miércoles, 28 de diciembre de 2011

Expatriados


Haciendo justicia a la llamada “Memoria Histórica”, y tras  finalizar esta semana la ley que permitía  a  los nietos de emigrantes nacidos en otras tierras el derecho de  obtener la nacionalidad de sus abuelos desplazados, en Venezuela hoy  15.000 personas son, con todos los derechos constitucionales, españoles.
El  hecho merece unas líneas de vetustas reminiscencias al socaire de un justo homenaje hacia aquellos desplazados del “éxodo y el llanto”, que ahora  reciben igualdad en la sangre y saliva de sus nietos.
Hombres y mujeres venidos hace muchos años a esta tierra desde los confines del mundo haciendo así de Venezuela el malecón de la ilusión, se hallan legítimamente, muchos años después,  recompensados.
Días pasados, un grupo de ellos se reunieron intentando sostener la tan esperada utopía vuelta realidad. Algunos llevaban en las manos hojas secas de albahaca, tomillo, laurel. También ramalazos de sus lejanos promontorios, lugar del  que  partieron un día con  deseo de  resistir los vaivenes del alma.
Uno mismo acudió a reencontrar su pasado, los días brumosos en que apenas había un lugar donde doblar la cabeza y esperar la llegada del alba.
En cierta forma  sobreviví, tras la posguerra, escribiendo febrilmente en las cuatro páginas del pequeño periódico provinciano. En ese tiempo aciago venció la furia y el terror. Estábamos desnudos, derrotados. Ya no  teníamos ni  siquiera las palabras
Media Europa intentando sobrevivir –españoles, italianos, rusos, portugueses, polacos, rumanos, griegos, magiares - remontando los años cuarenta, tuvo que enviar a cientos de personas a los países latinoamericanos y así hacer frente a la ardua crisis económica de la posguerra. Si alguien mató el hambre ha sido esta heredad, y con el dinero enviado, se ayudó a la reconstrucción de docenas de  pueblos en la cuna de la civilización occidental.
A cambio, Venezuela y otras naciones iberoamericanas  recibieron  un crisol humanístico de una solidez incalculable. El país de Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Andrés Bello…  se hizo abierto, unió sus valores intrínsecos con los forjados a lo largo de los siglos en los conventos, universidades y cortes del continente de la cruz y la espada.
Nueva casta mezclada con muchas otras, siempre ahí, imperecedera madre de  raíces insondables.
Es irrefutable: se  emigra por incontables razones, no obstante  casi siempre  en pos de libertad.
Las personas, cuando sienten tronchado su libre albedrío,  parten con lo puesto igual a gaviotas sin destino. No les importa el terruño, solamente desean comenzar a vivir y respirar de nuevo.
La mayoría de expatriados, ya en la edad cansina, no podrán  irse nunca, se quedarán varados, convertidos en sombras y olvidos quejumbrosos.
 La existencia es un drama. Alguna vez se cristaliza en sainete o tragedia, y en esa puesta en escena, la emigración  sigue siendo el libreto duro de aprender. Posee un sabor a   salitre y se cobija bajo noches cuajadas de aspavientos.
El  esfuerzo colmado de obstáculos no se ha perdido, y a sabiendas de que la mayoría de la diáspora   están bajo tierra caliente a orillas del Caribe, sus nietos seguirán matizando cada una de sus historias asombrosas,  narrando anhelos idealizados y sintiendo el sonido  de un corazón español hasta el mismo  tuétano.

viernes, 23 de diciembre de 2011

13 años perdidos



 
En diciembre de 1998, tras una campaña admirable con visos de renovación política y una nación agrupada tras su figura entonces enjuta y seca, Hugo Chávez gana la presidencia de Venezuela  envuelto en una batahola de renovadas esperanzas.
Había fenecido un viejo tiempo ajado y revoloteaba otro nuevo; hoy, a 13 años del suceso, y ante una revolución fatalista imbuida en un poder egoísta, el país se halla tajantemente dividido, macerado de odios, y lo más sombrío: sin perspectiva de reconciliación nacional.
Ese diciembre le escribí al flamante presidente electo una misiva. En ella había ilusiones matizadas de lo poco que aún creía tener: confianza en el futuro.
Evaporada más de una década, rotos los sueños, hechas pedazos las utopías, la aprensión nos ahoga de tal forma que debemos decir parafraseando a Ortega y Gasset ante el debacle de la II República Española por la que había afanado hasta auparla  sobre el  poder idealizado: ¡No es esto, no es esto!.
 Ese vaso agridulce lo lleva hoy a los labios el pueblo venezolano. En aquella epístola escrita al calor de la utopía, le hablaba de los libros que debiera tener a mano en noches de insomnio, sobre el tálamo de su nuevo aposento en el patio del pez que escupe agua, con el deseo de ayudarle a aventar la adulancia, reconocer la fragilidad humana y mantener el sentido del deber por encima de las ambiciones propias.
¿Y la razón de hablarle de libros? Sincera: la firme creencia en que poco se consigue fuera de ellos, y también con el deseo de no andar a  tientas entre los vericuetos de la acongojante existencia.
Siempre hemos pensado, y otros lo hicieron antes, que para el hombre de razón los libros son riquezas inestimables.
Cicerón lo expresa con certeza: Las ciencias y las letras son el alimento de la juventud y el recreo de la vejez; ellas nos dan esplendor en la prosperidad y son un recurso y un consuelo en la desgracia; ellas forman las delicias del gabinete, sin causar en parte alguna estorbo ni embarazo”.
Una de las obras aconsejadas es un volumen de permanente presencia para quien detenta el poder. Se trata de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, la extraordinaria autora de Archivos del Norte. En sus páginas subsiste  la saga de una pasión, unas vivencias y unos triángulos de hechos históricos  cuya esencia traspasa toda una época.
En las notas finales hay una frase perdurable de Flaubert que acompañó durante media vida a Yourcenar: Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre.
Han trascurrido 13 años y  ese ilusionado camino, que también era  el nuestro, se hizo añicos, sombras, nada.
Miro hacia atrás en esta hora nona, y la luz de aquella hermosa amanecida decembrina  se convirtió en borrasca, camino sin futuro, apremiante desasosiego.

