martes, 29 de marzo de 2011

Un premio deshonrado

 El exabrupto  sucedió en Argentina, y uno no sabe si tomarlo  a mofa o como  la consecuencia de un acto rastrero de adulancia: El presidente venezolano Hugo Chávez - autócrata a tiempo completo -   ha recibido  de manos de la profesora  Florencia Saintout, decana de la Universidad de la Plata,  el premio “Paladín de la libertad de expresión”.
Posiblemente en el gobierno de la inefable  Cristina Kirchner, acostumbrado a impedir la circulación de periódicos con piquetes peronistas, amenazar a los informadores con cabillas   e imponer mordazas policiales en las redacciones de los medios de comunicación no afines al régimen, esa loa al soldadesco venezolano demuestra la bajeza a la que pueden llegar con descaro los regímenes populistas y felones.  
Chávez cerró hasta su doceavo año de gobierno –  habla de seguir en el poder hasta el año 2030 “o más” –  emisoras de radio y televisión; arrinconó al ostracismo, presionando a las empresas periodísticas con no entregar divisas para adquisición de insumos, a conocidos periodistas, y desde hace una década, prácticamente todos los días encadena los medios audiovisuales  del país para que obligatoriamente su voz sea la única percibida. La mayoría de esas peroratas altisonantes y machaconas,  pueden durar  hasta nueve horas  continúas.
Si a esto  se le añade que los medios de comunicación del Estado  no están al servicio de la nación, sino que son parte ideológica del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv),  brazo informativo exclusivo de  Chávez
Ante el  magro panorama, pocas veces  un reconocimiento universitario  cayó tan bajo y  una casa de estudios se arrastró de tal forma por los suelos.
El Comandante- Presidente criollo  es el mayor oligarca radiodifusor: controla 72  medios impresos bajo el epígrafe de Bloque Bolivariano de Prensa; 159 estaciones de radio comunitarias, a las que se añaden Radio Nacional, el Circuito YVKA Mundial y Radio Activa;  las televisoras  Canal 8, Asamblea Nacional TV, Vive, Telesur  y unas 26 estaciones  regionales  privadas en manos de partidarios suyos.
Nunca, en la historia del país de Simón Bolívar, tanto poder informativo estuvo al servicio de un partido político: el chavismo.
Albert Speer, ministro de Hitler, tras la derrota analizó   el despotismo nazi  y describió sus métodos: “Fue la primera dictadura  que hizo uso completo de todos los medios  técnicos para la dominación de su propio país. Mediante elementos como la radio, ochenta millones de personas fueron privadas  del pensamiento independiente”.
Los gobiernos  déspotas pueden prescindir de la libertad; sus ciudadanos jamás  desasirse de ella.
Sin la autonomía de las ideas, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy  nos hallamos donde estamos, en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque seres humanos imbuidos de coraje han abierto hendiduras con sus propias manos para enseñarnos la refulgencia de la emancipación.
Esa es la raíz de escribir con tanta insistencia sobre los principios de la libertad en naciones como Venezuela.

