jueves, 10 de enero de 2019

Atarse en el poder


 


 Conservo un librito - obsequio de la constituyente  María Isabel de Chávez -  al ser aprobado el texto de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el 20 de diciembre de 1999.

No es una letra  olvidada, la  consulto con frecuencia a razón  de los desafueros que se comenten contra esa Carta Magna en las presentes añadas. La última,  la juramentación de Nicolás Maduro en el Tribunal Supremo de Justicia rompiendo el sentido que debería tener un evento de esa magnitud, más cuando la Asamblea Nacional Constituyente  instalada en agosto de 2017, llega  al día de hoy sin haber rematado  sus 411  artículos. La anterior  - “la bicha” con cariño - sumaba 350 y aún así se la moteó  de “oscura y con desatino”.

Esa enrevesada situación hace nulo el juramento del actual presidente, al ser ese brete zascandil una ruptura del orden constitucional.

Hugo Chávez recibió el 87,7 por ciento de votos, siendo  esa alta votación   el verdadero comienzo de su revolución bolivariana. Hacer ahora una reforma que no ha sido ultimada, basándose en seguir ocupando la poltrona  presidencial, es una afrenta de Nicolás a su admirado Comandante. No sé  que le dirá el pajarillo que revolotea a su lado en los aposentos de  Misia Jacinta, quizás se halle  asustadizo y no tenga fuerza para piar.

La presencia de representaciones  extranjeras en la juramentación, no ha sido un gaudeamus solemne, más bien una puesta en escena plastificada.

 Ahora bien, la realidad palpable es otra: Nicolás Maduro no cuenta con  sólidos, inteligentes  y respetables coadjutores que le hagan  ver y razonar la realidad en la que mora.

 Si piensa que Abjasia, Osetia del Sur,  Nicaragua, Nauru, Vanuatu y Tuvalu, Siria, Cuba, Nicaragua y Bolivia  representan al conjunto político mundial, debería repasarse a sí mismo. Ah, Rusia, China. Si, es axiomático, pero ninguno de ellos hará otro movimiento  que no sea diplomacia de paraninfo. Apoyan sagazmente a cálculo   de la riqueza petrolífera. El proverbio es sabido: los países no tienen amigos, solamente intereses.  Y hasta ahí. Siempre ha sido de esa manera a lo largo de la tradición diplomática. Es un pretérito  perfecto.

 A esta altura del pandemónium que nos envuelve y se convierte cada vez más en barullo, cantinela y algarabía, alguien, imbuido en  la vieja ironía  de don Francisco de Quevedo, quizá se pregunte, usando la picaresca del Buscón Don Pablos: ¿cómo es posible tomar posesión de lo que nunca se dejó de poseer a la fuerza y con los fusiles  en las calles de  nuestras ciudades y a cuenta de unas  bolsas de comida incompletas entregadas al quien le sigue por hambre?

Nicolás Maduro no es un estadista y lo demuestra en la actual coyuntura política que padece el país. Le falta cultura política,  carisma, don de gentes, atracción, sensibilidad, tino y mesura. Ha sido un fiel  vasallo de Hugo, el mejor,  y la carta que jugó Fidel Castro, una vez fallecido  el centauro de Sabaneta –   supo que se iba del mundo cuando lo tuvo en La Habana -  era el mejor puntal para continuar sosteniendo las ayudas que necesitaba la isla.

Maduro actúa con  total impericia sobre  inmenso desastre económico que maneja. Muchos de sus colaboradores le vienen traicionando  por ignorancia o  corruptela, ya que de todo hay esa viña chavista  que se va desparramando en estampida paulatinamente. Tiene La Fuerzas Armadas, pero ahí comienza haber graves fisuras.

Y la gran interrogación: ¿Se podrá sostener en esta su segunda juramentación? Sin duda seguirá un tiempo hasta que aquellos países que le apoyan a cuenta de intereses   mercantiles, encuentren un mejor asidero.

Pocos saben que la económica es un mercado en el que se efectúan las operaciones de compraventa de valores: acciones, obligaciones, fondos y todo el etcétera que se quiera, pero al decir de Voltaire es donde el  judío, el musulmán y el cristiano,  tratan los unos con los otros como si fueran de la misma religión, y sólo dan el nombre de infieles a aquellos que caen en la bancarrota. Y Venezuela ya lo está.

 El país se halla en una situación de quiebra, no por   no disponer de riquezas  en su subsuelo y personal humano capaz,  sino a consecuencia de la corrupción demencial, una estrategia financiera desbaratada  y esa política ideológica que comenzó a crecer hace 20 años con la llegada de un socialismo del siglo XXI que embaucó las esperanzas de una nación de indudables valores, hoy con más de 2 millones de exilados, hambre en los hogares y una ceguera de la realidad que nos envuelve mocha y vil.

Hace tiempo poseíamos un lar  en el que vivir. La sociedad no se  hallaba dividida,  y los presidentes no deliraban con eternizarse en el poder.

Nunca he creído en revoluciones, sino en los cambios bajo las valías intrínsecas del ser humano.

Coincido con Günter Grass: “Las revoluciones han sustituido dependencia por dependencia y un yugo por otro yugo”.  Certero en nuestro caso.

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