Aguas de rosas




Se acerca a mi ánimo y susurra  como si leyera sobre la  piel desmembrada. Ella me entrega una nota con sabor a sándalo; la recibo y la guardo para leerla después a escondidas.
 “Roca era tu corazón en los comienzos, pero yo arremetí, /  y poco a poco lo quebré con el martillo de la esperanza, / y encontré suave arena de dicha y allí anclé, / y brotó el agua artesiana del amor”.
Las voces  eran del juglar  Pablo Liasidis, el mismo que trenzara toda su obra en lengua chipriota griega, la isla de la perpetua bajamar y tan sarracena ella sin saberlo.
Las palabras de la galanteada tal vez comiencen a hacerse herida y los ensueños, antaño sueltos y vivarachos, empiecen a volverse tristeza u olvido.
No es cierto que el amante posea anhelos libertinos perennemente. La subsistencia desgasta, seca, duele de tal manera que todo en nuestro interior se vuelve una mixtura de hematomas, un camino serpenteado de dolores donde antes existía un pozo de ilusiones.
Es pasada la cosecha cuando el tiempo inapelable nos alcanza y nos enfrentamos con cada uno  de los espectros de nuestra fortuita existencia. A partir de ahí las noches se hacen largas, la fosforescencia parece esconderse, y sentimos como el fresco de la tierra se fue amoldando entre los huesos, ahora mucho más quebradizos.
Oculto en la vereda, vuelto hastío y dobleces, te contemplo al trasluz  de un tiempo rasgado; es lo mismo que cuando llega la fiebre, duele la piel y hay gotas de sudor hasta en el aliento.
 Por esta época, hace añales, ambulando lejos de estos vapores del trópico, a la orilla del río  Duero, por el camino  a la ermita de San Saturio, entre olmos grises con iniciales y fechas de enamorados que cantó en versos el poeta de la  Laguna Negra, me quedaba horas bajo los arcos de la concatedral, mientras contemplaba una torrencial lluvia como nunca he vuelto a ver más.
Cuando Eurípides  pidió no derramar  lágrimas nuevas  sobre penas antiguas, destapó el frasco donde se mezcla la esperanza con unas gotas de agua de rosas, ese bálsamo que los pueblos árabes dan a los enfermos del alma.
Retomo el manual de los poetas griegos,  y Takis Varvitsiotis, venido de Salónica, canta desesperado entre angustias filosas y romero marchito:
 “El libro cerrado, el violín dolorido, / o un ángel roto que vela. / Donde estáis mis manos de niño, / me olvidasteis. Mas no puedo, / ojos ya no tengo para llorar. / La lluvia se limitó sólo al jardín.”
Mirando tras los visillos de la ventana presiento la cercana partida, mientras las pesadas  alforjas se van llenado de hálito, céfiro y olvido...
Voy  manoseando sin tino la estantería de los libros. Ella los tocó, los abrió y los leyó muchas veces. Era el tiempo de la calma, el sosiego recóndito, los días languidecidos y sin fin. Algunas veces amanecía esplendorosamente y al momento ya era de noche. El tiempo no contaba.
 La miraba, y la luz se hallaba toda dentro de ella. Era cual una tea incandescente.

