lunes, 6 de febrero de 2012

Brumales afectivos



Los Amantes de Teruel



El cielo se hallaba despejado, algo querencial y agradecido en esos parajes del interior de la comarca del bajo Aragón, entre las estribaciones de las sierras de Monegros y Javalambre, cuando la tarde apacible y apaciguada cayendo estaba.

Caminábamos al encuentro una cita postergada durante varios años: visitar el mausoleo de Diego de Azagra e Isabel Segura, los ilustres “Amantes”, adormidos en la subrepticia ciudad de Teruel.

El sepulcro, obra del escultor Juan de Ávalos, se halla ubicado en la mudéjar Torre de San Pedro entre un ábside poligonal, y enuncia una susceptible añoranza cincelada en piedra nacarada acoplada a la pasión de los alientos enardecidos, dando origen - comenta el vulgo – a unas laureadas coplas barrocas, atenidas a esa enfermedad delirante la cual crece sin nunca curarse, al buen señalar del depositario Quevedo:

“Es hielo abrasador, fuego helado, / herida que duele y no se siente, un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado”.

¡Salve el nirvana bienhechor! Ahora nos alcanza otro subliminal romance del pasado remoto envuelto en celajes de lejanía. Un grupo de arqueólogos han encontrado en la ciudad italiana de Mantua, dos esqueletos pertenecientes a unos jóvenes del Neolítico, seis mil años después de haber sido inhumados

Los ya bautizados “Amantes de Valardo” – labrantío donde fueron hallados -- están admirablemente conservados y ceñidos en una compostura amorosa.

La defunción del hombre y el posterior sacrificio de la mujer soterrada con él, es una de las hipótesis posibles para explicar la forma del enterramiento: brazos y piernas cruzados como si se protegieran mutuamente.

Adyacente al esqueleto masculino se localizó, a la altura de las cervicales, una punta de sílex, y en la joven una cuchilla alargada entre uno de sus muslos.

Cada uno de los huesos fueron recuperados y expuestos en el Museo Arqueológico Nacional de Mantua, escenario de la ópera Rigoletto. A la par de este hecho sugestivo, ya comenzó a germinar una leyenda semejante a la de Romero y Julieta, los amantes de la cercana Verona inmortalizados en la perdurable obra de Shakespeare – “¡Ay, el sol no querrá alumbrar con sus rayos un día tan cruel!” - o el Teruel de Diego e Isabel.

El poeta ruso Maiakovsky, mirando otros cuerpos igual a los de la narración, obtuvo su propia conjetura: “No acabarán el amor / ni la riña / Ni la distancia. / Pensando, probando, verificando. / Levanto solemne el verso de mil dedos-estrofas. / Juro, fiel y seguro. / Amo.”

Y así, en el mismo instante en que la esencia del Universo fenezca en un halo de luz incandescente, seguirán existiendo partículas de la esencia primogénita con la que Dios hizo el mundo: motas de ternura a raudales.

Por ello, el proverbio venido de la prehistoria, nos habla de una querencia incitada a perdurar al resguardo de las mismas tumbas blanqueadas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario