre la mesa donde te escribo, dentro de un frasco.

Al ser hombre de requiebros acumulados habiendo bebido rocío agrario, tal vez  la  causa de esta locura que parece querer atraparlo a uno para hacer un ovillo, pero es ahí, donde debemos hacer uso de nuestra fuerza interior al darnos cuenta cuando en realidad son solamente nuestros propios demonios asustándonos.


domingo, 27 de mayo de 2012

Palabras hondas


Lorca

 Se ha dicho que Federico García Lorca es el riquísimo  bardo de la palabra hendida, y uno, andariego de surcos campestres y amanecidas antes del alba,  lo cree con la certeza sacra de una plegaria.

En el vocabulario del poeta granadino hay un  río  Darro de términos con  sabor a gemidos  montunos   hasta la borrachera, y ese sentimiento siempre le acompañó, hizo alcoba en su pecho. La Parca fue la más  fiel compañera del poeta:

“Adiós mi doncellita, / Rosa durmiente, / Tú vas para el amor / Y yo a la muerte.” “Cuando yo me muera, / entre los naranjos / y la hierbabuena”.

Con todo y tanto llanto apesadumbrado, Lorca es el muerto más vivo y rozagante de la poesía española del siglo XX. No hay más trovador que él, aunque a su lado, como sombra de secano, olmos agrietados, surcos dolientes, ríos sin agua, camina Machado (don Antonio), el patriarca de la voz curtida.

 El  autor de  “La casa de Bernarda Alba”, y ese ondulante “Diwán de Tamarit”, asumía un sentido de la convivencia tan grande y sincera como la de cualquier revolucionario de su época convulsiva. Y así, al alba, cerca del “torejil”, en compañía de un maestro y un torero cojo, murió en un barranco negro. Al escuchar los sonidos de los fusiles, la tierra y el asfalto se volvieron lagrimones de fuego.

Federico ha sido un torrente de vidas paralelas y todas apasionantes; ante eso, de los cien Lorca existentes, uno se ha quedado desde hace mucho tiempo con quien miraba la vega de Zujaira, con Sierra Nevada al fondo, y allí, entre el aire azul, está el hombre asustadizo ante un mundo cruel, desencajado, cercado en sombras que a él tanto miedo le daban, pero fue precisamente ahí, entre esas gamas de luz y penumbra, donde nacieron, haciéndose concreción creadora, los más hermosos poemas del  pasado siglo.

Esta última noche pasada finalizo – otra  de tantas veces -  de releer “Yerma”, el drama en la escena ennegrecida, preludio del drama de la subsistencia innegable.  Antes de cerrar el libro,  entorno los ojos y escucho,   al susurro de la hora blanca, unas bulerías en la voz  del sepultado  Enrique Morente, un cantaor como pocos,  que gana prestancia y solidez  con el paso del tiempo.

Salgo al balcón de la vereda con pequeñas bromelias, limoneros enanos, jade y sábila medicinal, a escuchar los versos de la pasión  abrasada al fondo de la vereda:

“Yo conozco muchachas que han temblado y que lloraban antes de entrar en la cama con sus maridos”.

El  nuevo día en esta  trocha soñolienta, guarda la brisa apretada de las cornisas y una esparcida heredad de arbustos mustios, adelfas tristes y almendras amargas.

El escribidor  asume la sensación de que el alma se va despidiendo del  mar Caribe, de un país doliente - agraciado como pocos -  llamado Venezuela, anunciando el regreso a la raíces  de la pomarada, el roble retorcido,  y el recuerdo perenne de la lejana infancia: los gorriones de casero vuelo correteando en el patio de la enclenque morada ancestral .

Tras años de expatriación,  uno ya no posee tierra propia, solamente dos orillas hechas de ramalazos y ausencias perennes.

Cuando llegue el momento, habrá  que aprender a vegetar de nuevo. Si es a la sombra de Federico o desandando los pasos del inmenso poeta que ha sido el ovetense Ángel González – “¿A qué llorar por el caído fruto,
por el fracaso de ese deseo hondo?” -
,  el retorno quizás tenga  un sabor menos agrio.

lunes, 14 de mayo de 2012

Cruzar el Rubicón


Abufera, Valencia

Algunos libros afines a nuestros afectos se hallan sobre la rinconera que forma el tálamo en las noches languidecidas. Ahora hay menos volúmenes, nos hemos ido deshaciendo de ellos. Comenzamos a deshilachar los lazos que nos atan a las candelillas ambarinas del Caribe, mientras nos acercamos a los arrecifes del Mediterráneo: la Ítaca ilusoria.

Será un apesadumbrado retorno.

Regresamos a restañar antiguas cicatrices, y esas aguas marinas en las que Hércules levantó sus pilastras entre Gibraltar y Ceuta, y Kavafi, Lawrence Durrell, James Joyce, Paul Bowles o Naguib Mahfuz tañeron sonidos de caracolas y desnudaron sus propios espectros, tal vez nos reciban sin reproches.

El mar de las civilizaciones, la filosofía y el trigo, sin mareas briosas –únicamente cuando el viento de Levante se desmelena, las costaneras retiemblan – seguirá en calma y envuelto en un añil de un sombrío intenso.