Absolutismo criollo


No soy politólogo, tampoco estudioso de la conducta social; me considero meramente observador de  la compleja situación  de Venezuela, país en  que moro desde hace 35 años, y en el que -  tratándose de una  política irreflexiva sufrida en estos momentos -  percibo variopintos aspectos de la retorcida conducta humana.
 Al decir de Montesquieu, el padrastro de “El espíritu de las leyes”,  – la madre sería  la ley natural -, el principio de todo gobierno son las pasiones humanas: “El de la monarquía, el honor, y el del despotismo, el temor”.
 Hoy poco lectores, tras haber  leído “El espíritu…”,  dejarán de sentir una  impresión de asombro al ver  cómo un libro que no lo es propiamente, sino materiales sueltos para una verdadera obra, haya podido alcanzar una reputación tan vasta.
Haciendo una hipérbole comparativa, sucede igual en política con Hugo Chávez, personaje al que el destino hizo una aberrante jugarreta: al impedirle ser un histrión  de escenario con ramalazos de genialidad, se  convirtió en un ser ofuscado, debido a que un pueblo ávido de hallar  un “salvador” se topó con el  soldado al que la lectura desordenada le llenó la cabeza de ventoleras y aspas de molino.
No hay enmienda: la historia es lo que es sin forma de cambiarla.  No obstante pudiera hacerse algo: comprenderla, y en lo posible aprender de sus equivocaciones.
El  inmediato presente está  lleno  de aprensión a menos de un año de las elecciones presidenciales, momento en que la responsabilidad general, si la hubiera, debiera liar los bártulos de esta ventolera e impedir en las urnas  que el torbellino imperante termine controlando fatalmente la sociedad.
Venezuela, tras  13 años de un gobierno autoritario y cada vez más implacable con las libertades, intenta a toda costa implantar el Socialismo del Siglo XXI, una entelequia que  en opinión de  Jerónimo Carrera, un histórico del Partido Comunista, “es una forma de engañar a incautos”.
El Comandante presidente  tiene una obsesión enfermiza: ser coronado con el título de  “Yo el Supremo”, y ante ello exclama  cual monarca absolutista francés la frase atribuida a Luis XV: “Después de mí, el diluvio”. Incontestablemente se espera que no acontezca esa barbaridad patológica.
En medio  podría venir - Cristo no lo permita -  un  aluvión entre rayos y centellas al ser la situación política actual insostenible.
Un día sí y otro también arma espectáculos dantescos cuyas paradojas  resaltan las analogías demenciales de las que hablaba Ramón del Valle-Inclán en “Tirano Banderas”. Chávez solamente es superado por él mismo. Es el Alfa  y el Omega de las cabriolas lingüísticas, con un exclusivo catálogo de insultos, injurias, insolencias e improperios al por mayor contra la oposición democrática.
Y así,  en esta seudo revolución incapaz de hace algo sostenible, a no ser la corrupción de los jerarcas de la nomenclatura, el país se cae a pedazos, se ahoga a la empresa privada, se importa el 68 por ciento de la comida, los pobres reciben limosnas –subsidios del gobierno, no trabajo-, mientras más de 15.000 personas,  hasta el mes de octubre, han sido asesinadas  a manos del hampa, y eso hace que salir cada día a las calles forme parte de una especie de “ruleta rusa”.

sábado, 14 de mayo de 2011

CARLOS ANDRES PEREZ Una revisión de su vida politica

Líder político, controverso, pero precursor de la  democracia en la América del Sur contemporanea.
Es revisado por  Rafael del Naranco en un nuevo libro que nos descubre los lados mas ocultos
de la realidad sociopolítica de aquellos años. Que decidieron el destino de una República, enzarzada
en conflictos socioeconómicos, que aun quedan por resolver.
Su lectura nos ayudara a aproximarnos a su persona y extraer reflexiones que nos hagan entender
el pasado, presente y futuro, de una tierra bendecida por los Dioses.
Su lectura es indispendable para comprender los avatares de la historia americana.

domingo, 17 de abril de 2011

CUBA:TANTO REMAR...


 Los hermanos Castro


El drama humano, social y político  de Cuba que Raùl Castro presentó en el último cónclave comunista en La Habana, es la demostración de un fracaso que lleva la friolera de 50 años, medio siglo – y se dice pronto -  navegando a contracorriente, para llegar al punto de partida.
Con un control absoluto donde no se movía una simple hoja sin que fuera ordenado por el aparato del partido, y éste supervisado hasta el más mínimo detalle  por Fidel, venir ahora a reconocer lo que cada cubano sabía hace años  y debía morir callado si no quería  ser encerrado en una mazmorra, es una vil canallada.
Cuba ha sido la más grade cárcel del continente latinoamericano con la complacencia de gobiernos llamados demócratas –todos los europeos -  bajo la égida de intelectuales de izquierda felones que acudía a la isla a medrar bajo las palmeras,  agasajados  con sinecuras y manjares que no podía ver ni oler el sufrido pueblo  descendiente de los siboneyes.
Los antillanos de este islote largo como cocodrilo al sol  nacen con miedo, “y eso que se lleva por dentro no es fácil de arrancar. ¿A dónde vamos? Eso nadie lo sabe. Todo el mundo se queja, pero explicarlo públicamente es un crimen de Estado”, así se expresaba un chiquillo habanero que nada conocía del mundo si no era el perímetro de ese  barco anclado en la inmovilidad.
Y agregó a sus palabras  una expresión acongojada:  “Lo que más deseo es que todo esto acabe pronto para poder saber qué es ser libre; no sólo para viajar, eso viene después, sino para opinar, para creer, para poder ser yo…”
Fidel le pasó el báculo a Raúl. El gobierno parece un geriátrico; Castro, el fundador de la saga, sigue marcando las decisiones con esa testarudez sórdida de los viejos incapaces de ver que la vida se les va a marchas forzadas, y aún se agarran a un pasado áspero, convertido en brumal y polvo. 
El sábado  comenzó el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, con la vana intención de “actualizar” el monolítico   sistema económico y elegir el nuevo liderazgo.
Los mil delegados, como piedras de polen, escucharan  los discursos   de la nomenclatura gobernante durante cuatro días en el Palacio de Convenciones. El hermanísimo, presidente a dedo del país, habló ya en primer lugar.
Los medios de comunicación destacaron algunas de sus frases, que hoy ya suenan huecas, desfasadas y hasta ofensivas para la conciencia.
- “Los cuadros se acostumbraron a que todo se decidiera ‘arriba”.
Una pregunta necia como todas las que a continuación vienen: Fidel, el Máximo Líder, ¿permitía alguna otra actitud que no fuera la ciega obediencia?
- “En esta Revolución todo está dicho. Lo que aprobemos en este Congreso no puede sufrir la misma suerte que los acuerdos de los anteriores, casi todos olvidados sin haberse cumplido”.
- “Se requiere también dejar atrás (en la prensa nacional), definitivamente, el hábito del triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional”.
- “No haber resuelto este último problema en más de medio siglo (ascenso de mujeres, negros y otros grupos a cargos de dirección) es una verdadera vergüenza”.
- “Hoy afrontamos las consecuencias de no contar con una reserva de sustitutos debidamente preparados, con suficiente experiencia y madurez.”
La revolución cubana fracasó, no tenía otro final. Se había olvidado desde el primer día del ser humano y sus derechos regidos por la libertad. 

