martes, 19 de noviembre de 2019

Cataluña desgarrada


Montjuic


 
En tiempos de la edad juvenil intentaba uno leer sin pausa, tanto así que hubo  autores que  impregnaron al hombre de hoy. Tres se hallaban en primera línea y lo siguen estado: Curzio Malaparte, Stefan Zweig y Marguerite Yourcenar. Han pasado muchos otoños y esas páginas siguen morando sobre nuestro  aliento y regresan ahora con  más fuerza ante los sucesos en  Cataluña, al contemplar la vuelta  de un adanismo  cicatero y retrógrado.

En el texto  “El Mundo de ayer” de Zweig -   reminiscencias del vienés suicidado  en la ciudad brasileña de  Metrópolis en 1942 huyendo de Alemania en manos del fascismo más reaccionario - , hay unas letras que bien pudieran reflejar la situación del independentismo catalán.

 “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.   

 Y uno,  ante esas palabras, añadiría lo que  Thomas    Mann había aprendido de Goethe y que de los dos, George Steiner  entregó el espléndido librito  “La idea de Europa”, texto  con un admirable prólogo de Mario Vargas Llosa en la Biblioteca de Ensayo de Siruela.

Lo de Cataluña con respeto al resto de España –y  lo hemos expresado en otras ocasiones- es una parodia  intrínsecamente inicua y una actuación basada en un independentismo  a un nivel barriobajero e irracional que se está demostrando  estos días con más fuerza en Barcelona embarrilada.

 La España liberal actual no se merecía ese golpe bajo cuando el país catalán es la comunidad que mejor goza de libertades políticas propias en la actual Europa. Y ante esto, nada más indiscutible que cada sociedad fabrica su propia versión de la historia, esa que suele estar muy alejada de la verdad auténtica.

Esta retahíla está alejada de la llamada verdad  histórica, ya que cada cronista, dependiendo del bando en que se halle, sitúa sus propias  melomanías sobre el pentagrama de los ardores  pasionales.

Una de las “verdades” que han vendido los independentistas, se basa en una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 14 de diciembre de 1960, cuyo primer párrafo,  del que se agarran, habla de “la concesión de la emancipación a los países y pueblos coloniales que persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural”.

 Conforme,  pero a continuación el texto  añade: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.”

El territorio español está formada por 17 comunidades autónomas, lo que la convierte en un país descentralizado, siendo muy cierto que la  mayoría de las regiones han tenido su propia historia y tradiciones, pero algunas apelan a un origen político  más reciente.

 Y la pregunta  de estos  momentos: ¿Es  posible   que Cataluña  prospere como una república independiente? En primer lugar sería dificultoso sin un acuerdo del gobierno central y el parabién de  la Unión Europea. Es decir: que tras un referéndum nacional, los hispánicos aceptaran esa decisión. 

 La unidad de Europa ha sido el acto más trascendental  en todo su largo, complicado y ensalzado idealismo desde Carlomagno, el bien llamado “padre de Europa”. El  imperio carolingio  marcó una senda que llega a la Unión Europea de ahora mismo y, aunque cuenta con poderosos enemigos,  seguimos creyendo sin medias tintas, que ha sido el acto más racional que los occidentales pudieron haber conseguido en toda su historia.

La Europa de la unión es un crisol de imperecederos valores, y solamente mirando la grandeza de las ideas que han  florecido en su continente y la florescencia intelectual de sus elevadas figuras,  uno,  ante esa crisis catalana  con nula mirada hacia el futuro, volvería a encerrarse en las ideas de  Dante, Tomás de Aquino,  Shakespeare, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Cervantes, Goethe, León Tolstói, Dostoevski y, un poco más cerca, Malaparte, Stefan Zweig, Marguerite Yourcenar,  Antonio Machado,  Heidegger, Steiner, Claude Lévi-Strauss y lo dicho por  Geoger Steiner:  “que mientras existan cafés, habrá Europa”, y bien lo demostró Stefan Zweig en “Mendel el de los libros”, aquel personaje admirable que sentado durante años en un café de Viena, padece  la total exclusión en esa mitad  del siglo XX en que Europa  estaba en guerra y la dignidad personal había dejado de tener sentido al ser acusado de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro.

La exclusión que se está establecido en la Cataluña independentista mira sobre un  palco colgado en el aire.

 

 
 
 
 
 
 
 
 

Palabras a Chile



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Partiendo de Punta Arena, lugar en  que la bruma se hace espesa, hasta  Arica, tierra apretada al desierto de Atacama, y  subiendo al altiplano que ofrece al viajero  nanas de nieve, pasando por Temuco, el reluciente Valparaíso y la maravilla que es la ciudad de Santiago,  han sido poetas los baquianos que marcaron nuestra querencia  a esa tierra rasgada durante varias semanas a razón de extensas protestas, las mismas que asolaron Bolivia haciendo  dimitir al presidente Evo Morales,  y tienen a Venezuela bajo una represión social denigrante.

Puedo decir que conocí la ternura con los poetas chilenos. Carlos Acuña me ofreció el primer ramo de albahaca; René Ojeda abrió una escuela pequeña dentro de mi corazón, un aula  transparente donde sólo se aprendía a sumar sonrisas  y a dibujar el nombre cristalino de la amada ida.

Después llegaron Salvador  Reyes con mástiles  sonoros en puertos cubiertos de nostalgias y vino macerado; Alberto  Rojas Jiménez  entre los pedazos de una canción  de Daniel de la Vega, mientras Violeta Parra tejía, con sus manos de campesina  araucana, estrofas empujadas con un “run run que se fue pa´l norte”.

Más tarde Pablo, el recordado de Isla Negra, recorrió como el céfiro de aquellos roquedales cara a la furia del Pacifico -  que jamás fue sereno, ni claro, ni azul, ni encendido - , toda la gama de la lírica moderna.

En su primera etapa juvenil – “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” -  nos devolvió el  húmedo sendero del melancolía, y en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” nos legó el libro que casi hunde toda la poesía amorosa europea, desde los romances anónimos del siglo XV, pasando por los resquemores apasionados de Jorge Manrique, Juan de Encina, Baltasar del Alcázar, Lope de Vega, hasta varar en las “Nanas de la cebolla” o en las faldas de aquella casada cariñosamente infiel de García Lorca, que todos en algún momento, cubiertos  en barro, nos  hemos llevado al río de la pasión desatada.  

Neruda – Neptalí Ricardo Reyes – martirizó,  igual a metal  bruñido,  cada uno de los resortes de mis vivencias para que comprendiera más y mejor su tierra de cobre. Y así penetré en el  Chile de “La Araucana” de Alonso de Ercilla, viendo a un anciano Caupolicán llorar sangre.

Hoy le digo a Chile - a partir  nuestro  exilio venezolano en   las costas valencianas del  Mediterráneo -, que no desespere: emergerá de esa vaguada política igual que   hizo siempre cuando se enturbiaban los céfiros  impetuosos  subiendo de los batientes enfurecidos de Río Grande.