En lo alto de esas crestas sazonadas vinieron a sus playas de guijarros y arenisca, pueblos ceñidos a cántaros de miel, poesía épica, melodías de Cartago y Creta, mientras los trovadores de Capri, en la bahía napolitana, recogían azafrán en los lejanos campos de Trípoli y Alejandría.

Hace mucho tiempo atrás, solíamos venir en las tardes frescas a sentarnos a estas orillas. Éramos jóvenes, soñábamos a espuertas y tocábamos la luminiscencia con nuestras manos para hacer luciérnagas cegadoras. La esperanza anhelada se tejió entre las ramas de sus erguidos  pinares negros.

Retorno desde estas costas caribeñas refulgentes a la playa levantina de las querencias nuestras, y será como si la esencia de lo que aún soy integrara aquellos bajíos de sargazos en historias alucinadas.

Entre las dunas de El Saler, saltando juncales, nidos de ánades, y cercetas, uno supo que las mujeres  amadas renacen en los últimos días de mayo y desaparecen a finales de agosto o en la primera semana de septiembre, regresando,  si en la piel quedó prendido en último abrazo de la noche, cada primavera, cual los almendrales  en flor.

Son los ineludibles ciclos del amor, las adelfas cambiantes protegidas de Neptuno y escondidas en los pechos de la fogosa  Minerva.

Ahora, en la otra playa del Mare Nostrum,  es verano: los olivares y viñedos se aletargan hacia el ocre.

El calor  estruja el espíritu alicaído, y uno, hombre de secano, se aprieta a las novias del poeta de  “Marino en tierra”. Cada una tenía cincelado el nombre en sus ojos celestes: Amaranta, Leontina, y la más pequeña y jocosa, Sempiterna.

En la pronta partida no todo estará perdido, aún conservamos una crátera minoica: llegó con nosotros a Isla Margarita durante la primera larga escala. Ahora, envuelta en un paño andino, la custodia  la historia refulgente  del Caribe de Germán Arciniega, y  “Troya”, la homérica obra  de Gisbert Haefs. Dos joyas.

Una, refrescará los labios con ron macerado; la otra, es un sendero perenne marcando los pasos de Ulises, Paris y Aquiles.
Tras cruzar el Rubicón, ya no habrá regreso.

jueves, 19 de abril de 2012

Jerusalen

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En el avión, envuelto  en una sensación de  duermevela, leo – o intento hacerlo – “Poemas, poesía y verdad”,  los textos tal vez más amados de Goethe. La noche se ha ido disipando sobre el Mediterráneo y comienzan a divisarse las ocres costas  de Israel.

En una página Wolfgang susurra: “¿Conoces el país donde florecen los limoneros? En oscuros ramajes  las naranjas de oro centellean”.

La aeronave - galerón cruzando el aire brioso -   a  comenzando a tantear el asfalto entre cercanos    huertos de viñedos y almendrales  en flor.

Dejando el aeropuerto Ben Gurión,  nos encaminamos a Tel Aviv zigzagueando  las colinas de Judea.  El hotel Dan Panorama  es nuestro lugar de  parada y fonda.

Una vez más volvemos a cruzar los fértiles ejidos sembrados de pueblecitos  umbríos imbuidos de una parquedad mística, cuyo terruño  incrusta el entramado místico de las tres principales religiones monoteístas.

El andariego, cristiano tradicional, siente de alguna forma que estos surcos, piedras y ramajes le  pertenecen desde el mismo comienzo de la inmortalidad.

A lo lejos,  se eleva  la perenne Jerusalén seducida. 

En el  libro del Talmud, posterior al recopilado en Babilonia, y reunido en Cesarea, Tiberiades y Séforis - antigua capital romana de Galilea -  se puede leer en idílico ardor humano:

“Diez medidas de belleza descendieron sobre el mundo; nueve recibió Jerusalén y una, el resto del planeta.

Diez medidas de dolor descendieron sobre el mundo; nueve recibió

Jerusalén y una, el resto del planeta”.

No es extraño que el síndrome de esa ciudad, tan universal como la luminiscencia y el viento, sea el soplo de una pasión germinada en  millones de almas a través de los siglos, a partir del lejano día en que David lanza una piedra sobre la cabeza de Goliat, lo derriba, es nombrado rey, y comienza una historia apasionante de sublime  locura, sufrimiento sin fin, ternura a raudales y  evocación trágica.

Entrada la noche, en ese intervalo tornasolado e impreciso,   cuando la metrópoli mil veces predestinada se cubre de un color policromado resaltante de su piedra caliza tan característica en los edificios, damos un corto paseo en solitario, y en esa placidez, ante un cielo limpio, sosegado, volvimos a enfrentarnos con el embrujo místico de una urbe que atrapa al agnóstico más indiferente.

En la revolcada maleta -  compañera de expatriaciones -  viene una guía de Israel y Palestina -  antigua edición francesa -  y  un libro de George Steiner que, de tanto uso, sus páginas se han vuelto color ocre,  sufre algunas hendiduras y pareciera que cualquier mal siroco  las va a levantar de  mi regazo para convertirlas   en un remolino de hojas sueltas.