jueves, 14 de abril de 2011

Negritud

Aquel día azulino en la isla de Martinica, las ternuras se hicieron sonajas del viento al ritmo de las olas, y Aimé Césaire se volvió mariposa, sonido bailable de palmeras. Al partir tenía 94 años, edad en que los recuerdos parecen venidos de otra eternidad.
Lo había dicho: “Morimos nuestra muerte en bosques de eucaliptos gigantes”. Al final lo supimos y solamente atinamos a mirar la bóveda estrellada y la silueta cimbreante de una piel color caoba.
El poeta, al escribir, se entrelazaba con sus ancestros africanos:
 “Yo que Krakatoa / yo que todo mejor que monzón / yo que a pecho descubierto / yo que carraspeo como un árgano viejo / yo que balo mejor que una cloaca / yo que fuera de gama / yo que Zambeze frenético o rombo o caníbal”.
En las estaciones en que el continente de la negritud era la ensoñación de Dios y sus habitantes guardianes del Paraíso, los blancos, reflejo en carne viva del desalmado Leopoldo III de Bélgica, llegaron sobre océanos brunos con estiletes y pólvora, y ya nada volvió a ser lo mismo.
El rimador excelso lo dijo con sufrimientos propios en aquel librito primerizo llamado ‘Cuaderno del retorno al país natal’: “Soy de la raza de los oprimidos”.
Sus versos, tallados en cocoteros, eran ecos llegados de la hondonada de los tiempos. Los entrelazaba con el retumbo del tambor y el contacto con otros poetas de colonias francesas, al unísono con el senegalés Léopold Sédar Senghor y el guayanés Léon-Gontran Damas.
Profundamente anti-colonialista, no dejó ni un solo momento de poner sus ideas al servicio de la isla amada con la que cubría a todos los desposeídos de la tierra.
Siempre entendió la “negritud” como una reacción a la asimilación cultural que imponía la opresión. En la defensa de ella empeñó cada instante de su vida, tanto en la literatura, centrada en la poesía, como en su dilatada carrera política.
Al llegar la hora terminante de su partida, al filo de la noche, rompiendo el silencio envuelto en hervor de caracolas, Aimé Césaire se despidió: “El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre. Soy el que canta con la voz aherrojada en el jadeo de los elementos. Es dulce ser nada más que un pedazo de madera, un corcho, una gotita de agua. La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado”.
Si el viajero acude a la isla Martinica muy temprano en la mañana y coloca su rostro cara al céfiro amasado de salitre, escuchará nítidamente a Aimé Césaire decir que la “negritud” es la voz de Dios acariciando a la raza humana más desposeída.

