domingo, 17 de abril de 2011

CUBA:TANTO REMAR...


 Los hermanos Castro


El drama humano, social y político  de Cuba que Raùl Castro presentó en el último cónclave comunista en La Habana, es la demostración de un fracaso que lleva la friolera de 50 años, medio siglo – y se dice pronto -  navegando a contracorriente, para llegar al punto de partida.
Con un control absoluto donde no se movía una simple hoja sin que fuera ordenado por el aparato del partido, y éste supervisado hasta el más mínimo detalle  por Fidel, venir ahora a reconocer lo que cada cubano sabía hace años  y debía morir callado si no quería  ser encerrado en una mazmorra, es una vil canallada.
Cuba ha sido la más grade cárcel del continente latinoamericano con la complacencia de gobiernos llamados demócratas –todos los europeos -  bajo la égida de intelectuales de izquierda felones que acudía a la isla a medrar bajo las palmeras,  agasajados  con sinecuras y manjares que no podía ver ni oler el sufrido pueblo  descendiente de los siboneyes.
Los antillanos de este islote largo como cocodrilo al sol  nacen con miedo, “y eso que se lleva por dentro no es fácil de arrancar. ¿A dónde vamos? Eso nadie lo sabe. Todo el mundo se queja, pero explicarlo públicamente es un crimen de Estado”, así se expresaba un chiquillo habanero que nada conocía del mundo si no era el perímetro de ese  barco anclado en la inmovilidad.
Y agregó a sus palabras  una expresión acongojada:  “Lo que más deseo es que todo esto acabe pronto para poder saber qué es ser libre; no sólo para viajar, eso viene después, sino para opinar, para creer, para poder ser yo…”
Fidel le pasó el báculo a Raúl. El gobierno parece un geriátrico; Castro, el fundador de la saga, sigue marcando las decisiones con esa testarudez sórdida de los viejos incapaces de ver que la vida se les va a marchas forzadas, y aún se agarran a un pasado áspero, convertido en brumal y polvo. 
El sábado  comenzó el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, con la vana intención de “actualizar” el monolítico   sistema económico y elegir el nuevo liderazgo.
Los mil delegados, como piedras de polen, escucharan  los discursos   de la nomenclatura gobernante durante cuatro días en el Palacio de Convenciones. El hermanísimo, presidente a dedo del país, habló ya en primer lugar.
Los medios de comunicación destacaron algunas de sus frases, que hoy ya suenan huecas, desfasadas y hasta ofensivas para la conciencia.
- “Los cuadros se acostumbraron a que todo se decidiera ‘arriba”.
Una pregunta necia como todas las que a continuación vienen: Fidel, el Máximo Líder, ¿permitía alguna otra actitud que no fuera la ciega obediencia?
- “En esta Revolución todo está dicho. Lo que aprobemos en este Congreso no puede sufrir la misma suerte que los acuerdos de los anteriores, casi todos olvidados sin haberse cumplido”.
- “Se requiere también dejar atrás (en la prensa nacional), definitivamente, el hábito del triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional”.
- “No haber resuelto este último problema en más de medio siglo (ascenso de mujeres, negros y otros grupos a cargos de dirección) es una verdadera vergüenza”.
- “Hoy afrontamos las consecuencias de no contar con una reserva de sustitutos debidamente preparados, con suficiente experiencia y madurez.”
La revolución cubana fracasó, no tenía otro final. Se había olvidado desde el primer día del ser humano y sus derechos regidos por la libertad. 