“Errata, examen de una vida”,  nos ha   dicho lo que sabemos del pueblo mosaico,  ayudándonos  a comprender lo paradójico de una raza cuya esperanza y resignación,  es el  vivencial enunciado de la existencia de un anhelo  colectivo cuyo nombre es Yahvé, el Dios al que  nuestra alma peregrina y  desvalida,  implora.

lunes, 16 de abril de 2012

Cuba y la Libertad


Fidel y Raúl  Castro


En la VI Cumbre de las Américas finalizada en Cartagena de Indias, Colombia, el tema de Cuba, centrado  en su presencia en el próximo encuentro, no tuvo consenso.
La intentona del grupo Alba (Alianza Bolivarina para América), encabezado por Nicaragua, Ecuador, Cuba y Venezuela, se frustró, y no podía ser otra manera si son respetados los valores democráticos como base incuestionable de esa reunión continental.
Cuba es una yerta  dictadura en el  peor sentido de la palabra. Va a reuniones internaciones, firma  todos los documentos sobre los derechos humanos presentados, y no cumple ninguno.
El régimen de los hermanos Castro  está fuera de la OEA (Organización de Estados Americanos), base de la Cumbre de las Américas, por invadir  Venezuela en 1967 y organizar un golpe de Estado fallido contra el presidente Rómulo Betancourt, lo que dejó docenas de muertos.
En el orden interno, la represión lleva en la isla  más de medio siglo. Faltan todas las libertades, hasta las más mínimas,  y la persecución  contra los pocos disidentes que intentan alzar la voz se  convierte en años de cárcel.
Permitir que Raúl Castro, el hermano ventrílocuo de Fidel,  ocupe  una poltrona en la próxima Cumbre de las Américas, es escupir  sobre la memoria y la sangre de un pueblo mancillado con saña.
Castro - el mayor - está enfermo, no muerto, y sigue manipulando el destino de la isla con la misma mala leche que corroe sus venas.
El hombre de la barba realenga, piel verdosa, ojos hundidos bajo unas cejas igual a  cepillo de estopa, el dios humano al que cada mañana y tarde el enfermo venezolano  Hugo Chávez se postra de rodillas, le ofrece incienso y le pide su bendición, es también santo y mártir, jamás ha cometido un pecadillo.   Es una mariposa pura y diáfana.
Ante  este hecho pasmoso y al haber Fidel Castro nacido en el seno de la Iglesia Católica, estudiado con los Jesuitas, hincarse de rodillas ante el arzobispo de La Habana cuando el sargento Batista lo condenó a varios años de prisión y solicitarle al alto prelado su bendición in extremis, uniendo a estas virtudes su vida de ermitaño en un rincón del Palacio de la Revolución, donde vive a pan y agua, bien haría la Congregación de los Santos en llevar al anacoreta de Cuba  al Libro de los Justos.
Fidel siempre ha dicho – Raúl es un correveidile -  no mandar en Cuba.  Se considera estrictamente un peón del engranaje revolucionario. Nada  decide. Pobrecito: no puede nombrar ni a un simple bedel.
En una entrevista – libro se le preguntó  si se imaginaba a un joven a la cabeza del país.  
-  No  estoy dispuesto a concederle ese gustazo  a nadie.
-  Usted lleva en el poder, aunque ya no lo esté legalmente,  más de 50 años.
-  No, es el pueblo el que está   al mando.
-  Usted es el “caudillo”.
- Esa palabra no la acepto. Yo soy una especie de líder espiritual. Mis poderes son esencialmente de orden moral.
- ¿Se considera un  dinosaurio?
La respuesta,    surrealista:
- Todo lo contrario. Me siento como un pájaro  saliendo del nido. Vuelo hacia la eternidad. A veces pienso que me gustaría estar todavía aquí en el año 3.000.
Esa imagen vendida al mundo esconde un tirano desmadrado e insensible.
La VI Cumbre de las Américas hizo lo correcto  impidiéndole a Cuba la  entrada al organismo. Si La Habana desea un lugar en el foro,  primero permita   a su pueblo respirar  los aires del libre albedrío.

martes, 3 de abril de 2012

Bogotá


Plaza Bolívar


Santafé Bogotá  nació de una flor de araguaney  y un piélago azulino llamado Caribe.
Ubicada en la altiplanicie de los Andes colombianos, la fundó, en un arrebato de pasión,  Gonzalo Jiménez de Quesada, y  se parece a un vergel. Hasta el aire se  hace zalamero penetrando en las cicatrices del alma envuelta en tierra buena y húmeda.
Pasear entre las grandes avenidas, espaciosas calles, frondosos parques y desandar los barrios coloniales de la capital, es percatarse de cómo la metrópolis viene moldeando a  su gente para que sea amable, acogedora y cordial.
Con el “usted” siempre por delante, los colombianos han hecho de la cortesía costumbre,  de la amabilidad una forma de ser, y es que en Bogotá existe la posibilidad de sentarse a charlar con cualquiera, en cualquier parte, de cualquier cosa y decir como el poeta:
“Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle / y que nos sentemos en un café a hablar largamente / de las cosas pequeñas de la vida.”
Recuerdo una mañana  diáfana, transparente, viendo pasar las horas en la Plaza Bolívar conocida antaño como la Mayor.
Allí se había fundado la ciudad y escenificado todo suceso que hoy es historia dinámica.
Algo esperaba el escribidor en  aquel rectángulo: ¿Un inaccesible amor? ¿Cierto sueño no encontrado? En esa espera leía a uno de los grandes poetas neogranadinos, Darío Jaramillo Agudelo, mientras la luz se filtraba paralela a los sentimientos:
 “Ese otro que también me habita /, acaso propietario, invasor quizás exilado en  este cuerpo / ajeno o de ambos... el melancólico y el inmotivadamente alegre, / ese otro, / también te ama”.
En esa plaza, igual a otras cubiertas hoy de bruma, comprobé que existe el  anhelo suficiente dentro de cada uno para hacer de la poesía un canto sembrado de afectos.
Deslicé así  mis letras computarizadas esperando un amanecer abrileño sobre la cuartilla blanca más nívea que otros días.
La urbe –  tan amada de Simón Bolívar -  sigue apostando, como una nueva Jerusalén, por la paz añorada,  definitiva,  sin miedos ni sangre desparramada.
A su vez uno  desearía  que  este país  tan sufrido, golpeado hasta el tuétano, despertara  de su adormecido letargo, y la vida  solamente fuera eso: vida reidora a raudales.