Pavana en flor

  A  esa muchacha que a la caída de la tarde se hace palomilla en la travesía de la Escandalera, le hemos ido hilvanando su vivencia interior,  pues siendo tan niña, y al verla cual cervatillo asustadizo, apetece beber del dulce aguamiel de su alma.
En la  Grecia tramontana, entre las blancas casas  de la isla de Creta, sería una vestal, rosa virginal del fuego  coronada de guindas y bebiendo el suave vino de Chipre frente al mar, entre  los brazos de Cupido.
Pero aquí,  en la ciudad vetusta, la vida le hizo una mala jugada, y en lugar de la despierta Deyanira,  se trocó en un personaje ardiente de las noches cenicientas.  Si hubiera nacido en tiempos de Cydno, en Mytilene, lugar del rocío de los mortales, sería la preferida de Cloe, la neófita.
Si cuenta  con veinte primaveras, es mucho. Cuando suspira, y lo hace a escondidas apoyada a la figura colosal de Fernando Botero, creemos ver   en su mirada  un tinte color ceniza. La observo sumida en gemidos y presiento  un alma más sola que los desencajados arbolitos  que intentan crecer,   en la cercana Plaza Polier,  apretados al corsé de cemento o las maletas de Eduardo Úrculo.
(Toda maleta termina siendo la propia cutícula del viajero. De tanto hacerla y deshacerla, se  convierte en un pedazo más de  nuestro propio yo.)
Ya expresado el paréntesis,  si pudiera, con mirra de Egipto, miel de Trujillo y azafrán de la baja Andalucía, cubriría la desnudez de la joven ceñida de aislamiento.
Alguna vez, haciendo añicos la timidez de los años, me acerco a colocarle alas a su sonrisa cansada,  a romper con mi presencia  ese quejido sin aliento:
 “No escuches, niña, lo que la gente te dice, / que soy viejo y no soy para ti buena pareja; / ven, que todo es mentira, no dejes que se burlen, / hay un tibio amanecer digno de un mediodía”.
El poema, escrito sobre un pergamino de piel de cabra entre olivos y almendros, en lengua chipriota griega,  si   lo escucháramos en su resonancia original, sabríamos cómo Liasidis buscó el amor durante toda su vida por las apretujadas  calles de Salónica y, el día que lo halló, comenzaron  a amortajar su cuerpo con sábanas de lino y aceites de Esmirna.
La  mozuela   no sabrá  de esa leyenda; su mundo es el requiebro de un beso furtivo, la sombra de un cuartucho de hotel donde  esconde las fantasías, desnuda el cuerpo y deja sus ojos clavados en el techo desconchado de la habitación, lugar en que  el olor a lavanda impregna las sábanas y rezuma en la piel de su acompañante de ocasión, de quien ignora su nombre y en ningún momento mirará a los ojos.
En esa hora ovetense tan cenicienta,  hay en el aire un repiqueteo de campanas venidas  de la alta aguja de la catedral, acompasando  los pasos conventuales de la enigmática  Ana Ozores.

domingo, 10 de abril de 2011

Otro Chávez

Llamar a América Latina “el Continente de la Esperanza” es una incoherencia ante los desbarajustes políticos  que aún perduran, y cuyo fatalismo, en expresión de los teorizantes populistas,  comenzó con la conquista hispana engendrada hace  500 años.
En los  dos siglos de independencia, la América  que antes fue española  y portuguesa,  forjó su destino con mayores o iguales defectos  de los que intentaron sacudirse.
 Estos pueblos padecieron, a recuento de sus propios caudillos, militarotes y  políticos corruptos,  la misma opresión de la que se habían,  teóricamente,  liberado.
En este instante mismo, en naciones como Bolivia, Ecuador,  Nicaragua, Venezuela y Perú, si una  oficinista  desea obtener un trabajo, debe presentar documentos como si fueran a ocupar un alto cargo en la empresa, mientras que para llegar a presidente de la nación es suficiente con ser medio instruido, vociferar en demasía, odiar a los norteamericanos y, en el momento actual, tener la bendición del impredecible Hugo Chávez  además de su apoyo económico.
Esta  realidad, encerrada en lava y fuego, lleva añales  - aún antes de  levantarse las piedras de Macchu Picchu -   intentado amasar la arcilla de su propia idiosincrasia
En medio de esos días y noches interminables, el pueblo bebe leche agria esperando la llegada del Mesías, un hombre misántropo envuelto en poncho o ruana a caballo, mientras, garrocha o vara  en mano, expande gritos de libertad que el viento desgarra y el polvo entierra.
De nada han servido esa expansiva estela de líderes, poetas, literatos, guerrilleros con alma y soñadores a granel, uncidos a un pueblo vivaracho, alegre y bonachón, siempre inclinado a hacer toda guerra de Canudos, sin importarle la impenetrable selva, la sequedad de los sertones, el caudal de  ríos tan anchos como mares, cumbres  de nieve perennes, llanos enchumbados o ese oleaje calenturiento del Caribe donde las ilusiones se bañan  anhelando reverdecer.
América Latina tropieza una y otra vez  en la misma demagogia ceñida a  promesas y  engaños, hasta la consumación de los siglos  o hasta que el continente – si nadie lo remedia -  se desgarre y demuela sus quimeras.
En  una  página del libro de Gabriel García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, un personaje  habla: “Para los europeos América del Sur es un hombre de bigote, con una guitarra y un revólver. No entienden el problema”.
 Y menos aún se comprenderá  cuando a los palacetes de los gobiernos llegan personajes de la picaresca política, embaucadores de turno, gracejos  de ocasión y resentidos seres sin preparación, ideas ni principios púdicos.
 Hoy mencionamos a Ollanta  Humala – otro párvulo de Chávez- ,  quizás presidente del Perú en la segunda vuelta tras las elecciones del domingo, pero antes  lo fueron en lo cercano y lastimero, Alberto Fujimori, el mismo  Hugo Chávez,  Evo Morales, Daniel Ortega o Rafael Correa.
Difícilmente entonces  puede ser Latinoamérica un continente de libertades  si  tronca cada día  en tolvanera la esperanza anhelada.


