Escribir en estos momentos unos párrafos centrados en Venezuela, el terruño que más motivaciones ha dejado en nuestro espíritu, es ir deshaciendo las hojas de una existencia con pocos sobresaltos hasta llegar a la sangrienta situación actual.
Cada noche, en la ciudad mediterránea donde ahora
resido, a partir de los días en que
comenzó el pueblo venezolano a salir a las calles demandando valores
democráticos, veo el telediario español con las
imágenes que escarchan, y sobre
ellas nos vienen a la memoria los versos
contritos de Eugenio Montejo:
“El tiempo ahora no me
habla de la muerte, es esa ciudad ya no vivimos. Y no es que me olvide de morir
cada instante junto a las hojas, los árboles, el viento. Muero lo que puedo,
pero no me adelanto”.
Venezuela, sin ella merecerlo y con profunda
aflicción, se está bebiendo a sorbos un
vaso desbordado de cicuta.
En la mantuana
Caracas, los balines, gases, metras
y perdigones están amputando de cuajo lo anhelos de docenas
de muchachos camino de ser ramalazos refulgentes de un futuro actualmente
macerado. Observado esa apesadumbrada situación se llega a la conclusión
de que los actuales mandamases poco
apego sienten – salvando sus propios intereses - hacia valle de los toromaimas.
Existe una teoría cíclica basada en el desarrollo de
las civilizaciones, en que éstas no son
sino el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufre,
ya sean naturales o sociales.
A partir de esa
conjetura, unos pueblos crecen y
prosperan cuando su respuesta a un desafío liberal no sólo tiene éxito, sino
que estimula una nueva serie de retos centrados en la separación de poderes;
una nación decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a unos gobernantes que han resquebrajado los
zócalos democráticos.
Es ineludible:
o se dialoga con total abertura o el despotismo
nos cercena, ya que el país
deberá ser cabalmente de todos
Tarea nada fácil de conseguir si
la persona llamada a tomar el hilo de la convivencia, creyéndose ungido con la verdad, intimida a sus
contrarios con la conflagración.
Ante tan punzante situación, la animadversión ha
llegado los extremos más exacerbados.
Aventurarse actualmente a una Asamblea Nacional Constituyente es manifestar con exceso que la Constitución de la Republica Bolivariana
firmada en 1999 es un total fracaso del Comandante fallecido.
Ante esa “verga seca” del velero, la herencia de Hugo
Chávez hizo agua, y mientras el nuevo timonel que maneja el barco no lea bien
las cartas de navegación, la
embarcación – país se estrellará contra los arrecifes.
Fue Thomas Mann en “Fragmentos de la libertad”, un
escrito hilvanado en la complejidad de
una época apabullante - el resurgimiento del nazismo-, quien
planteó la necesidad de ser
honestos ante la libertad, la única
opción válida para la dignidad humana.
El Gobierno no
está dispuesto a ceder ni un ápice, se
empecina en llevar adelante su proyecto excluyente, siendo a razón de esa
dureza que el sendero de la democracia, aún estando arqueado de obstáculos y saturado de de fuerzas antimotines, debe
llegar a ganar los derechos inalienables que corresponden a cada ser humano. Todo
hombre o mujer es libre por el mero hecho de serlo.
En sus
historias florentinas Maquiavelo se preguntaba: “¿Habéis considerado lo que
significa la libertad en una ciudad como
ésta, y cuan gallardo es el nombre de la libertad, a la cual ninguna fuerza
doma, ningún tiempo consume y ningún mérito contrapesa?”.
No es ésta una
frase al voleo, ella encierra el sentir
de una sociedad que busca su destino aún
sobre intolerancia y la imposición de parámetros ideológicos no cónsonos
con su natural idiosincrasia.
Los
movimientos sociales nacieron pataleando sin descanso, una y otra vez, miles de
veces: delante se levantaban, impidiéndoles el paso y sus cantos, piquetes, alambradas, barreras policiales,
tanquetas, gases y la voz ronca de uniformados castrenses sosteniendo en sus
timbales ocultos en las gargantas yertas,
órdenes represivas venidas del
lúgubre palacio del autócrata contra la
humanidad de la protesta.
Cuando
este drama llega a su punto más
álgido, la obediencia se torna adulación
y la decadencia púdica se babea ante
el rastrerismo yerto.
La
hora amarga ha rebasado la pasividad; el aire sabe a azufre, los cielos
nublados y la desesperanza hace tiempo
anidaron en el alma. Ya no hay ilusiones, sino aterradoras pesadillas y
solamente a lo lejos tal vez exista un resquicio de ensoñación.
Ese
día, cruzar la tramontana de la angustia y la consternación dependerá
únicamente de cada uno de aquellos venezolanos creyentes en los valores
imperecederos de la democracia.
No
son palabras huecas. Es el clamor del espíritu
al contemplar las rapacerías
contra este pueblo herido hasta el tuétano.
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