domingo, 27 de marzo de 2011

Contar la vida

Existe en nuestro interior un individuo arrullado por  alones de lluvia, y el alma rezuma humedad. En el lejano terruño,  collado recóndito al  norte de Hispania, llueve tan continuo que las miradas de los niños son ánforas, y las gotas de escarcha la  nana que los hace adormecerse al runrún  del  sonsonete.
“Duérmete hijo del alma que viene el coco, y se lleva a los niños que duermen poco”. 
 La abuela,  apretujada a los años,   se adormecía antes que el pequeñuelo lo hiciera entre vapores del puchero repleto de berzas  ensalzadas con hojas de tomillo y pistilos de azafrán.
Fuera de la casona de piedra,  lejos de los visillos ensortijados  de la opaca ventana, sobre el campo sembrado de robles, castaños, hayas, pinos y eucaliptos, el agua se aletargaba entre los  cuencos de  los duros troncos, esperando la luz cansina de la alborada.
 La niebla se esparce en el aprisco mientras  dentro del hogar  solariego, el calor de la lumbre incita a una dúctil duermevela o a la lectura de añejos libros deshilachados  acumulados sobre la hornacina donde el niño juega a dormirse.  Lo miro, y sus ojillos parecen lucecillas o luciérnagas que parpadean.
Ojeo, intentando conjurar la alucinación del sueño, una antología de Joseph Brodsky con el título “No vendrá el diluvió tras nosotros”.  Fuera, en el patio, campos labrantíos,  y en la raya de la montaña el agua sigue amasando la tierra.
Releo a pedazos la “Gran elegía a John Donne”: “La cama se ha dormido; se ha dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras, ropero, aparador, la vela y las cortinas”.
Uno sobrevive de mengua, soledad, abandono o desaliento. La causa  tal vez sea lo de menos; lo es sin duda ese concepto afligido y punzante llamado indiferencia.  Se ha escrito a lo largo de la historia tanta filosofía, poesía y novela que si la amontonáramos y levantáramos una escalera, llegaríamos a las mismas puertas del nirvana para preguntarle a Dios si en verdad es Él  o una taxativa  invención de la angustiada quimera humana.
Por supuesto, no habrá respuesta: hace añales, antes de que el hombre estuviera solo,  que los dioses ya no hablan con la raza humana;  a despecho de tan hiriente  verdad, hay que leer a  Brodsky.
Pura bagatela,  y aún así  hermosa. Si muere el mar, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros? Estamos, igual al yermo de la existencia,  hechos de salitre, guijarros, arena fina, caracolas, algas, promontorios solitarios y horizonte ancho e inmenso.
Primero fue la palabra  matizada de espíritu en el Génesis.
 “Yo Soy el que soy”, hablaba Jehová en el primer pasaje de la Biblia, y es que siendo  Dios omnipresente, todo se convierte en vocablo humano cuando se expresa  en las páginas de los  libros.
En opinión de Terrence Deacon,  no hay diferencia entre el origen del lenguaje y el de la vida: “Esta sólo es posible cuando se proyecta el pasado en el presente.” 
Fuera de una duda razonable, la subsistencia toda, aunque sea insignificante como la del escribidor,  hay que contarla, exponerla, gritarla en papiro o barro cocido, sobre la palma de una mano o taladrada en la mirada del ser que uno ama.
Si así sucede, la muerte se volverá simplemente un cambio de luz tenue.