jueves, 14 de abril de 2011

Negritud

Aquel día azulino en la isla de Martinica, las ternuras se hicieron sonajas del viento al ritmo de las olas, y Aimé Césaire se volvió mariposa, sonido bailable de palmeras. Al partir tenía 94 años, edad en que los recuerdos parecen venidos de otra eternidad.
Lo había dicho: “Morimos nuestra muerte en bosques de eucaliptos gigantes”. Al final lo supimos y solamente atinamos a mirar la bóveda estrellada y la silueta cimbreante de una piel color caoba.
El poeta, al escribir, se entrelazaba con sus ancestros africanos:
 “Yo que Krakatoa / yo que todo mejor que monzón / yo que a pecho descubierto / yo que carraspeo como un árgano viejo / yo que balo mejor que una cloaca / yo que fuera de gama / yo que Zambeze frenético o rombo o caníbal”.
En las estaciones en que el continente de la negritud era la ensoñación de Dios y sus habitantes guardianes del Paraíso, los blancos, reflejo en carne viva del desalmado Leopoldo III de Bélgica, llegaron sobre océanos brunos con estiletes y pólvora, y ya nada volvió a ser lo mismo.
El rimador excelso lo dijo con sufrimientos propios en aquel librito primerizo llamado ‘Cuaderno del retorno al país natal’: “Soy de la raza de los oprimidos”.
Sus versos, tallados en cocoteros, eran ecos llegados de la hondonada de los tiempos. Los entrelazaba con el retumbo del tambor y el contacto con otros poetas de colonias francesas, al unísono con el senegalés Léopold Sédar Senghor y el guayanés Léon-Gontran Damas.
Profundamente anti-colonialista, no dejó ni un solo momento de poner sus ideas al servicio de la isla amada con la que cubría a todos los desposeídos de la tierra.
Siempre entendió la “negritud” como una reacción a la asimilación cultural que imponía la opresión. En la defensa de ella empeñó cada instante de su vida, tanto en la literatura, centrada en la poesía, como en su dilatada carrera política.
Al llegar la hora terminante de su partida, al filo de la noche, rompiendo el silencio envuelto en hervor de caracolas, Aimé Césaire se despidió: “El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre. Soy el que canta con la voz aherrojada en el jadeo de los elementos. Es dulce ser nada más que un pedazo de madera, un corcho, una gotita de agua. La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado”.
Si el viajero acude a la isla Martinica muy temprano en la mañana y coloca su rostro cara al céfiro amasado de salitre, escuchará nítidamente a Aimé Césaire decir que la “negritud” es la voz de Dios acariciando a la raza humana más desposeída.

Pavana en flor

  A  esa muchacha que a la caída de la tarde se hace palomilla en la travesía de la Escandalera, le hemos ido hilvanando su vivencia interior,  pues siendo tan niña, y al verla cual cervatillo asustadizo, apetece beber del dulce aguamiel de su alma.
En la  Grecia tramontana, entre las blancas casas  de la isla de Creta, sería una vestal, rosa virginal del fuego  coronada de guindas y bebiendo el suave vino de Chipre frente al mar, entre  los brazos de Cupido.
Pero aquí,  en la ciudad vetusta, la vida le hizo una mala jugada, y en lugar de la despierta Deyanira,  se trocó en un personaje ardiente de las noches cenicientas.  Si hubiera nacido en tiempos de Cydno, en Mytilene, lugar del rocío de los mortales, sería la preferida de Cloe, la neófita.
Si cuenta  con veinte primaveras, es mucho. Cuando suspira, y lo hace a escondidas apoyada a la figura colosal de Fernando Botero, creemos ver   en su mirada  un tinte color ceniza. La observo sumida en gemidos y presiento  un alma más sola que los desencajados arbolitos  que intentan crecer,   en la cercana Plaza Polier,  apretados al corsé de cemento o las maletas de Eduardo Úrculo.
(Toda maleta termina siendo la propia cutícula del viajero. De tanto hacerla y deshacerla, se  convierte en un pedazo más de  nuestro propio yo.)
Ya expresado el paréntesis,  si pudiera, con mirra de Egipto, miel de Trujillo y azafrán de la baja Andalucía, cubriría la desnudez de la joven ceñida de aislamiento.
Alguna vez, haciendo añicos la timidez de los años, me acerco a colocarle alas a su sonrisa cansada,  a romper con mi presencia  ese quejido sin aliento:
 “No escuches, niña, lo que la gente te dice, / que soy viejo y no soy para ti buena pareja; / ven, que todo es mentira, no dejes que se burlen, / hay un tibio amanecer digno de un mediodía”.
El poema, escrito sobre un pergamino de piel de cabra entre olivos y almendros, en lengua chipriota griega,  si   lo escucháramos en su resonancia original, sabríamos cómo Liasidis buscó el amor durante toda su vida por las apretujadas  calles de Salónica y, el día que lo halló, comenzaron  a amortajar su cuerpo con sábanas de lino y aceites de Esmirna.
La  mozuela   no sabrá  de esa leyenda; su mundo es el requiebro de un beso furtivo, la sombra de un cuartucho de hotel donde  esconde las fantasías, desnuda el cuerpo y deja sus ojos clavados en el techo desconchado de la habitación, lugar en que  el olor a lavanda impregna las sábanas y rezuma en la piel de su acompañante de ocasión, de quien ignora su nombre y en ningún momento mirará a los ojos.
En esa hora ovetense tan cenicienta,  hay en el aire un repiqueteo de campanas venidas  de la alta aguja de la catedral, acompasando  los pasos conventuales de la enigmática  Ana Ozores.

