viernes, 23 de diciembre de 2011

13 años perdidos



 
En diciembre de 1998, tras una campaña admirable con visos de renovación política y una nación agrupada tras su figura entonces enjuta y seca, Hugo Chávez gana la presidencia de Venezuela  envuelto en una batahola de renovadas esperanzas.
Había fenecido un viejo tiempo ajado y revoloteaba otro nuevo; hoy, a 13 años del suceso, y ante una revolución fatalista imbuida en un poder egoísta, el país se halla tajantemente dividido, macerado de odios, y lo más sombrío: sin perspectiva de reconciliación nacional.
Ese diciembre le escribí al flamante presidente electo una misiva. En ella había ilusiones matizadas de lo poco que aún creía tener: confianza en el futuro.
Evaporada más de una década, rotos los sueños, hechas pedazos las utopías, la aprensión nos ahoga de tal forma que debemos decir parafraseando a Ortega y Gasset ante el debacle de la II República Española por la que había afanado hasta auparla  sobre el  poder idealizado: ¡No es esto, no es esto!.
 Ese vaso agridulce lo lleva hoy a los labios el pueblo venezolano. En aquella epístola escrita al calor de la utopía, le hablaba de los libros que debiera tener a mano en noches de insomnio, sobre el tálamo de su nuevo aposento en el patio del pez que escupe agua, con el deseo de ayudarle a aventar la adulancia, reconocer la fragilidad humana y mantener el sentido del deber por encima de las ambiciones propias.
¿Y la razón de hablarle de libros? Sincera: la firme creencia en que poco se consigue fuera de ellos, y también con el deseo de no andar a  tientas entre los vericuetos de la acongojante existencia.
Siempre hemos pensado, y otros lo hicieron antes, que para el hombre de razón los libros son riquezas inestimables.
Cicerón lo expresa con certeza: Las ciencias y las letras son el alimento de la juventud y el recreo de la vejez; ellas nos dan esplendor en la prosperidad y son un recurso y un consuelo en la desgracia; ellas forman las delicias del gabinete, sin causar en parte alguna estorbo ni embarazo”.
Una de las obras aconsejadas es un volumen de permanente presencia para quien detenta el poder. Se trata de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, la extraordinaria autora de Archivos del Norte. En sus páginas subsiste  la saga de una pasión, unas vivencias y unos triángulos de hechos históricos  cuya esencia traspasa toda una época.
En las notas finales hay una frase perdurable de Flaubert que acompañó durante media vida a Yourcenar: Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre.
Han trascurrido 13 años y  ese ilusionado camino, que también era  el nuestro, se hizo añicos, sombras, nada.
Miro hacia atrás en esta hora nona, y la luz de aquella hermosa amanecida decembrina  se convirtió en borrasca, camino sin futuro, apremiante desasosiego.

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