viernes, 25 de marzo de 2011

El libro verde

Cualquier monografía imparcial de Muamar el Gadafi dirá lo trillado: es un autócrata con trastornos mentales. En su riego sanguíneo conviven la esquizofrenia, el narcisismo, la obsesión agresiva y una idiosincrasia histriónica.
Gadafi, una vez fiscalizado el poder en nombre de la “libertad del pueblo”, impuso medidas destinadas a silenciar cualquier contestación a su política, entre ellas la prohibición del derecho de huelga, la censura informativa y la codificación de delitos contrarrevolucionarios con penas que pueden llegar a la horca.
Sobre esa plataforma, el autócrata norteafricano gobierna con su “Libro Verde” convertido en Constitución. No necesita más. Su palabra es ley. Dice haber recibido del limbo, meditando un día en su jaima, la respuesta a los problemas existenciales, y ahora manan de sus labios de manera efervescente.
Tras 42 años de poder absoluto, y sin que nadie hubiera desobedecido ni una sola de sus decisiones, se cree una deidad. Hace décadas que dejó de asentar los pies en la tierra, y pervive en una crisálida alejado de realidad.
A mediados de esta semana, en uno de esos arrebatos que le impiden ver lo que está sucediendo, lanzó por televisión, en medio de una puesta en escena esperpéntica, unos de esos discursos grandilocuentes a los que el sufrido pueblo libio está tan lastimosamente acostumbrado.
Visto tras su atuendo enrevesado de entorchados, era la sombra alucinada de aquel dictador que inmortalizó en el cine Charles Chaplin. Su voz era aflautada bajo unos ojos inflamados: “Lograremos la victoria al final. No nos rendiremos, les derrotaremos por todos los medios”. Lo señaló Calderón de la Barca en aquel soliloquio de Segismundo: “Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Algunos, amargamente, se tiñen sangre.
Se hallaba rodeado de sus partidarios que le ovacionaron entusiasmados y le servían a su vez de escudos humanos ante el temor de nuevos ataques. Sobre ellos, invisibles, las palabras de Dante a las puertas del Averno: “Los que entréis aquí, perded toda esperanza”.
Fuera ya de la realidad, Gadafi no se da cuenta de que comenzó a ser la sombra alargada de un ciprés en la tapia de un cementerio. Su lápida sepulcral serán las tapas del “Libro Verde”, un compendio de ideas ampulosas con ramalazos de iconografía efervescente.
Dinero no le falta, aunque le hayan congelado sus cuentas, fondos y bienes en el exterior. Según el diario “Financial Times , el Coronel tiene 143,8 toneladas de oro en su banco central, de acuerdo con los datos del Fondo Monetario Internacional.
Quizás cambie toda esa riqueza por un exilio dorado en Isla Margarita, Venezuela, en la que su “hermano del alma” Hugo Chávez, gobierna con poderes absolutitas y le espera con los brazos abiertos.

lunes, 21 de marzo de 2011

La guerra de Chávez


El gobernante Hugo Chávez denuncia a sotavento que Estados Unidos planea provocar violencia interna en Venezuela de cara a las elecciones presidenciales en diciembre de 2012 para incitar a su derrota y apoderarse del petróleo, mientras advierte  a Barack Obama que  su país no será una segunda Libia.
Los “yanquis” no necesitan arrebatar  el crudo de las tierras de “Doña Bárbara” en la novela de Rómulo Gallegos: el comandante se lo vende todito y cobra al instante, por tal razón, sus palabras referentes a una amenaza del Imperio  saben a huecas.
 Las expresiones  del mandamás criollo son una justificación trivial con el deseo de poder apertrecharse de equipos bélicos. En los últimos seis años ha comprado 15 millardos de dólares – se dice pronto – en armas. A eso se  debe añadir lo  gastado en los períodos anteriores.
La guerra  - no en la idea moralista  del maestro Sun Tzu - es una imagen perenne en la mente del Teniente Coronel, el cual prefiere ser llamado “Comandante-Presidente”.
En su fuero interno o en sus noches de insomnio,  hace elucubraciones con los últimos cacharros bélicos adquiridos. El hombre todo lo imagina, y tristemente, la única vez que tuvo ocasión de demostrar el valor castrense se ocultó en el Museo Militar  de Caracas sin disparar un solo tiro. Sucedió cuando   encabezó  una asonada militar contra Carlos Andrés Pérez en  1992.
Ahora, envalentonado, dice estar construyendo el ejército más inexpugnable del mundo.
No sabemos con quién será la pelea. Estados Unidos ni le mira. Colombia bastante tiene con sus problemas domésticos; Brasil está en otra onda, mientras las pequeñas islas del Caribe piensan solamente en poder llegar a final de mes con sus escuálidos presupuestos.
 Entonces: ¿Para qué tantas armas? Simplemente como entretenimiento de un militar quedado a medio camino entre las estrategias de  cartulina de la Academia Militar y la cabalgadura en desbandada de  sus elucubraciones.
 En las laderas de la cordillera de El Ávila, al pie de Caracas,  al llegar la invasión, piensa ubicar a docenas de reservistas dispuestos, con fusiles oxidados, a salvar a la patria de un peligro inminente.
Debería el Napoleón caribeño ponerse al día, en lo que a armamento se refiere, dejando atrás los obsoletos aviones y helicópteros rusos; lo que se estila ahora son los sofisticados   cazas construidos por la empresa Dassault en la localidad francesa de  Burdeos.
Es más – y no es ciencia ficción -: existen armas más bien salidas de la “Guerra de las galaxias”. Artefactos capaces de destruir el mundo y contra las cuales no hay defensa posible.
Hay cierto instrumento mortal, un rayo teledirigido llamado  “Elipton”,  cuyo cañón de partículas neutras es lo último en el ingenio agresivo.
¿Se imaginan al  Máximo Líder  venezolano disponiendo de esa lindeza y con un poco de energía  hacer polvo la cúpula del Capitolio estadounidense?
No hay pena. Todo se andará a razón  del corolario mental del “Tirano Banderas” caribeño.