domingo, 10 de abril de 2011

Otro Chávez

Llamar a América Latina “el Continente de la Esperanza” es una incoherencia ante los desbarajustes políticos  que aún perduran, y cuyo fatalismo, en expresión de los teorizantes populistas,  comenzó con la conquista hispana engendrada hace  500 años.
En los  dos siglos de independencia, la América  que antes fue española  y portuguesa,  forjó su destino con mayores o iguales defectos  de los que intentaron sacudirse.
 Estos pueblos padecieron, a recuento de sus propios caudillos, militarotes y  políticos corruptos,  la misma opresión de la que se habían,  teóricamente,  liberado.
En este instante mismo, en naciones como Bolivia, Ecuador,  Nicaragua, Venezuela y Perú, si una  oficinista  desea obtener un trabajo, debe presentar documentos como si fueran a ocupar un alto cargo en la empresa, mientras que para llegar a presidente de la nación es suficiente con ser medio instruido, vociferar en demasía, odiar a los norteamericanos y, en el momento actual, tener la bendición del impredecible Hugo Chávez  además de su apoyo económico.
Esta  realidad, encerrada en lava y fuego, lleva añales  - aún antes de  levantarse las piedras de Macchu Picchu -   intentado amasar la arcilla de su propia idiosincrasia
En medio de esos días y noches interminables, el pueblo bebe leche agria esperando la llegada del Mesías, un hombre misántropo envuelto en poncho o ruana a caballo, mientras, garrocha o vara  en mano, expande gritos de libertad que el viento desgarra y el polvo entierra.
De nada han servido esa expansiva estela de líderes, poetas, literatos, guerrilleros con alma y soñadores a granel, uncidos a un pueblo vivaracho, alegre y bonachón, siempre inclinado a hacer toda guerra de Canudos, sin importarle la impenetrable selva, la sequedad de los sertones, el caudal de  ríos tan anchos como mares, cumbres  de nieve perennes, llanos enchumbados o ese oleaje calenturiento del Caribe donde las ilusiones se bañan  anhelando reverdecer.
América Latina tropieza una y otra vez  en la misma demagogia ceñida a  promesas y  engaños, hasta la consumación de los siglos  o hasta que el continente – si nadie lo remedia -  se desgarre y demuela sus quimeras.
En  una  página del libro de Gabriel García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, un personaje  habla: “Para los europeos América del Sur es un hombre de bigote, con una guitarra y un revólver. No entienden el problema”.
 Y menos aún se comprenderá  cuando a los palacetes de los gobiernos llegan personajes de la picaresca política, embaucadores de turno, gracejos  de ocasión y resentidos seres sin preparación, ideas ni principios púdicos.
 Hoy mencionamos a Ollanta  Humala – otro párvulo de Chávez- ,  quizás presidente del Perú en la segunda vuelta tras las elecciones del domingo, pero antes  lo fueron en lo cercano y lastimero, Alberto Fujimori, el mismo  Hugo Chávez,  Evo Morales, Daniel Ortega o Rafael Correa.
Difícilmente entonces  puede ser Latinoamérica un continente de libertades  si  tronca cada día  en tolvanera la esperanza anhelada.