domingo, 3 de abril de 2011

Falsear la historia

 Son sistemáticas, al  formar parte de la tramoya embaucadora, las escenas punzantes que las dictaduras -en esta ocasión específica, la venezolana de Hugo Chávez-  ensamblan como principio  amoral  para justificarse  ante las páginas de la  historia.
El tiempo es a  la vez circular e inamovible. Van a cumplirse  nueve años del 11 de abril  2002, y de la  mascarada subversiva    montada ese día aciago  en las calles de Caracas,  nadie sabe con certeza lo acaecido.
Hay mil historias diversas, cada una más estrambótica,  rodando por pueblos y ciudades de Venezuela, pero una sola es verdadera y no está precisamente en el Palacio de Miraflores,  aposento del  Máximo Líder de todo este tinglado enmarcado en una entelequia  irracional llamada  “Socialismo del Siglo XXI”, que más se parece  a una copia del “Libro Verde” de Gadafi, que a los lineamientos del caduco marxismo científico.
La verdad es hija del tiempo, no de los espadones de turno.  Hubo muertos a bocajarro al comienzo de la intentona armada,  y ahora,   mientras los verdugos del oficialismo se pavonean recubiertos de lisonjas sobre las calles de Venezuela,  un puñado de subyugados acusados  de masacrar al aire viciado de ese día sin pruebas ni razones,  se pudren en las cárceles.
En un Gobierno con poderes dictatoriales cuyos jueces él mismo  Presidente nombra, las sentencias  siempre son a su favor  con razón o sin ella.
El futuro político del país caribeño es la uniformidad, el pensamiento único  del chavismo. Las neuronas se tornaron color bermellón, y los medios de comunicación independientes, si desean continuar en el laberinto de la sociedad imperante, deberán aceptar  las directrices del Estado alevoso.
Parte del amplio espectro de radio,  televisión  y prensa, lo ocupan  los apegados al sistema. Yuxtapuesto a Venezolana de Televisión  -  voz del Comandante en Jefe -  el régimen fiscaliza  férreamente el éter y las blandas hojas de los diarios. 
Los medios informativos  que intentar volar   a ras de tierra tienen plomo en las alas.
Venezuela, el terruño de afanes y congojas,  se halla  inmersa en una insondable oscuridad. Los valores de la democracia  están triturados y lanzados al foso de  la ignominia. No habrá más que una sola frecuencia de onda, un esquema ideológico central al servicio del autócrata que el pueblo de Simón Bolívar, Francisco de Mirando, Andrés Bello y Rómulo Gallegos, creyendo en quiméricas promesas, favoreció en las urnas.
Cada día  que trascurre,   la nación bolivariana  se está acercando más a la destemplanza y los lamentos.
Las personas  de buena y noble fe, creyentes aún de esa lobreguez venida de los crepúsculos más negruzcos, se van desencantando cada vez más, al estar frente  a un poder irresoluto presidido por un militar  con dotes de mago suburbano, y cuyo don pasmoso se sostiene a recuento de la soldadesca, la corrupción sin límites, las falsas promesas y el control férreo de las estructuras del Estado.
Existe poca o ninguna nobleza en esta caterva de personajillos que han llegado al poder con los pensamientos descompuestos y una sed de aborrecimiento monstruoso asentado  en la lucha de clases.
En otra  hora tan  menguada quizás como esta, en la otra orilla del océano ignoto,  Manuel Azaña expresó bajo la luz cenicienta de un Madrid republicano: “La libertad necesaria no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”.

martes, 29 de marzo de 2011

Un premio deshonrado

 El exabrupto  sucedió en Argentina, y uno no sabe si tomarlo  a mofa o como  la consecuencia de un acto rastrero de adulancia: El presidente venezolano Hugo Chávez - autócrata a tiempo completo -   ha recibido  de manos de la profesora  Florencia Saintout, decana de la Universidad de la Plata,  el premio “Paladín de la libertad de expresión”.
Posiblemente en el gobierno de la inefable  Cristina Kirchner, acostumbrado a impedir la circulación de periódicos con piquetes peronistas, amenazar a los informadores con cabillas   e imponer mordazas policiales en las redacciones de los medios de comunicación no afines al régimen, esa loa al soldadesco venezolano demuestra la bajeza a la que pueden llegar con descaro los regímenes populistas y felones.  
Chávez cerró hasta su doceavo año de gobierno –  habla de seguir en el poder hasta el año 2030 “o más” –  emisoras de radio y televisión; arrinconó al ostracismo, presionando a las empresas periodísticas con no entregar divisas para adquisición de insumos, a conocidos periodistas, y desde hace una década, prácticamente todos los días encadena los medios audiovisuales  del país para que obligatoriamente su voz sea la única percibida. La mayoría de esas peroratas altisonantes y machaconas,  pueden durar  hasta nueve horas  continúas.
Si a esto  se le añade que los medios de comunicación del Estado  no están al servicio de la nación, sino que son parte ideológica del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv),  brazo informativo exclusivo de  Chávez
Ante el  magro panorama, pocas veces  un reconocimiento universitario  cayó tan bajo y  una casa de estudios se arrastró de tal forma por los suelos.
El Comandante- Presidente criollo  es el mayor oligarca radiodifusor: controla 72  medios impresos bajo el epígrafe de Bloque Bolivariano de Prensa; 159 estaciones de radio comunitarias, a las que se añaden Radio Nacional, el Circuito YVKA Mundial y Radio Activa;  las televisoras  Canal 8, Asamblea Nacional TV, Vive, Telesur  y unas 26 estaciones  regionales  privadas en manos de partidarios suyos.
Nunca, en la historia del país de Simón Bolívar, tanto poder informativo estuvo al servicio de un partido político: el chavismo.
Albert Speer, ministro de Hitler, tras la derrota analizó   el despotismo nazi  y describió sus métodos: “Fue la primera dictadura  que hizo uso completo de todos los medios  técnicos para la dominación de su propio país. Mediante elementos como la radio, ochenta millones de personas fueron privadas  del pensamiento independiente”.
Los gobiernos  déspotas pueden prescindir de la libertad; sus ciudadanos jamás  desasirse de ella.
Sin la autonomía de las ideas, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy  nos hallamos donde estamos, en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque seres humanos imbuidos de coraje han abierto hendiduras con sus propias manos para enseñarnos la refulgencia de la emancipación.
Esa es la raíz de escribir con tanta insistencia sobre los principios de la libertad en naciones como Venezuela.