viernes, 18 de marzo de 2011

Pensamiento crítico

Si algo brilla por su ausencia en este régimen carente de una consistente ideología política, hendida en vaporones socialistas de ocasión, es la existencia de un pensamiento crítico, mientras a la par se desborda a mansalva un apabullante culto a la personalidad que va in crescendo.
El hecho en sí mismo de concretarse un "Premio Libertador al Pensamiento Crítico", financiado y ventilado por el Gobierno, es la certeza de que la cuadratura del círculo de Arquímedes existe y el Pi egipcio lo abarca todo.
Este año le fue concedió el galardón al filósofo húngaro Istvan Meszaros, al cual Stalin hizo besar el polvo del ostracismo en su propia patria. El libro premiado, cuyo título lo define en su propia exactitud: "El desafío y la carga del tiempo histórico. El socialismo en el siglo XXI", estaba ya ganado antes de ser escrito para la causa del chavismo. No había vuelta de hoja.
Tras la entrega de la estatuilla y 150 mil dólares de Cadivi, el Presidente definió a Meszaros como uno de los radiantes pensadores de la actualidad a galope entre dos siglos, destacando en aquella rama en la que el miembro de la Escuela de Budapest siguió los parámetros del revisionismo marxista al pie de la letra.
Todo creador - poeta, escultor o pintor- al decir de Serguéi Prokófiev, debe servir al hombre y a su pueblo. Está llamado a embellecer la vida del ser humano y defenderla, a mantener el espíritu cívico en su arte, a glorificar la vida y conducir al hombre hacia un futuro luminoso, sin dudar en ningún instante que el Gran Líder jamás se equivoca y el pueblo debe seguir siempre sus huellas inconmensurables.
Hay un pequeño contrariedad, según Umberto Eco: "El pueblo, como expresión de una única voluntad y de unos sentimientos, no existe. Existen ciudadanos con ideas diferentes y el régimen democrático", algo desconocido en las estructuras del partido gobernante y por ende en el resto de los poderes públicos. Sí rebosa en apabullante cuantía, la imposición de la voluntad de un hombre: El Caudillo.
Cuando un mal llamado pensamiento crítico emprende una actividad mental disciplinada, el egocentrismo anula los derechos y necesidades de los otros, mientras los intelectuales afines a la ideología imperante asumen posturas de sumisión calibre estándar.
No hace falta ir lejos: Recientemente un grupo de doctos afectos al oficialismo - Vladimir Acosta, Santiago Arconada, Rigoberto Lanz, Luís Brito García y algunos sesudos del Grupo Miranda - , cometieron el sacrilegio de solicitarle al Partido Socialista Unido de Venezuela más amplia discusión y menos seguir resolviendo las contrariedades del movimiento bolivariano en un pequeño cenáculo enmarcado en la obediencia ciega al líder máximo.
Mejor no. El sepulcral silencio de la dirigencia tuvo una explicación envuelta en temores: nadie platicaría hasta que lo hiciera el cacique del equipo rojo-rojito. Y cuando habló Chávez fue para exigirles a los "atrevidos" la retractación de sus errores ideológicos y la eliminación de la calentura de un pensamiento crítico, el mismo que ahora se premia en las páginas de un anciano magiar, cuyo texto pocos leerán y menos asimilarán.
(16 de septiembre 2009)

