![](https://ep02.epimg.net/internacional/imagenes/2019/01/10/actualidad/1547130163_832349_1547143884_noticia_fotograma.jpg)
Conservo un librito - obsequio
de la constituyente María Isabel de
Chávez - al ser aprobado el texto de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el 20 de diciembre de
1999.
No es una letra olvidada, la consulto con frecuencia a razón de los desafueros que se comenten contra esa
Carta Magna en las presentes añadas. La última,
la juramentación de Nicolás Maduro en el Tribunal Supremo de Justicia
rompiendo el sentido que debería tener un evento de esa magnitud, más cuando la
Asamblea Nacional Constituyente instalada
en agosto de 2017, llega al día de hoy sin
haber rematado sus 411 artículos. La anterior - “la bicha” con cariño - sumaba 350 y aún así
se la moteó de “oscura y con desatino”.
Esa enrevesada situación hace nulo el juramento del actual presidente,
al ser ese brete zascandil una ruptura del orden
constitucional.
Hugo Chávez recibió el 87,7 por ciento
de votos, siendo esa alta votación el verdadero comienzo de su revolución
bolivariana. Hacer ahora una reforma que no ha sido ultimada, basándose en
seguir ocupando la poltrona presidencial, es una afrenta de Nicolás a su admirado
Comandante. No sé que le dirá el
pajarillo que revolotea a su lado en los aposentos de Misia Jacinta, quizás se halle asustadizo y no tenga fuerza para piar.
La presencia de representaciones extranjeras en la juramentación, no ha sido un
gaudeamus solemne, más bien una puesta en escena plastificada.
Ahora bien, la realidad palpable es otra:
Nicolás Maduro no cuenta con sólidos,
inteligentes y respetables coadjutores
que le hagan ver y razonar la realidad
en la que mora.
Si piensa que Abjasia,
Osetia del Sur, Nicaragua, Nauru,
Vanuatu y Tuvalu, Siria, Cuba, Nicaragua y Bolivia representan al conjunto político mundial,
debería repasarse a sí mismo. Ah, Rusia, China. Si, es axiomático, pero ninguno
de ellos hará otro movimiento que no sea
diplomacia de paraninfo. Apoyan sagazmente a cálculo de la riqueza petrolífera. El proverbio es sabido:
los países no tienen amigos, solamente intereses. Y hasta ahí. Siempre ha sido de esa manera a
lo largo de la tradición diplomática. Es un pretérito perfecto.
A esta altura del pandemónium que nos envuelve
y se convierte cada vez más en barullo, cantinela y algarabía, alguien, imbuido en la vieja ironía de don Francisco de Quevedo, quizá se
pregunte, usando la picaresca del Buscón Don Pablos: ¿cómo es posible tomar
posesión de lo que nunca se dejó de poseer a la fuerza y con los fusiles en las calles de nuestras ciudades y a cuenta de unas bolsas de comida incompletas entregadas al
quien le sigue por hambre?
Nicolás Maduro no es un estadista y lo demuestra en la actual
coyuntura política que padece el país. Le falta cultura política, carisma, don de gentes, atracción,
sensibilidad, tino y mesura. Ha sido un fiel
vasallo de Hugo, el mejor, y la
carta que jugó Fidel Castro, una vez fallecido
el centauro de Sabaneta – supo que se iba del mundo cuando lo tuvo en La
Habana - era el mejor puntal para
continuar sosteniendo las ayudas que necesitaba la isla.
Maduro actúa con total impericia
sobre inmenso desastre económico que
maneja. Muchos de sus colaboradores le vienen traicionando por ignorancia o corruptela, ya que de todo hay esa viña
chavista que se va desparramando en
estampida paulatinamente. Tiene La Fuerzas Armadas, pero ahí comienza haber
graves fisuras.
Y la gran interrogación: ¿Se podrá sostener en esta su segunda
juramentación? Sin duda seguirá un tiempo hasta que aquellos países que le
apoyan a cuenta de intereses mercantiles,
encuentren un mejor asidero.
Pocos saben que la económica es un mercado en el que se efectúan las
operaciones de compraventa de valores: acciones, obligaciones, fondos y todo el
etcétera que se quiera, pero al decir de Voltaire es donde el judío, el
musulmán y el cristiano, tratan los unos
con los otros como si fueran de la misma religión, y sólo dan el nombre de
infieles a aquellos que caen en la bancarrota. Y Venezuela ya lo está.
El país se halla en una
situación de quiebra, no por no
disponer de riquezas en su subsuelo y
personal humano capaz, sino a
consecuencia de la corrupción demencial, una estrategia financiera desbaratada y esa política ideológica que comenzó a crecer
hace 20 años con la llegada de un socialismo del siglo XXI que embaucó las
esperanzas de una nación de indudables valores, hoy con más de 2 millones de
exilados, hambre en los hogares y una ceguera de la realidad que nos envuelve
mocha y vil.
Hace
tiempo poseíamos un lar en el que vivir.
La sociedad no se hallaba dividida, y los presidentes no deliraban con eternizarse
en el poder.
Nunca
he creído en revoluciones, sino en los cambios bajo las valías intrínsecas del
ser humano.
Coincido
con Günter Grass: “Las revoluciones han sustituido dependencia por dependencia
y un yugo por otro yugo”. Certero en
nuestro caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario