Llamar a América Latina “el Continente de la Esperanza” es una incoherencia ante los desbarajustes políticos que aún perduran, y cuyo fatalismo, en expresión de los teorizantes populistas, comenzó con la conquista hispana engendrada hace 500 años.
En los dos siglos de independencia, la América que antes fue española y portuguesa, forjó su destino con mayores o iguales defectos de los que intentaron sacudirse.
Estos pueblos padecieron, a recuento de sus propios caudillos, militarotes y políticos corruptos, la misma opresión de la que se habían, teóricamente, liberado.
En este instante mismo, en naciones como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y Perú, si una oficinista desea obtener un trabajo, debe presentar documentos como si fueran a ocupar un alto cargo en la empresa, mientras que para llegar a presidente de la nación es suficiente con ser medio instruido, vociferar en demasía, odiar a los norteamericanos y, en el momento actual, tener la bendición del impredecible Hugo Chávez además de su apoyo económico.
Esta realidad, encerrada en lava y fuego, lleva añales - aún antes de levantarse las piedras de Macchu Picchu - intentado amasar la arcilla de su propia idiosincrasia
En medio de esos días y noches interminables, el pueblo bebe leche agria esperando la llegada del Mesías, un hombre misántropo envuelto en poncho o ruana a caballo, mientras, garrocha o vara en mano, expande gritos de libertad que el viento desgarra y el polvo entierra.
De nada han servido esa expansiva estela de líderes, poetas, literatos, guerrilleros con alma y soñadores a granel, uncidos a un pueblo vivaracho, alegre y bonachón, siempre inclinado a hacer toda guerra de Canudos, sin importarle la impenetrable selva, la sequedad de los sertones, el caudal de ríos tan anchos como mares, cumbres de nieve perennes, llanos enchumbados o ese oleaje calenturiento del Caribe donde las ilusiones se bañan anhelando reverdecer.
América Latina tropieza una y otra vez en la misma demagogia ceñida a promesas y engaños, hasta la consumación de los siglos o hasta que el continente – si nadie lo remedia - se desgarre y demuela sus quimeras.
En una página del libro de Gabriel García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, un personaje habla: “Para los europeos América del Sur es un hombre de bigote, con una guitarra y un revólver. No entienden el problema”.
Y menos aún se comprenderá cuando a los palacetes de los gobiernos llegan personajes de la picaresca política, embaucadores de turno, gracejos de ocasión y resentidos seres sin preparación, ideas ni principios púdicos.
Hoy mencionamos a Ollanta Humala – otro párvulo de Chávez- , quizás presidente del Perú en la segunda vuelta tras las elecciones del domingo, pero antes lo fueron en lo cercano y lastimero, Alberto Fujimori, el mismo Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega o Rafael Correa.
Difícilmente entonces puede ser Latinoamérica un continente de libertades si tronca cada día en tolvanera la esperanza anhelada.
Que cosa más cierta todo lo que dices en este post. Si de alguien es la culpa por los gobernantes que tenemos somos nosotros mismos. ¿Despierten pueblos!
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