viernes, 27 de septiembre de 2019

Palabras de complas y olivos




Andalucía, Barco, Playa, Arena, España




Escribo en una cala del Mediterráneo a un costado de la baja Andalucía, la tan cortejada Al-Andalus árabe. La arena y el salitre brillan al unísono.   Olivos, alcornoques y farallones desguarnecidos, marcan el paisaje envuelto en calina.

Tras haber dejado Córdoba – “gitana y sola” – camino  al encuentro  de un tiempo calmoso.  A lo lejos,  alguien canturrea y rasga la tarde ceñida en letrillas sueltas   del gaditano José María Pemán:

“A las doce, fandanguillos: un canto claro y sencillo para la gente de fuera; a la una, cartageneras: una cosilla liviana; a las dos, una playera, que ya es copla más entera, y a las tres de la mañana, las siguiriyas gitanas... ¡Ya empieza el cante de veras!”.

Dice  la jerga de  Juan el  Tuerto que la voz del “conservatorio” no sirve para cantar flamenco. Es más: El cante posee su “voz propia”, y tener  pureza operística es un defecto a la hora de expresarlo.

 En esta tierra de María Santísima con alarido taurino entre las   espadañas desabrigadas, la hogaza  de trigo y  sémola avizoriza   la blanca paloma perdida. A lo lejos,  una marisma en las riberas del Guadalquivir  esparce el eco de cierta voz despedazada mientras  se hace ella misma duermevela en las cuevas de  los gitanos:

“Chiquita, dame otra caña, y canta por alegrías pa que las penas se vayan”.

 A lo lejos alguien  responde: “Las castañuelas siembran pétalos negros sobre las penas”.

Eso sucedió en aquella hora  en que los hermanos  Manuel y  Antonio Machado se vieron por última vez  al socaire de un fandanguillo de Huelva desplegado de amargura.

 “Sin querer te quise tanto / tanto   te quise  queriendo / vives en mi pensamiento / y aunque no quiero quererte / sigo sin querer queriendo / que sin querer te quise tanto”.

 La mujer de piel terrosa y  ojos inflamados cual teas, escucha apretando sus pechos ahuecados de leche cuajada  tras la celosía  que  paraliza su virginidad herida,  la voz varonil del gañán de labrantío abierto escarba el sendero del deseo contenido:

Corté flores de un almendro y amapolas de un trigal y comparé sus colores con los tuyos, Soledad”.

 El cordobés Séneca habló de una querencia   surgida del pensamiento bajo las losas del aliento angustiado;  Julio Romero de Torres plasmó la pasión desmedida en tonos de paleta con irisaciones de luz.

En esa atardecida  sobre  La Maestranza  cobijada a la sombra de la Giralda, un amigo  taurino hasta los costados del hálito, el venezolano Ángel Luís Omaña, nos envió sus versos:

Quisiera ver a Girón,

“El César de maravilla”,

Enfrentándose  a los miuras

En la plaza de Sevilla.

Y a Lola Flores cantando

Con volcánica  alegría,

Un pasodoble al gran César

Con sabor de Andalucía.

Entre olivos, jaras y uvas maceradas, Federico  solloza mirando el bruñido astro  lagrimado:

¡Que no quiero verla! / Dile a la luna que venga, / Que no quiero ver la sangre /   De Ignacio sobre la arena.

La tarde, serena  y sola, ronronea entre cálices de mosto.

 

viernes, 20 de septiembre de 2019

Ensueños desmembrados







Resultado de imagen de fotos de políticos venezolanos





El mal actual de Venezuela  no puede  describirse en un volumen de la Enciclopedia Británica ni  en unas cuartillas con las atestiguadas palabras  de “sangre, sudor  y lágrimas” al socaire del país hendido.

En diciembre de 1998 Chávez obtiene  la presidencia envolviendo su figura en una batahola de ilusiones. El 2 de febrero juró la Constitución de 1961 a la que denominó “la moribunda”. Tras la parafernalia en el Congreso, partió raudo  hacia el Palacio de Miraflores y comenzó a espolear  su  figura  hacia una meta: ser la reencarnación de la nueva patria bolivariana.

Con su advenimiento  había fenecido un tiempo ajado y revoloteaba otro nuevo; hoy, a 21 años del suceso, y ante una revolución imbuida en un poder exangüe, el país se halla  corrosivamente macerado de resentimientos, y lo más sombrío: sin perspectiva de reconciliación nacional.