domingo, 27 de marzo de 2011

Contar la vida

Existe en nuestro interior un individuo arrullado por  alones de lluvia, y el alma rezuma humedad. En el lejano terruño,  collado recóndito al  norte de Hispania, llueve tan continuo que las miradas de los niños son ánforas, y las gotas de escarcha la  nana que los hace adormecerse al runrún  del  sonsonete.
“Duérmete hijo del alma que viene el coco, y se lleva a los niños que duermen poco”. 
 La abuela,  apretujada a los años,   se adormecía antes que el pequeñuelo lo hiciera entre vapores del puchero repleto de berzas  ensalzadas con hojas de tomillo y pistilos de azafrán.
Fuera de la casona de piedra,  lejos de los visillos ensortijados  de la opaca ventana, sobre el campo sembrado de robles, castaños, hayas, pinos y eucaliptos, el agua se aletargaba entre los  cuencos de  los duros troncos, esperando la luz cansina de la alborada.
 La niebla se esparce en el aprisco mientras  dentro del hogar  solariego, el calor de la lumbre incita a una dúctil duermevela o a la lectura de añejos libros deshilachados  acumulados sobre la hornacina donde el niño juega a dormirse.  Lo miro, y sus ojillos parecen lucecillas o luciérnagas que parpadean.
Ojeo, intentando conjurar la alucinación del sueño, una antología de Joseph Brodsky con el título “No vendrá el diluvió tras nosotros”.  Fuera, en el patio, campos labrantíos,  y en la raya de la montaña el agua sigue amasando la tierra.
Releo a pedazos la “Gran elegía a John Donne”: “La cama se ha dormido; se ha dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras, ropero, aparador, la vela y las cortinas”.
Uno sobrevive de mengua, soledad, abandono o desaliento. La causa  tal vez sea lo de menos; lo es sin duda ese concepto afligido y punzante llamado indiferencia.  Se ha escrito a lo largo de la historia tanta filosofía, poesía y novela que si la amontonáramos y levantáramos una escalera, llegaríamos a las mismas puertas del nirvana para preguntarle a Dios si en verdad es Él  o una taxativa  invención de la angustiada quimera humana.
Por supuesto, no habrá respuesta: hace añales, antes de que el hombre estuviera solo,  que los dioses ya no hablan con la raza humana;  a despecho de tan hiriente  verdad, hay que leer a  Brodsky.
Pura bagatela,  y aún así  hermosa. Si muere el mar, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros? Estamos, igual al yermo de la existencia,  hechos de salitre, guijarros, arena fina, caracolas, algas, promontorios solitarios y horizonte ancho e inmenso.
Primero fue la palabra  matizada de espíritu en el Génesis.
 “Yo Soy el que soy”, hablaba Jehová en el primer pasaje de la Biblia, y es que siendo  Dios omnipresente, todo se convierte en vocablo humano cuando se expresa  en las páginas de los  libros.
En opinión de Terrence Deacon,  no hay diferencia entre el origen del lenguaje y el de la vida: “Esta sólo es posible cuando se proyecta el pasado en el presente.” 
Fuera de una duda razonable, la subsistencia toda, aunque sea insignificante como la del escribidor,  hay que contarla, exponerla, gritarla en papiro o barro cocido, sobre la palma de una mano o taladrada en la mirada del ser que uno ama.
Si así sucede, la muerte se volverá simplemente un cambio de luz tenue.