jueves, 29 de marzo de 2012

Benedicto y Fidel

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 En este encuentro privado entre Benedicto XVI y Fidel Castro, la fotografía ofrecida en la mayoría de los periódicos del mundo, sí dice más que mil palabras.
Un Fidel vestido con chándal deportivo, rostro compungido, barba deshilachada entre blanca y ambarina, mira con una expresión doliente al Santo Padre.
El Papa toma las manos del enfermo entre las suyas y le mira con piedad comprensiva, muy tierna. El aguerrido revolucionario de todas las batallas, es un anciano desvalido, su luz se apaga, el tiempo lo tomó en su reloj de arena y solamente parece espera el hálito definitivo.
Lo que hablaron nadie lo sabe. Salieron detalles de cortesía estereotipada entre personas deseosas de verse. El ex presidente le preguntó al Pontífice sobre cuestiones de liturgia y su trabajo en el Vaticano. A partir de ahí los asistentes los dejaron solos. Entre los dos, como si se tratara de una confesión, hubo susurros, palabras suaves, siseos durante 28 minutos.
La reunión no estaba incluida en el programa oficial del viaje; con todo, la Santa Sede había anunciado que si Fidel deseaba reunirse con Benedicto XVI, éste estaría disponible. Días antes el propio Comandante dijo que anhelaba mantener ese encuentro.
Ahora, tras esa imagen -un lienzo de matices humanos sorprendente- habrá diversas especulaciones que solamente el ex mandatario cubano pudiera revelar en algunas de sus cartas públicas. O tal vez no.
Una vez despejara el avión de Alitalia del Aeropuerto José Martí hacia Roma, comenzaron a llegar comentarios heterogéneos y peregrinos muy resaltados en los medios de comunicación italianos.
En ellos se barajaba la posibilidad de que Fidel, educado de niño en un colegio de jesuitas y muy devoto en esa edad - cumplirá 86 años en agosto- se estaba planteando abandonar su empecinado ateísmo para abrazar de nuevo el catolicismo relegado, muchos años después de que Juan XXIII lo excomulgara.
¿Conjeturas? Quizás. No obstante esa fotografía muestra a un hombre compungido, como si estuviera pidiendo ayuda a Benedicto XVI.
Hace unos meses, el hombre de la barba bermeja, habiendo removido sobre su camastro de enfermo los tratados de Ocha, Ifa y Orula a los que agasaja con devoción pagana, lanzó al orbe santero una frase que, venida de él, es lapidaria y hace pensar ahora, tras la reunión con Joseph Ratzinger, el suplicio de un espíritu afligido: “¡Cómo me gustaría estar equivocado!”.
Pudiera ser una especulación o cierto artificio del lente fotográfico, pero nunca se ha visto tan desencajado un rostro de Fidel macerado, hendido, cansado y adolorido, atendiendo ensimismado las palabras del Vicecristo en la Tierra.

sábado, 10 de marzo de 2012

Gabo



Gabriel García Márquez


Gabriel García Márquez llegó a esa edad en que la perennidad se puede acariciar con las manos, imaginar un nirvana nuevo, y sentarse a la diestra de Dios padre a contarle el fundamento del pasmoso realismo mágico, cuando el hacedor del Cosmos, a la hora nona de la creación, se había quedado adormecido.

Estos días Gabo ha cruzado el epicentro de los 85 años, un lapso hecho para la hipocondría herética, pero en él tornado presente esplendido. Lo había dicho su amigo Arturo Uslar Pietri un día en La Alta Florida caraqueña, cuando el autor de “Las lanzas coloradas” cruzó con creces el umbral del tiempo inmemorial:

“Uno no es joven ni viejo, se vive”.

No hay otra verdad más espaciosa cuando de la existencia humana se trata.

García Márquez posee un don prodigioso. Una anochecida, ya remota, en una tasca putera de Barranquilla discutió con su propio alter ego y decidió que su imaginación luciferina (así la retrataría Mario Vargas Llosa) impregnada de puñeteras mentiras y fabulosas irrealidades, sería –a partes iguales - compartida entre él y los excluidos de la tierra que no poseyeran una entelequia que ayudara a desnucar la soledad, los turbiones del alma y el deshielo de los amoríos tempranos en los pastizales de la ciénaga caribeña.

En Bahía de Todos los Santos, terrenal oceánico en el que germinó la irradiación del realismo mágico, el sumo sacerdote de esa religión de árboles creciendo en el aire y mujeres pariendo en cuencos con agua de coco, Jorge Amado -pelo blanco, juntura de babalao-, solía decir al socaire de una taza de café boca abajo, tabaco negro bañado en ron, que si un escritor nace sin el “don” poco valdría esforzarse.

