Yo no he tenido ni ese honor. Cuando te leía
poemas de los poetas griegos del presente siglo que, además de Kavafis, para mí
son Seferis, Elitis y Kazantzakis. Hace años, cuando los caminos estaban en la
palma de mi mano, en un viaje a Chipre por el Mediterráneo contemplé de lejos
las costas de Creta. Era un día claro, azul, y el aire tan transparente que casi
podía tocar las montañas blancas que se contemplaban a lo lejos, sobre la raya del horizonte. Sobre aquel barco pude
observar algo muy cierto: según cambia la luz las montañas se acercan o se
alejan. Algunas veces con un tono blanco traslucido y otras llenas de sombras.
También,
pequeña, penetré en la tierra de Grecia por la Historia , recorrí de la
mano de Alejandro Magno la fecha del destino más allá de su cenit, hasta la
frontera de su última conquista en el mar de Omán. Aquellas costas ondulantes repletas
de pueblecitos blancos vieron, como yo en las páginas de los libros, llegar las
tribus dorias y más tarde a los sarracenos y los eslavos penetrar a través de
Epiro hasta cubrir con sus sombras todo el Peloponeso. Grecia toda es un eterno
movimiento de pueblos, invasiones, emigraciones, regresos, antigüedad, poesía y
ramos de albahaca en cada entrada de cualquier vivienda como símbolo de
hospitalidad. La tierra de Pericles sabe a sándalo, laurel, comino, hinojo y
anís
Siempre
he dicho, Patricia mía, que uno ama los surcos y las enredaderas del alma que
conoce, pero con Grecia ha sido distinto, penetré en ella por los vericuetos de
la mitología, caminando por las huellas de aquellos dioses tan humanos ellos
cuyos ojos siempre han estado cubiertos de aguas saladas, brisas de mitos.
Después de Zeus, tomados de la mano, vinieron entre la bruma de la ensoñación,
la dulce Afrodita, el duro Apolo y el sensitivo Dionisos. Detrás, en un
comitiva sin fin, los poetas/dioses: Yorgos Seferis, Constantino P. Kavafis,
Odiseo Elytis y Kostis Palamas cuyos madrigales populares han llenado muchos
momentos de mi azarosa existencia. Entre todas aquellas cancioncillas creo
recordar una...
“Mal
me ha tratado este año el invierno,
que
me halló sin fuego
y me encontró sin juventud”.
Ahora,
inclinado la mirada al alba de la mañana
en esta orilla del
Mediterráneo valenciano en la que espero
la luz de cada día, Grecia me sabe a sargazos; casas encaladas en cal e
iglesias rodeadas de una sencillez deslumbradora, mientras el mar, su cielo,
incluso las puertas y las ventanas enmarcadas en una gama de irisaciones de un
azul casi eléctrico, parece saludarme. Mientras en todas partes, inmenso olor a menta, esa tisana tan
favorita nuestra a debida su virtud
afrodisíaca. Siendo así que Minta, hija
de un río día y noche, era la concubina más apasionada de Hades, el dios de las tinieblas.
Y
es que nada en Grecia se puede entender sin sus
divinidades y la bravura de su gente.
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