lunes, 6 de febrero de 2012

20 años


 

Foto de Archivo - El presidente de Venezuela Hugo Chávez saluda a sus partidarios antes de comenzar su discurso anual sobre el estado de la unión el 13 de enero de 2012.

Hugo Chávez, presidente de Venezuela, celebró apoteósicamente el golpe de Estado que el 4 de febrero de 1992 dio contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. No triunfó, se entregó cobardemente tras esconderse en el Museo Militar de Caracas. 

Ese día el mundo conoció a Chávez Frías, comandante de Paracaidistas, imbuido en los preceptos de un Simón Bolívar arcaico y tergiversado por él.

A  20 años del suceso, y habiendo escalado la presidencia del país  bajo los valores  democráticos que juró defender, días después  los desterró de un plumazo amparado en la  proterva  figura de Fidel Castro.

El personaje de la barba bermeja se opuso en el primer momento a Chávez. En una carta al presidente Pérez le recalcó: “Estimado Carlos Andrés (…) Tengo confianza en que  se preserve  el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de Venezuela”.

Y para más inri, el comunicado del Partido Comunista de Venezuela que ahora tolera las  barbaridades del Comandante golpista: “No es  la vía  que está planteada para enfrentar y resolver la grave crisis de la nación”.

Pérez, que perdería a recuento del magro suceso el poder a los pocos meses y el bagaje político de una vida – dos veces presidente -, le había confesado  a este cronista en el libro “CAP, el hombre de la Ahumada”, el desprecio  sentido ante el conspirador:

 “Tras esa hecatombe Venezuela se  despedazó   dejando la más grande división  de su historia.  Ese militarucho no significa nada para mi, el suceso sí; fue un punto de de inflexión en la situación política, cometiendo yo el error de no darle la importancia que merecía”.

Le preguntamos:

- ¿Usted no tuvo ninguna información previa de lo que se estaba fraguando?

-  Fue un  fallo de  seguridad,  un error colosal. Y lo más grave: el jefe del Ejército sabía algunas cosas; el de la Aviación otras, pero no existía coordinación.

- Chávez repitió hasta el cansancio que no le querían asesinar.

-  Absurdo. La decisión era clara; si no, no hubieran hecho lo que hicieron. La revolución fracasó, dejó mucha sangre. Ese personajillo traidor y los soldados, todos engañados por él, fueron hechos prisioneros y tratados con dignidad.

- ¿Ha sido una equivocación  la decisión del presidente Rafael Caldera de  darle un indulto y colocarlo en la diatriba política, antes de ser juzgado, lo cual le impediría durante varios años aspirar a cargos políticos?

- Eso, más que un grave desliz, es un hecho incalificable desde el punto de vista democrático, porque aunque es cierto que en Venezuela siempre se ha usado la gracia presidencial en casos como éste, al menos ha debido quedar clara la condena.

Hoy los tiempos son otros y la vida de Venezuela igualmente.  El Comandante- Presidente controla los resortes del poder con mano de hierro. Lo que él piensa y dice, es una orden tajante.

Al presente padece un cáncer y es natural  tener pavor a fallecer  producto de ese mal, tanto, que en su grito patriotero  machaconeado hasta el hastío - “¡Patria, socialismo o Muerte!”- suprimió la palabra  recordatoria. 

Al ser autócrata, todo lo suyo  es plausible, ecuánime y bienhechor.  Así su golpe de Estado en 1992 es bueno y justo. El intentado en su contra en abril de 2002, malévolo y traidor.

De esta apesadumbra forma se escribe la quejumbrosa historia en una dictadura tropical, a semejanza  de las milicias cubanas.










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