Lo portentoso se siente, relumbra, parpadea y habla en las páginas de Gabo, pero aún así él dice: “No hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su origen en un hecho real”. Y cuenta como después de leer “La metamorfosis” de Kafka, gritó fascinado como un poseído:

“¡Carajo! Pero si así hablaba mi abuela Tranquilina Iguarán”.

Y ahí, en Tranquilina, está la mujer, todas las mujeres que han acompañado al costeño y lo han sostenido entre lo imaginario y lo simbólico.

“Cien años de Soledad” es el libro mitológico; “El amor en los tiempos del cólera”, la continuación del primero por otros vericuetos; éste guarda el sabor de la innata literatura y en sus páginas los personajes poseen, si eso cabe, más consistencia propia que los de Macondo.

Y así en el río Magdalena, en cuyos ribazos Simón Bolívar encontró el finito de su lucha y cuyas aguas suben y bajan a la vez, García Márquez clavó un amor como ningún Buendía, con mil años y más sobre la piel cobriza viviera, podría superar.

Fue tan humana esa querencia, que uno, como lector, la acariciaba y salía con la mano cubierta de un sudor calenturiento y húmedo: la sinrazón amorosa sostén primogénito de esa fogosidad, única e imperecedera al trasluz de Fermina Daza.


domingo, 26 de febrero de 2012

Labrantios verdosos

Monte Sinai
Península del Sinaí







  Lo canta el juglar, y uno va recogiendo la tonada con el arado ineludible atado a la tierra-madre: “Camino de la tarde ya no va nadie, sino polvo y arena que  lleva  el aire”.

Y en ese ritual lánguido, vamos abriendo labrantíos verdosos. Hace añales, mirando estos campos astures del alma, despidiéndonos de ellos, nos volvimos mojón solitario, árbol sin raíces en la comisura de la piel humedecida. Comenzaba el éxodo y tal vez el llanto, pero esto último lo supimos tras un largo espacio de tiempo  en la otra orilla del mar océano.

En el trajín de los saludos, las evocaciones y un  paseo a la majada añorada, la cita impostergable con la lectura ayudaría a templar emociones y  refrescar el espíritu.

Amos Oz es el autor de una obra hondamente personal  y de calidad  literaria portentosa. Nació en Israel, heredad en la  que permanentemente vive, habiendo escrito sus primeras páginas en un kibbutz - “Las tierras del chacal” -  en el que pasó varios años, mientras   pernocta  ahora en las eriales desnudeces de Arad, península del Sinaí.

Comprometido intelectualmente con el proceso de paz de  Oriente Próximo, es la voz de muchos en esos roquedales de zozobra y desaliento.

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 El sionismo es un fin. Eso creo entender en “Una historia de amor y oscuridad”, que me acompaña entre las espadañas, los avellanos y el robledal de la orilla del río Ceares en ese Gijón natal nada encariñado con mi expatriación casi perpetua.

Examino que cuando un pueblo asume una alianza con Dios e inquebrantablemente va al encuentro de la Tierra Prometida, aún estando dentro de ella como los pedruscos desparramados del antiguo templo, la realidad asume ribetes de odisea o epopeya  homérica. Acaso también  - y lo doy como un hecho - dolencia ceñida a la piel.

Estas páginas autobiográficas invitan a  mirar la esencia de una familia mientras se oye el eco de sus voces taladradas y tan cerca de nosotros,  como si respiraran a nuestro lado, y así se le escucha decir a la abuela, cual si estuviera  mirando al trasluz de la ventana:

“Si ya no te quedan más  lágrimas, no llores. Ríe”.

Analizando esa portentosa literatura, nos acordamos de algunas escenas de nuestra propia niñez. Veo el mantel de cuadros verdes y azules sobre el suelo, el flan requemado, la ensalada repleta de color. Contemplo a  madre. Hablo, llorisqueo  o le quiero quitar un caballo de cartón a mi hermano más pequeño.

Lo mismo hace  Amos Oz, con la diferencia de  poner en ello  un afán perdurable con el único deseo de que el olvido no forme nido en la trastienda del alma.

Las  piedras en Israel son tiempo congelado. Uno siembra una simiente y, al escarbar,  se tropieza con capiteles, perfiles romanos, ánforas griegas, espadas de cruzados, monolitos inmensos, jarras con nombres y fechas. Hay más ruinas que tierra, por eso los frutos en los árboles tienen sabor a sándalo, incienso, humo de hierba, olores paganos, canela y mirra quemada a los pies del Arca de la Alianza.

Esa es la razón de que cada día – siempre al atardecer -   el judío redima el predio de sus mayores, al saber que  los surcos son el yugo primario entre él y Yahvé. 

Entorno los ojos increpados por el sol cansino de la tarde remontada en la atalaya de Somió. Creo estar  - arcano inalcanzable de la mente efervescente - a las puertas de las murallas  de Jerusalén subiendo hacia el Monte de los Olivos.  Una luna grande, de majada, se posa sobre la ciudad y su luz parece traspasar la sorprendente Cúpula de la Roca.

