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Tratar el
tema de los refugiados a consecuencia de
las guerras que asolan el Medio
Oriente obliga a la conciencia. El
padecimiento cruel de tantos seres no puede ser mirado al trasluz de un
televisor en la comodidad de un sofá. El
otro que sufre siempre será el reflejo de nuestro propio yo aún deseando evadirlo.
La
situación en la Unión Europea
es de vergüenza, desbarajuste y turbación. Esa tierra en la que Zeus, padre de los dioses, toma la forma de un toro, rapta a la princesa
Europa, hija del rey Agenor y copula con ella,
marcó el comienzo de un mundo
telúrico entre los Urales y el Océano Atlántico una vez separada de Asia,
creando el mito del hilo de Ariadna en
las alas de Ícaro.
No es nada
nuevo enunciar una verdad aplastante: el viejísimo continente es una inmensa
crátera atiborrada de sangre, angustia,
sufrimiento inacabado, muerte y espanto. En medio, en la anchura de un
horizonte grecorromano y el insondable
cristianismo, florecieron el humanismo, la filosofía y las leyes que nos hacen civilizados,
ramalazos almohadillados de un inacabable manto de literatura que se
hace novela, poesía, teatro, música y
desemboca en lenguas rezumadas de filología, gramática y una retórica
fecunda recubierta de seducciones.
Y en su centro, los cafés con sus pulidas mesas de mármol,
sitial en que el judío Mandel en las páginas de Stefan Zweig, o “El busto del
emperador”, uno de los grandes temas
de Joseph Roth ante el derrumbe del
imperio Austro-Húngaro, levantaron la perenne angustia de la vida desarropada,
con trazos de incertidumbre, melancolía, ensoñación y desvaríos de ternura mística.
Regresemos
dentro de estas cataduras al círculo
concéntrico de la perenne tragedia en las fronteras europeas, un sendero
desgarrado sin final con la misma sima penetrante que hizo deambular en los
surcos del continente a millones de
seres en el calvario de la
Segunda Guerra Mundial.
El drama ahora se repite con los seres - miles de ellos niños -
procedentes de Siria, Irak, Afganistán y Yemen, mientras se les pisotead sin
compasión los derechos humanos, se van
sepultado entre barro, nieve, lluvia,
frío cortante y desaliento.
Un informe
- “Infancia bajo asedio” - realizado por
la organización “Save the Children” en
las áreas sitiadas de Siria entre ataques aéreos y bombas de barril,
muestra lo que conlleva el impacto
psicológico en los menores que viven aterrados y padecen falta de comida,
medicinas y agua potable.
Los niños
se han vuelto introvertidos, agresivos y
más deprimidos.
Los pavores
terribles del Medioevo siguen enquistados en las cavidades mentales de un
sector nauseabundo de la arcaica
estirpe occidental.
Curzio Malaparte, el
toscano que ya nadie lee al ser sus escritos punzones rasgando las conciencias, lo dijo: “Medio mundo es una masa putrefacta,
el cadáver descompuesto de una madre muerta que en vida fuera cruel, desalmada
y pérfida”.
Vivimos años de un relámpago paranoico, la
reencarnación de Hassan Ibn Saba, el llamado “Viejo de la Montaña ” que en la
atrincherada ciudadela de Alamut al
norte de Irán, siendo jefe de una secta fanática, extendió una guerra contra los turcos al
intentar estos imponer a los árabes la doctrina sunita profesada en los
califatos de Bagdad, se ha levantado de sus cenizas.
Hassan,
sin ejército regular, igual al Estado
Islámico, en menos de doce mese convirtió Irán
en carcoma terrorífica.
Poseía un secreto: saber que a las religiones
las mueve un solo resorte: el premio inundado de placer libidinoso
si se muere defendiendo su fe.
El místico embriagaba con vino y hachís a sus
fieles fedayines, les abre las puertas de su harén haciéndoles saborear anticipadamente los
gozos reservados a los valientes en los jardines de Alá.
Exaltados,
esos hombres parten felices a acuchillar – y así serían llamados “hashashins”,
asesinos - a los infieles del mundo conocido para mayor gloria de su
amo, y aunque les fuera en ello la vida, están seguros de
conquistar el Paraíso anhelado.
Es la lucha entre la barbarie y la civilización
de la que hablaba en los párrafos finales
de “Doña Bárbara” Rómulo Gallegos.
Lo soportado actualmente con los yihadistas del
Estado Islámico - decapitando a mujeres, niños, y hombres como si fueran
ganado – y cuyo anhelo es hacer un Califato que impere en el orbe, no es nuevo
en la historia; lo es, sí, la forma sanguinaria, fanática, de esa
denominada “guerra santa”, sin respetar las sagradas suras que imperan
en la religión fundada por el profeta Mahoma.
El filosofo Bernard-Henri Levi ha dicho esta semana: “El retorno de los egoísmos
nacionales y por tanto la ley de la jungla, es aterradora”.
Si
Europa deja de ser generosa en la ayuda
a los refugiados, ya no será la cuna de
los valores intrínsecos que nos hacen humanos, volverá a las cavernas de Platón.
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