viernes, 25 de marzo de 2011

El libro verde

Cualquier monografía imparcial de Muamar el Gadafi dirá lo trillado: es un autócrata con trastornos mentales. En su riego sanguíneo conviven la esquizofrenia, el narcisismo, la obsesión agresiva y una idiosincrasia histriónica.
Gadafi, una vez fiscalizado el poder en nombre de la “libertad del pueblo”, impuso medidas destinadas a silenciar cualquier contestación a su política, entre ellas la prohibición del derecho de huelga, la censura informativa y la codificación de delitos contrarrevolucionarios con penas que pueden llegar a la horca.
Sobre esa plataforma, el autócrata norteafricano gobierna con su “Libro Verde” convertido en Constitución. No necesita más. Su palabra es ley. Dice haber recibido del limbo, meditando un día en su jaima, la respuesta a los problemas existenciales, y ahora manan de sus labios de manera efervescente.
Tras 42 años de poder absoluto, y sin que nadie hubiera desobedecido ni una sola de sus decisiones, se cree una deidad. Hace décadas que dejó de asentar los pies en la tierra, y pervive en una crisálida alejado de realidad.
A mediados de esta semana, en uno de esos arrebatos que le impiden ver lo que está sucediendo, lanzó por televisión, en medio de una puesta en escena esperpéntica, unos de esos discursos grandilocuentes a los que el sufrido pueblo libio está tan lastimosamente acostumbrado.
Visto tras su atuendo enrevesado de entorchados, era la sombra alucinada de aquel dictador que inmortalizó en el cine Charles Chaplin. Su voz era aflautada bajo unos ojos inflamados: “Lograremos la victoria al final. No nos rendiremos, les derrotaremos por todos los medios”. Lo señaló Calderón de la Barca en aquel soliloquio de Segismundo: “Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Algunos, amargamente, se tiñen sangre.
Se hallaba rodeado de sus partidarios que le ovacionaron entusiasmados y le servían a su vez de escudos humanos ante el temor de nuevos ataques. Sobre ellos, invisibles, las palabras de Dante a las puertas del Averno: “Los que entréis aquí, perded toda esperanza”.
Fuera ya de la realidad, Gadafi no se da cuenta de que comenzó a ser la sombra alargada de un ciprés en la tapia de un cementerio. Su lápida sepulcral serán las tapas del “Libro Verde”, un compendio de ideas ampulosas con ramalazos de iconografía efervescente.
Dinero no le falta, aunque le hayan congelado sus cuentas, fondos y bienes en el exterior. Según el diario “Financial Times , el Coronel tiene 143,8 toneladas de oro en su banco central, de acuerdo con los datos del Fondo Monetario Internacional.
Quizás cambie toda esa riqueza por un exilio dorado en Isla Margarita, Venezuela, en la que su “hermano del alma” Hugo Chávez, gobierna con poderes absolutitas y le espera con los brazos abiertos.

lunes, 21 de marzo de 2011

La guerra de Chávez


El gobernante Hugo Chávez denuncia a sotavento que Estados Unidos planea provocar violencia interna en Venezuela de cara a las elecciones presidenciales en diciembre de 2012 para incitar a su derrota y apoderarse del petróleo, mientras advierte  a Barack Obama que  su país no será una segunda Libia.
Los “yanquis” no necesitan arrebatar  el crudo de las tierras de “Doña Bárbara” en la novela de Rómulo Gallegos: el comandante se lo vende todito y cobra al instante, por tal razón, sus palabras referentes a una amenaza del Imperio  saben a huecas.
 Las expresiones  del mandamás criollo son una justificación trivial con el deseo de poder apertrecharse de equipos bélicos. En los últimos seis años ha comprado 15 millardos de dólares – se dice pronto – en armas. A eso se  debe añadir lo  gastado en los períodos anteriores.
La guerra  - no en la idea moralista  del maestro Sun Tzu - es una imagen perenne en la mente del Teniente Coronel, el cual prefiere ser llamado “Comandante-Presidente”.
En su fuero interno o en sus noches de insomnio,  hace elucubraciones con los últimos cacharros bélicos adquiridos. El hombre todo lo imagina, y tristemente, la única vez que tuvo ocasión de demostrar el valor castrense se ocultó en el Museo Militar  de Caracas sin disparar un solo tiro. Sucedió cuando   encabezó  una asonada militar contra Carlos Andrés Pérez en  1992.
Ahora, envalentonado, dice estar construyendo el ejército más inexpugnable del mundo.
No sabemos con quién será la pelea. Estados Unidos ni le mira. Colombia bastante tiene con sus problemas domésticos; Brasil está en otra onda, mientras las pequeñas islas del Caribe piensan solamente en poder llegar a final de mes con sus escuálidos presupuestos.
 Entonces: ¿Para qué tantas armas? Simplemente como entretenimiento de un militar quedado a medio camino entre las estrategias de  cartulina de la Academia Militar y la cabalgadura en desbandada de  sus elucubraciones.
 En las laderas de la cordillera de El Ávila, al pie de Caracas,  al llegar la invasión, piensa ubicar a docenas de reservistas dispuestos, con fusiles oxidados, a salvar a la patria de un peligro inminente.
Debería el Napoleón caribeño ponerse al día, en lo que a armamento se refiere, dejando atrás los obsoletos aviones y helicópteros rusos; lo que se estila ahora son los sofisticados   cazas construidos por la empresa Dassault en la localidad francesa de  Burdeos.
Es más – y no es ciencia ficción -: existen armas más bien salidas de la “Guerra de las galaxias”. Artefactos capaces de destruir el mundo y contra las cuales no hay defensa posible.
Hay cierto instrumento mortal, un rayo teledirigido llamado  “Elipton”,  cuyo cañón de partículas neutras es lo último en el ingenio agresivo.
¿Se imaginan al  Máximo Líder  venezolano disponiendo de esa lindeza y con un poco de energía  hacer polvo la cúpula del Capitolio estadounidense?
No hay pena. Todo se andará a razón  del corolario mental del “Tirano Banderas” caribeño.