Nirvanas lascivas

Rafael del Naranco

La prostitución viene de la insondable noche de los tiempos, y  con ella los valores económicos, sociales y sexuales de cada sociedad.
La motivación hacia el goce ofrecido puede ser laica o religiosa, y en todas las sociedades las rameras provienen  de estratos sociales bajos y oportunidades limitadas; alguna excepción a la regla existe, no obstante su cognición parte de otras muy distintas raíces.
Leyendo la novela “Pompeya” de Robert Harris, en la que se recogen  con fidelidad las 48 horas de la destrucción a cuenta de la furia del Vesubio de la “perla de la bahía de Nápoles”, el “thriller” dedicado al erotismo pompeyano es reflejo fidedigno de una urbe de buscones y de sus renovadas destrezas sexuales.
Lo primero que el viajero ve, siente y hasta toca en la ciudad tapiada por la lava, no  es   su aire de humedad marina, sino la presencia de mancebías en la mayoría de las calles, ya que la barbacana metrópoli, una de las  más activas del imperio romano, estaba   ofrendada a Venus, la diosa del amor.
“Si quieres un buen revolcón, Pompeya es el lugar indicado: ¡nueve burdeles!”, expresa un personaje de la novela de Harris.
 Históricamente, los viajes y la permutación de favores sexuales  han ido siempre de la mano.
Cada población, de una forma u otra, a plena luz del día o en la florescencia de la noche, cuentan con  su “barrio de bulbos rubicundos”, y eso se hace como un servicio  social más, al ser  el placer, igual al dolor, la sonrisa y la muerte, patrimonio característico de la raza humana.
Habrá quien diga que la explotación   de ese meretricio, más que extinguirse se ha refinado; lo mismo el uso y abuso de menores de edad.
Son frecuentes los  desplazamientos a los países donde los niños son ofrecidos cual plato afrodisíaco, bajo la idea errónea de estar practicando sexo seguro,  al tener esos pequeñuelos menos posibilidades, a esa edad,  de estar infectados de  enfermedades venéreas.
En Ámsterdam  existe - eso creemos -  el único museo del mundo dedicado al sexo. Todo el placer inventado por el ser humano, está allí.  Sorprendente es ver lo que la imaginación ha derrochado en ese labrantío y es que,  en  la vida cotidiana, la cópula  desarrolla un papel muy enfatizado en sus  aspectos ardorosos, yendo con creces   mucho más allá de la simple procreación y de su  entorno benéfico.