Esa, y no otra alucinación,  es el portento de la humana  literatura.

sábado, 25 de febrero de 2012

Smara, ciudad santa





Smara, la ciudad saharaui

El desierto - y el lector de estas columnas lo sabe - formó parte ineludible de mi existencia durante años. Estoy construido de motas de arena, de esa inmensidad que nos ha  moldeado el  carácter, y aunque taciturno, creo ser ahora un poco más tolerante.

 Si cierro los ojos, vuelvo a estar en el Sahara mirando las tierras ocres y resecas  del Atlas. Otra vez el siroco y yo cara a cara. Igual a tantas mañanas límpidas, hablaremos de nuestras cuitas,  de los anhelos dejados en el suelo de la jaima, tienda de piel de camello o cabra, en un recodo del río seco, donde las gacelas, a la caída de la tarde, buscarán la frescura  de las primeras brumas de la noche.

  Ese olor sutil a té verde lo conozco; hasta mi espíritu está impregnado de él. Los años transcurridos no han hecho mella en el olvido, pues como Paul Bowles, amasador de sensaciones en Tánger, yo tampoco me he considerado jamás un excursionista.

El autor de “El cielo protector”  decía que “mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto al otro de la tierra”.

  Esto solía suceder también hace ciclos distantes con los amores de verano, cortos  y duraderos en el recuerdo. En “Cuadernos del Norte” lo matiza Marguerite Yourcenar: “Todo lo que veo me parece un reflejo, todo lo que oigo un lejano eco, y mi alma busca la fuente maravillosa, pues tiene sed de agua pura”.

  Hablaba también de cómo pasan los siglos y el mundo se deteriora, y aún así,  su alma seguía siendo joven; vela entre las estrellas  en la noche de los tiempos.

  Más adelante, sobre un poema  de Juana de Vietinghoff, nos agitamos: “¿Por qué hacer de la vida un deber cuando puede ser una sonrisa?”. No lo será nunca sin el sufrimiento alado en un costado de la piel macerada.  El dolor  es bisagra del mohín jubiloso. Sin uno no existe el otro.

  Pienso en eso y observo en la lejanía del recuerdo la gran cordillera berebere, y sé que he estado allí otras veces; era joven, todo un río desbocado corriendo locamente por las venas y nada parecía que pudiera tener fin. Ahora,  más de media vida después, observo los pliegues de esa montaña con los mismos ojos, aunque parece distinta y ennegrecida.

Ella, Fátima, está igual; yo, cansado. Las esperanzas, antaño efervescentes, son ahora un hilillo tenue que apenas ayuda para ir avanzando, y lo único que ya une a la impresionante mole, es esa vaga sensación de que a  ninguno de los dos  envuelve la  prisa. A eso se le llama vejez; en alguna parte, en otros lugares fuera del Sahara, dolencia interior. Mi boca pronuncia una sola encendida palabra: “Estoy adolorido, pero  he vivido”.

Ahora, igual a esos seres cerúleos de las dunas, volveré a tocar la arena vagamente, sintiendo la misma sensación que  cuando  a la sombra de las murallas de la ciudad santa de Smara, tumbado sobre los surcos, intentaba  conocer el arcano de las estrellas.

domingo, 12 de febrero de 2012

Lección democrática




Henrique Capriles Radonski

Los venezolanos han dado este domingo una lección  política de alto conteniendo  democrático y  de trascendental consecuencia en los próximos  meses hasta llegar al 7 de octubre, fecha  en que Hugo Chávez se presenta nuevamente  a la reelección, si bien ahora, afrontando a un candidato de la oposición surgido del sufragio de unas urnas y con el aval de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), plataforma constituida por los partidos y organizaciones civiles  adversos al oficialismo militarista.

El emplazado Líder de la Revolución comenzó ayer mismo a ver el escenario de forma  diferente: ya no podrá hacer con el país lo que bien  le  venga  en gana, y si lo hace, tendrá frente a él   un núcleo  opositor compacto dispuesto a frenar sus  conocidas acciones despóticas.  

No será fácil el camino a seguir y el candidato opositor lo sabe  con certeza. El chavismo es hueso duro de roer. Acaparó solidamente en estos 13 años de gobierno absoluto  los diversos poderes del Estado; amasó un patrimonio económico considerable producto del ingreso petrolero, del cual solamente el 40 o 45 por ciento va a las arcas de Hacienda, mientras el resto lo maneja, sin responder a nadie,  el propio mandatario, al considerarse – y no es una chacota – cacique mayor de Venezuela.

El teniente coronel golpista  - se cumplen 20 años de su asonada militarista elevada a gloriosa gesta patriótica -  es un autodidacta político pícaro e irresponsable, gobernando con gestos cuartelarios y creyéndose heredero legítimo de Simón Bolívar, al que enaltece y venera en provecho propio.

Cuenta con una  riestra de dioses en su santoral privado, uno principalísimo es Fidel Castro. Algunas veces lo llama hermano, otra camarada de casta o padre ideológico.  Si existe una contrariedad o una pregunta sin respuesta, mira a Cuba, y allí el gran tótem -  la  esfinge del Caribe - dará solución a la contingencia.

 Con el mandatario purpúreo  no hay  opositores sino enemigos, idea fermentada en su mente  castrense enrevesada. El ganador de las primarias de la oposición, Henrique Capriles Radonski, es “una mosca insignificante, un pitiyanqui, cierto  oligarca de arcaica data”.

