El mal
actual de Venezuela no puede describirse en un volumen de la Enciclopedia
Británica ni en unas cuartillas con las atestiguadas
palabras de “sangre, sudor y lágrimas” al socaire del país hendido.
En diciembre
de 1998 Chávez obtiene la presidencia
envolviendo su figura en una batahola de ilusiones. El 2 de febrero juró la
Constitución de 1961 a
la que denominó “la moribunda”. Tras la parafernalia en el Congreso, partió
raudo hacia el Palacio de Miraflores y
comenzó a espolear su figura hacia una meta: ser la reencarnación de la
nueva patria bolivariana.
Con su advenimiento
había fenecido un tiempo ajado y revoloteaba
otro nuevo; hoy, a 21 años del suceso, y ante una revolución imbuida en un
poder exangüe, el país se halla corrosivamente
macerado de resentimientos, y lo más sombrío: sin perspectiva de reconciliación
nacional.
Las
pronunciadas palabras de “Unidad, Lucha, Batalla y Victoria”
pronunciadas cuando retornó del hospital
de La Habana el 7 de diciembre de 2012, ciudad a la que tuvo regresar
tres días después ante el incremento de la enfermedad que padecía y que
le llevo a la muerte, no se cumplieron.
La historia efectiva debería ser, y lo recordaba el moralista Joseph Joubert, el retrato de una época. Si se limita a ser
solamente los matices de un hombre o la acuarela de una vida, mostrará la verdad
a medias.
La
Venezuela actual sigue soportando los
desbarajustes de los años del caudillo llanero,
y aquellos que estaban a su lado o los de ahora mismo, no supieron, o no se aventuraron - en respeto a la figura absorbente de Chávez
- a tomar el rumbo debido.
Haciendo una hipérbole comparativa sobre esto, sucede que personajes políticos a los que el
destino envolvió en un halo de seducción y ciertos ramalazos de agudeza, terminaron convertidos en una especia de mesías a cuenta
de que un pueblo ávido de hallar un
“salvador”, se topó con el soldado al que la lectura desordenada le
llenó la cabeza de ventoleras y aspas de molino.
La historia es la que es, y no hay forma alguna de enmendarla. No obstante, en medio de esa consternación,
quizás pudieran las generaciones futuras hacer atisbos de coherencia:
comprender las causas de los procesos acaecidos y, en lo posible, aprender de las equivocaciones.
El llamado “Socialismo
del Siglo XXI” contenía una entelequia
con desolado propósito: el “Estado
–comuna” bajo un solo ideario y un único
mando, en donde el ciudadano ha sido
reducido al ostracismo.
Es
certero: el chavismo concluyó cuando desapareció el Comandante. Al día
de hoy se intenta mantener su entablado con soportes de cartón piedra cuando la
realidad subyacente es una y única: el
país existe hundido, desencajado y asfixiado económicamente. Todo son remiendos y
aprensiones, una huida hacia delante que apunta hacia ninguna parte.
Con el
militarismo incrustado en las neuronas, ninguna teoría sirve para comprender la situación que
apabulla y lleva a cientos de venezolanos a convivir fuera de los límites
del raciocinio.
La obra
teatral “Un enemigo del pueblo” de
Henrik Ibsen - alegato relacionado con
líderes que, igual al Jerjes de
Heródoto, sólo escuchan las voces de los adulantes enalteciendo sus hipotéticas
grandezas, mientras envían al ostracismo a los emisarios de la sinceridad - es un reflejo de la Venezuela de hoy, terreno
en que los ineptos son elevados a los altos cargos para vegetar y desvalijar la
nación a manos colmadas.
El colectivismo a ultranza no solamente es descorazonador en su
planteamiento ideológico, sino en su idea misma clavada de sublevación a la cubana, la isla que a más de 60 años de su organización marxista,
mantiene cartillas de racionamiento, nula
libertad, y una caterva de falsedades sórdidas con la sola intención de sojuzgar
a un pueblo con palabras embotadas y aprensiones permanentes.
Mantener en
alto el diálogo urgente y necesario en esta tierra antiguamente de gracia, es tarea
peliaguda que necesita predisposición
y altura de miras.
Los
encuentros que se han venido realizando con poca o nula información son
posturas para la galería, un saludo a trapo izado en el que la geopolítica
retoza sus cartas centradas en promesas no concretas. Las reuniones en Noruega que el presidente encargado, Juan
Guaidó, aceptó tras la oferta de Nicolás
Maduro, y que el gobierno comunicó a través de los canales del estado,
demostraron ser puro papel de estraza, lo mismo que las efectuadas en Barbados,
al no haber cenáculos directos entre las dos delegaciones.
Ahora
mismo, un grupo minoritario de la oposición
separado de la Mesa de la Unidad Democrática y formado con políticos de
valía por su trayectoria republicana, plasmaron un
acuerdo basados en 6 puntos con
Jorge Rodríguez, su hermana Delcy, Jorge Arreaza y Aristóbulo Istúriz que ha
creado zozobra razonada.
¿El resultado?
En los próximos días o… en la hecatombe cercana.
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