domingo, 3 de abril de 2011

Falsear la historia

 Son sistemáticas, al  formar parte de la tramoya embaucadora, las escenas punzantes que las dictaduras -en esta ocasión específica, la venezolana de Hugo Chávez-  ensamblan como principio  amoral  para justificarse  ante las páginas de la  historia.
El tiempo es a  la vez circular e inamovible. Van a cumplirse  nueve años del 11 de abril  2002, y de la  mascarada subversiva    montada ese día aciago  en las calles de Caracas,  nadie sabe con certeza lo acaecido.
Hay mil historias diversas, cada una más estrambótica,  rodando por pueblos y ciudades de Venezuela, pero una sola es verdadera y no está precisamente en el Palacio de Miraflores,  aposento del  Máximo Líder de todo este tinglado enmarcado en una entelequia  irracional llamada  “Socialismo del Siglo XXI”, que más se parece  a una copia del “Libro Verde” de Gadafi, que a los lineamientos del caduco marxismo científico.
La verdad es hija del tiempo, no de los espadones de turno.  Hubo muertos a bocajarro al comienzo de la intentona armada,  y ahora,   mientras los verdugos del oficialismo se pavonean recubiertos de lisonjas sobre las calles de Venezuela,  un puñado de subyugados acusados  de masacrar al aire viciado de ese día sin pruebas ni razones,  se pudren en las cárceles.
En un Gobierno con poderes dictatoriales cuyos jueces él mismo  Presidente nombra, las sentencias  siempre son a su favor  con razón o sin ella.
El futuro político del país caribeño es la uniformidad, el pensamiento único  del chavismo. Las neuronas se tornaron color bermellón, y los medios de comunicación independientes, si desean continuar en el laberinto de la sociedad imperante, deberán aceptar  las directrices del Estado alevoso.
Parte del amplio espectro de radio,  televisión  y prensa, lo ocupan  los apegados al sistema. Yuxtapuesto a Venezolana de Televisión  -  voz del Comandante en Jefe -  el régimen fiscaliza  férreamente el éter y las blandas hojas de los diarios. 
Los medios informativos  que intentar volar   a ras de tierra tienen plomo en las alas.
Venezuela, el terruño de afanes y congojas,  se halla  inmersa en una insondable oscuridad. Los valores de la democracia  están triturados y lanzados al foso de  la ignominia. No habrá más que una sola frecuencia de onda, un esquema ideológico central al servicio del autócrata que el pueblo de Simón Bolívar, Francisco de Mirando, Andrés Bello y Rómulo Gallegos, creyendo en quiméricas promesas, favoreció en las urnas.
Cada día  que trascurre,   la nación bolivariana  se está acercando más a la destemplanza y los lamentos.
Las personas  de buena y noble fe, creyentes aún de esa lobreguez venida de los crepúsculos más negruzcos, se van desencantando cada vez más, al estar frente  a un poder irresoluto presidido por un militar  con dotes de mago suburbano, y cuyo don pasmoso se sostiene a recuento de la soldadesca, la corrupción sin límites, las falsas promesas y el control férreo de las estructuras del Estado.
Existe poca o ninguna nobleza en esta caterva de personajillos que han llegado al poder con los pensamientos descompuestos y una sed de aborrecimiento monstruoso asentado  en la lucha de clases.
En otra  hora tan  menguada quizás como esta, en la otra orilla del océano ignoto,  Manuel Azaña expresó bajo la luz cenicienta de un Madrid republicano: “La libertad necesaria no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”.