No son palabras, es miedo. El Gobierno dudaba que estas primarias  llegaran, como mucho, a una participación de 1.200.000 personas. Esa cifra fue superada: tres millones. Venezuela está cansada del régimen abusivo, intolerante, comunista y grosero.

Chávez  cree haber  venido al mundo venezolano a  reverdecerlo, cuando lo que hizo hasta los momentos, ha sido crear un volcán de aborrecimientos, dividir a la nación de forma espeluznante  y creerse amo y señor de la heredad de Simón Bolívar.

La nación comenzó el domingo  a renacer del fuego que la ahogaba con la soga del totalitarismo  yerto.
Al presente la dura  batalla será el 7 de octubre estando al frente de ella  Capriles Radonski de 39 años. Y lo dicho: Chávez  ya no se  sentirá tan bizarro y despreciativo con sus contendientes.

lunes, 6 de febrero de 2012

20 años


 

Foto de Archivo - El presidente de Venezuela Hugo Chávez saluda a sus partidarios antes de comenzar su discurso anual sobre el estado de la unión el 13 de enero de 2012.

Hugo Chávez, presidente de Venezuela, celebró apoteósicamente el golpe de Estado que el 4 de febrero de 1992 dio contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. No triunfó, se entregó cobardemente tras esconderse en el Museo Militar de Caracas. 

Ese día el mundo conoció a Chávez Frías, comandante de Paracaidistas, imbuido en los preceptos de un Simón Bolívar arcaico y tergiversado por él.

A  20 años del suceso, y habiendo escalado la presidencia del país  bajo los valores  democráticos que juró defender, días después  los desterró de un plumazo amparado en la  proterva  figura de Fidel Castro.

El personaje de la barba bermeja se opuso en el primer momento a Chávez. En una carta al presidente Pérez le recalcó: “Estimado Carlos Andrés (…) Tengo confianza en que  se preserve  el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de Venezuela”.

Y para más inri, el comunicado del Partido Comunista de Venezuela que ahora tolera las  barbaridades del Comandante golpista: “No es  la vía  que está planteada para enfrentar y resolver la grave crisis de la nación”.

Pérez, que perdería a recuento del magro suceso el poder a los pocos meses y el bagaje político de una vida – dos veces presidente -, le había confesado  a este cronista en el libro “CAP, el hombre de la Ahumada”, el desprecio  sentido ante el conspirador:

 “Tras esa hecatombe Venezuela se  despedazó   dejando la más grande división  de su historia.  Ese militarucho no significa nada para mi, el suceso sí; fue un punto de de inflexión en la situación política, cometiendo yo el error de no darle la importancia que merecía”.

Le preguntamos:

- ¿Usted no tuvo ninguna información previa de lo que se estaba fraguando?

-  Fue un  fallo de  seguridad,  un error colosal. Y lo más grave: el jefe del Ejército sabía algunas cosas; el de la Aviación otras, pero no existía coordinación.

- Chávez repitió hasta el cansancio que no le querían asesinar.

-  Absurdo. La decisión era clara; si no, no hubieran hecho lo que hicieron. La revolución fracasó, dejó mucha sangre. Ese personajillo traidor y los soldados, todos engañados por él, fueron hechos prisioneros y tratados con dignidad.

- ¿Ha sido una equivocación  la decisión del presidente Rafael Caldera de  darle un indulto y colocarlo en la diatriba política, antes de ser juzgado, lo cual le impediría durante varios años aspirar a cargos políticos?

- Eso, más que un grave desliz, es un hecho incalificable desde el punto de vista democrático, porque aunque es cierto que en Venezuela siempre se ha usado la gracia presidencial en casos como éste, al menos ha debido quedar clara la condena.

Hoy los tiempos son otros y la vida de Venezuela igualmente.  El Comandante- Presidente controla los resortes del poder con mano de hierro. Lo que él piensa y dice, es una orden tajante.

Al presente padece un cáncer y es natural  tener pavor a fallecer  producto de ese mal, tanto, que en su grito patriotero  machaconeado hasta el hastío - “¡Patria, socialismo o Muerte!”- suprimió la palabra  recordatoria. 

Al ser autócrata, todo lo suyo  es plausible, ecuánime y bienhechor.  Así su golpe de Estado en 1992 es bueno y justo. El intentado en su contra en abril de 2002, malévolo y traidor.

De esta apesadumbra forma se escribe la quejumbrosa historia en una dictadura tropical, a semejanza  de las milicias cubanas.










Brumales afectivos



Los Amantes de Teruel



El cielo se hallaba despejado, algo querencial y agradecido en esos parajes del interior de la comarca del bajo Aragón, entre las estribaciones de las sierras de Monegros y Javalambre, cuando la tarde apacible y apaciguada cayendo estaba.

Caminábamos al encuentro una cita postergada durante varios años: visitar el mausoleo de Diego de Azagra e Isabel Segura, los ilustres “Amantes”, adormidos en la subrepticia ciudad de Teruel.

El sepulcro, obra del escultor Juan de Ávalos, se halla ubicado en la mudéjar Torre de San Pedro entre un ábside poligonal, y enuncia una susceptible añoranza cincelada en piedra nacarada acoplada a la pasión de los alientos enardecidos, dando origen - comenta el vulgo – a unas laureadas coplas barrocas, atenidas a esa enfermedad delirante la cual crece sin nunca curarse, al buen señalar del depositario Quevedo:

“Es hielo abrasador, fuego helado, / herida que duele y no se siente, un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado”.