domingo, 13 de marzo de 2011

El terremoto y la Cábala

El guarismo 11  tal vez  contenga un signo apocalíptico.
En el corto espacio de una década,  comenzado el 11 de septiembre de 2001,  fueron  desgarradas  las Torres Gemelas en Nueva York, dos edificios paralelos  que vistos de lejos  formaban un 11. Otro día, con esa tremebunda conclusión del número árabe,  sucedieron los atentados de los trenes de Atocha en Madrid, y ahora, un viernes 11 de marzo, se  produjo el terremoto de Japón con su espantoso tsunami.
Visto bajo esa amarga premisa,  los dos dígitos se nos presentan de   susto.
 En el Evangelio de San Juan, Jesús habla sobre el número espeluznante: “¿No tiene el día doce horas? El que camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo. Pero el que camina de noche, tropieza, porque no hay luz en él”. El Nazareno  llamó a unos al comienzo del día, volvió a llamar a otros a la “tercera hora, y fueron llamados otros a la sexta y la novena, y los últimos a la undécima hora o sea la hora 11 ¡La hora “11”!  ¡La última hora!
Para los entendidos  en los misterios del ocultismo, el culto a Osiris, la Cábala y el  libro de Thot, las doctrinas secretas son reales, “lo visible  es una manifestación  de lo invisible”.
Ese principio,  verdadero para todos los fenómenos de la Naturaleza, nos indica la diferencia entre la ciencia de los antiguos y la moderna.
¿Es una coincidencia? Tal vez sí, aunque a lo largo de la historia humana ese número aparece en intervalos fatales.
El terremoto de Japón con la espantosa secuela del tsunami, puede dejar más de 10.000 muertos y unas plantas nucleares en peligro de contaminar cientos de kilómetros terrestres y un inmenso espacio del Océano Pacífico.
Eso no es ocultismo, es bien real. El terremoto de fuerza 9.0 en la escala de Richter del 26 de diciembre de 2004 de Sumatra, mató a más de 150.000 personas  - la cuarta parte de ellos niños y decenas de turistas extranjeros-, lo que  nos explica la fragilidad de la existencia en el planeta Tierra.
Todos los millones de  seres vivos apiñados a esa insignificante  esfera azul, somos cual mota de polvo, y cualquier mal soplo de viento,  frío, o un estornudo en la profundidad del magma de  sus entrañas, nos hace desaparecer en un santiamén.
Existimos por una casualidad, un milagro esplendoroso e incomprensible: tanto, que si los dinosaurios no hubieran sido exterminados por un potente meteorito, la raza humana no estaría aquí.
 El maremoto sobre  las islas de Japón es la prueba cruel de lo dicho. No es la primera vez. En 1815, en la isla Indonesia de Sumbawa, una montaña llamada Tambora, estalló súbitamente  matando a 100.000 personas en la explosión y en los continuos tsunamis relacionados.
Tambora fue la mayor detonación volcánica de los últimos diez mil años, equivalente a 60.000 bombas atómicas del tamaño de la de Hiroshima.
El poeta inglés Lord Byron se hallaba  en 1815 por aquellas islas paradisíacas, y escribió:
“Yo tuve un sueño, que no era un sueño. / El luminoso sol se había extinguido y las estrellas vagaban sin rumbo…”
Esas palabras -reales, no ficticias-  reflejan  el brutal y despiadado manotazo sufrido en las costas de la nación del Sol  Naciente.




viernes, 11 de marzo de 2011

El oficio de Dios

No soy judío sino cristiano añejo, y ejerzo en cierta forma de ello. Mi catolicidad es ancestral: devotos de esa creencia han sido mis antepasados, y a tal razón ese atributo forma parte de mi libre albedrío espiritual.
Hace tiempo, siendo lozano en edad, solía ir a Israel alguna vez, si terciaba y el peculio lo permitía, al estar contenida en esos surcos requemados la razón más característica de mi fe, y ser el judaísmo sustanciación de la creencia hereditaria.
Ninguna otra religión posee tanta fuerza mística. Si a esto se unen los amigos y la extraordinaria literatura que ese pueblo ha sembrado en nosotros, se entenderá el apego hacia los hijos del Talmud, la Cábala o la Torá.
Existe una festividad hebrea hacia la cual siento un enorme apego: el “Yom Kipur” o Día del Perdón, tiempo prodigioso por lo que encierra de humanismo.
La festividad posee un significado cualitativo profundo. Cierto proverbio árabe dice: “El hombre que perdona a sus enemigos haciéndoles bien, se parece al incienso, el cual embalsama el fuego que le consume”.
En los momentos más cruciales de nuestras vidas, uno perdona tan ampliamente como ama. Un día, en uno de mis libros casi olvidados, escribimos estas certeras palabras: “El único oficio de Dios es el de perdonar”. No tiene otro; posiblemente su profunda querencia hacia lo creado, pero lo primero va unido inexorablemente a lo anterior.
Un pueblo que dedica un día para el perdón, merece respeto y admiración. Sé poco de los conceptos hebraicos: a lo máximo, lo arrancado de alguna que otra lectura, pero existe algo en esa antigua convicción, en la forma ancestral de su riquísima liturgia, que envuelve nuestro deteriorado individuismo en una esponja y lo refresca.
Estando una noche en el Kibutz Kfar Guiladia, frontera norte de Israel con el Líbano, unos colonos levantaron una hoguera y alguien rompió el aire gélido con una bella balada popular: “El sol y el mar, / el pan y el mundo, / lo amargo y lo dulce: / dejemos atrás lo que hubo, / vivamos sólo en el canto.”
Una cancioncilla, por insignificante que parezca, puede guardar el bálsamo necesario para sentir la necesidad de seducir a nuestros semejantes, y en ese aspecto el Yom Kipur es, a la manera de la luz, el agua, la querencia y el pan nuestro de cada día, la necesidad de emanar perdón por los resquicios sensitivos del alma.