Las pronunciadas palabras  de  “Unidad, Lucha, Batalla y Victoria” pronunciadas  cuando retornó del hospital de  La Habana el 7 de diciembre de 2012,  ciudad a la que tuvo  regresar  tres días después ante el incremento de la enfermedad que padecía y que le llevo a la muerte, no se cumplieron.

 La historia efectiva  debería  ser, y  lo recordaba el moralista Joseph Joubert,  el retrato de una época. Si se limita a ser solamente los matices de un hombre o la acuarela de una vida, mostrará la verdad a medias.

La Venezuela actual sigue soportando  los desbarajustes de los años del caudillo llanero,  y  aquellos que  estaban a su lado o  los de ahora mismo, no supieron,  o no se aventuraron -  en respeto a la figura absorbente de Chávez -  a tomar el rumbo debido.

Haciendo una hipérbole comparativa sobre esto,  sucede que personajes políticos a los que el destino envolvió en un halo de seducción y ciertos ramalazos de agudeza, terminaron  convertidos en una especia de mesías a cuenta de que un pueblo ávido de hallar  un “salvador”,  se topó con el  soldado al que la lectura desordenada le llenó la cabeza de ventoleras y aspas de molino.

La historia es la que es, y no hay  forma alguna de enmendarla.  No obstante, en medio de esa consternación, quizás pudieran las generaciones futuras hacer atisbos de coherencia: comprender las causas de los procesos acaecidos y, en lo posible,  aprender de las equivocaciones.

El llamado “Socialismo del Siglo XXI” contenía  una entelequia con  desolado propósito: el “Estado –comuna” bajo un solo ideario  y un único mando, en donde el ciudadano  ha sido reducido al ostracismo.

 Es  certero: el chavismo concluyó cuando desapareció el Comandante. Al día de hoy se intenta mantener su entablado con soportes de cartón piedra cuando la realidad subyacente  es una y única: el país existe hundido, desencajado y  asfixiado económicamente. Todo son remiendos y aprensiones, una huida hacia delante que apunta hacia ninguna parte.  

Con el militarismo incrustado en las neuronas, ninguna teoría  sirve para comprender la situación que apabulla y lleva a cientos de  venezolanos a convivir fuera de los límites del raciocinio.

La obra teatral  “Un enemigo del pueblo” de Henrik  Ibsen - alegato relacionado con líderes que, igual al  Jerjes de Heródoto, sólo escuchan las voces de los adulantes enalteciendo sus hipotéticas grandezas, mientras envían al ostracismo a los emisarios de la sinceridad -  es un reflejo de la Venezuela de hoy, terreno en que los ineptos son elevados a los altos cargos para vegetar y desvalijar la nación a manos colmadas.

 El colectivismo a ultranza  no solamente es descorazonador en su planteamiento ideológico, sino en su idea misma clavada  de sublevación a la cubana, la  isla que a  más de 60 años de su organización marxista, mantiene cartillas de racionamiento, nula  libertad, y una caterva de falsedades sórdidas con la sola intención de sojuzgar a un pueblo con palabras embotadas y aprensiones permanentes.

Mantener en alto el diálogo urgente y necesario en esta tierra antiguamente de gracia, es tarea peliaguda que necesita  predisposición  y altura de miras.

Los encuentros que se han venido realizando con poca o nula información son posturas para la galería, un saludo a trapo izado en el que la geopolítica retoza sus cartas centradas en promesas no concretas. Las reuniones en  Noruega que el presidente encargado, Juan Guaidó,  aceptó tras la oferta de Nicolás Maduro, y  que el gobierno comunicó  a través de los canales del estado, demostraron ser puro papel de estraza, lo mismo que las efectuadas en Barbados, al no haber cenáculos directos entre las dos delegaciones.

Ahora mismo,  un grupo minoritario de la oposición separado de la Mesa de la Unidad Democrática y formado con políticos de valía  por su trayectoria republicana,  plasmaron un  acuerdo basados en 6 puntos   con Jorge Rodríguez, su hermana Delcy, Jorge Arreaza y Aristóbulo Istúriz   que ha  creado zozobra razonada.

¿El resultado? En los próximos días o… en la hecatombe cercana.