¡Salve el nirvana bienhechor! Ahora nos alcanza otro subliminal romance del pasado remoto envuelto en celajes de lejanía. Un grupo de arqueólogos han encontrado en la ciudad italiana de Mantua, dos esqueletos pertenecientes a unos jóvenes del Neolítico, seis mil años después de haber sido inhumados

Los ya bautizados “Amantes de Valardo” – labrantío donde fueron hallados -- están admirablemente conservados y ceñidos en una compostura amorosa.

La defunción del hombre y el posterior sacrificio de la mujer soterrada con él, es una de las hipótesis posibles para explicar la forma del enterramiento: brazos y piernas cruzados como si se protegieran mutuamente.

Adyacente al esqueleto masculino se localizó, a la altura de las cervicales, una punta de sílex, y en la joven una cuchilla alargada entre uno de sus muslos.

Cada uno de los huesos fueron recuperados y expuestos en el Museo Arqueológico Nacional de Mantua, escenario de la ópera Rigoletto. A la par de este hecho sugestivo, ya comenzó a germinar una leyenda semejante a la de Romero y Julieta, los amantes de la cercana Verona inmortalizados en la perdurable obra de Shakespeare – “¡Ay, el sol no querrá alumbrar con sus rayos un día tan cruel!” - o el Teruel de Diego e Isabel.

El poeta ruso Maiakovsky, mirando otros cuerpos igual a los de la narración, obtuvo su propia conjetura: “No acabarán el amor / ni la riña / Ni la distancia. / Pensando, probando, verificando. / Levanto solemne el verso de mil dedos-estrofas. / Juro, fiel y seguro. / Amo.”

Y así, en el mismo instante en que la esencia del Universo fenezca en un halo de luz incandescente, seguirán existiendo partículas de la esencia primogénita con la que Dios hizo el mundo: motas de ternura a raudales.

Por ello, el proverbio venido de la prehistoria, nos habla de una querencia incitada a perdurar al resguardo de las mismas tumbas blanqueadas.


viernes, 20 de enero de 2012

Martillo y cincel




Valle asturiano

Lo bienhechor de la edad madura es que uno aprende a conocer los padecimientos del propio cuerpo y  los asume  con resignación.
“Es la vejez”, se dice, y el hecho se asimila estoicamente al ser la vida una cuota – quizás la más trascendental – la cual sufragamos ineludiblemente  ante la realidad   pasmosa de haber nacido.
George Steiner lo llamaría “nostalgia del absoluto”, mientras Marguerite Yourcenar, al observar  al médico  Zenón, alquimista del siglo XVI a punto de suicidarse en “Opus nigrum”, reconoce sin afectaciones que el tiempo es el sublime  escultor dedicado a moldear,   con martillo y cincel,   los meandros del espíritu.
Uno suele coexistir aprehendido, igual a  la hiedra en las sombrías  tapias, a un  pasado que, como a la misma existencia, también fenece.
 En la   niñez brumosa y  lejana, no había clases en la escuela los fines de semana, únicamente una sesión de festivos juegos  florales en el campo. 
Llegábamos a los prados y colinas serpenteando  una estrecha calzada salpicada de robles, encinas, castaños,  al encuentro de un  valle de pasto frondoso   guarnecido de altas espadañas.
Se escuchaba el  canto del mirlo, el cuco, la paloma torcaz y el sonido monótono de la cigarra. El muchachuelo de entonces, cual  cabrilla montuna, corría detrás de mariposas, saltamontes y gorriones de corto vuelo.
Al transcurrir el inevitable tiempo, la expiación acorrala nuestro ánimo y rumiamos los otoños idos. Y uno, al socaire de los versos del maestro-poeta Gabriel y Galán, exclama: “¿Somos los hombres de hoy aquellos niños de ayer?”
La subsistencia nos ha ido colocando  en el instante puntual algunas  ilusiones empavonadas de  querencias. Más tarde, a velocidad endemoniada, crecieron a su lado espinas, cardos, nostalgias y  malestares a espuertas.
Habiendo cruzado ya con creces  el  epicentro de la supervivencia y  comenzando a pesarnos el certero camino, solemos leer con avidez todo folleto sobre  la posibilidad de hacer frente a las enfermedades de los años, y al lado de los libros de cabecera en la repisa del tálamo, hay  cierto “Manual de Remedios Caseros”, anunciando de forma sugestiva, aunque falaz: “Más de 1.000 maneras de curarse uno mismo”.
Ignoro lo que diría  el alquimista helvético  Paracelso, pero él también dejó por un tiempo la medicina clásica, y comenzó a sacar de apiñadas vasijas de barro remedios de la sabiduría popular.
Algunos adiestramientos físicos, la alimentación adecuada  y una vida tranquila, aseguran la longevidad, aunque menos de lo que nos gustaría, pues al decir de la genética: “Nosotros no estamos intentando encontrar la fuente de la eterna juventud. Solo deseamos hallar la forma de  envejecer bien”.
Y  así, entre  reminiscencias infantiles y  sabores agrios  de una   madurez  ya cobijada en los tejidos del cuerpo, hemos hecho el único ejercicio que en verdad  sabemos realizar: rememorar  nuestro abismal pasado.