jueves, 10 de marzo de 2011

Pablo, el juglar

El poeta, rostro triangular, guarda gestos de campesino, voz de trueno, y todo él  es un rayo encendido. Cuando habla, se agrieta la América cobriza, y el viento va a esconderse cabizbajo en las grutas recónditas de los Andes.
 Había sucedido el milagro, el esplendoroso acontecimiento.
Allá, donde comienza el Sur y la brújula caía de muerte certera, el poeta teutónico, aquel que cuando hablaba, decía poncho, mascarones espumosos, maíz,  piedras heridas, y en cada sílaba amasaba una y mil veces el  aullido de “Canto general”, arrancaba de la Tierra a un titán abrasador cimentado de versos, madrigales en flor y caminos serpenteados de yedras.
En ese amanecer, Isla Negra chorreaba oscuridad. Los peces y los mástiles, asustadizos, se hundieron en el océano y la misma luz del alba no se atrevió a romper el horizonte  de un color nacarado.
Alguien, ante el cadáver del poeta de todos los abandonados del planeta, se abrió las venas y pintó sobre manto de nácar: “...Hay un mensaje escrito en las paredes / y el pueblo, sólo el pueblo, puede verlo.”
Los primeros en leerlo quedaron ciegos, los párpados se cerraron tras mamparas de hierro y la  saliva se helaba mientras hervía. Los más viejos supieron entonces que el poeta de América se moría a la intemperie.
 Pablo, el juglar, recorrió  envuelto en mortaja azulina, frente a  aquellos  acantilados cara a la furia del Pacifico toda la gama de la lírica. En  su primera etapa juvenil – “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” - cruzó volando el  húmedo sendero vaporoso del romanticismo, y así, en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” nos legó el libro que casi hunde toda la poesía amorosa europea, desde los romances anónimos del siglo XV, pasando por los resquemores apasionados de Jorge Manrique, Juan de Encina, Baltasar del Alcázar, Lope de Vega, hasta varar en las “Nanas de la cebolla” o en las faldas de aquella casada infiel que todos en algún momento, envuelta en polvo y sudor, nos  hemos llevado a la sombra de  los cañaverales del  río.
 Al pie de la tumba lo esperaba esa mañana Gabriela Mistral, la  “maestra pequeña y frágil”,  cuya obra,   de una sexualidad erótica arrebatadora, estaba alzada  sobre uvas y vientos. De ella,  el poeta bebió hasta el hastío.  Era agua fresca para el jolgorio de su espíritu.
Aquel  día lejano del adiós perpetuo, el viento en los arrecifes de Isla había huido a los promontorios, mientras  sobre Santiago los  borceguíes de los militares pisaban el mosto de la libertad para hacer vino de sangre. En el Palacio ya estaba  - sombra y miedo - sentado  el autócrata.
Hoy todo es evocación, y aún así,  escuece el doliente recuerdo.
Chile ya no es la misma, y nosotros – aún sin saberlo por muchos esfuerzos que hagamos – quizás tampoco. En alguna parte del cuerpo hendido  escuecen las estribaciones del alma, el aliento tirita y hay carámbanos en las ventanas de la mirada.
Caracas, 10 - 03 -2011