Adolescente en flor:
Tal vez naciste cerca de Kiev o lo soñaste, aún así llegaste al mundo donde crece la palma, el
araguaney, y los ríos son negros, profundos.
Te he visto unos instantes con un traje escarlata, camisa ancha y blanca. Las
botas color fuego. Quizás mi retención
no sea precisa y yerre en la descripción. Dos cosas sí he retenido: tu nombre,
Nathaly, y el país de origen, Ucrania.
-
¿Conoces
Ucrania?
-
No; al
cumplir quince años iré.
Recuerdo ahora – ante los dolorosos
acontecimiento de Ucrania - que tu pelo era bermejo y lucías alta y atractiva
introducida en los corpiños de tus mayores. Debido a esa tela hubo guerras, se
tejieron amores, nacieron poemas y todos los días la llevan al mercado de
Poltava los campesinos de las tierras altas de Sumskaja.
Yo sé, Nathaly, lo que es vivir lejos de la
patria. El corazón se llena de melancolía y los ojos muchas noches se tachonan
de lágrimas. En mi tierra, que se encuentra entre unos altos acantilados del
norte de España, a ese desasosiego interior, a ese vaho de dulce amargura lo llamamos
“morriña”, algo que los gallegos dicen “saudade”, y con esa palabra
santificaron toda la nostalgia del emigrante.
En nuestro “bable”, que es el dialecto que
usamos los asturianos, cada uno de los versos que han sido escritos hablan de
esa lejanía que el tiempo se encarga de ahondar. Así, en “Les ascuarines del
Ilar”, nos hace meditar:
- Amor, quieru morirme-
díxome con tristeza.
Y a un tiempo encontra min, dolce y
sublime,
pónxome so cabeza…
Posiblemente se te enrede un poco la lengua
al leer los versos. Si lo haces despacio, verás que las palabras saben a
salitre, como las lágrimas.
Dentro de poco, Nathaly, tendrás quince
años y cumplirás tu sueño: ver Ucrania. El río Dnieper que va hacia el Mar
Negro y se hace lago dos veces antes de abrazar las lagunas y los pastos de
Cherson, te estará esperando.
En esas riberas ha corrido la pasión y el amor de
tu pueblo. Cuando toques sus azules aguas, recuerda que todos los ucranianos
han llorado alguna vez sobre ellas. Tú harás lo mismo y sentirás que los pinos
rojos, los robles y el abeto blanco moverán sus ramas verdes al verte:
“Bienvenida a tu tierra, Nathaly”.
Actualmente aquellas heredades están regadas
de sangre debido a que Rusia se halla dispuesta
a llevarse a Moscú la península de
Crimea, y es que un día, un hombre llamado Lenin dijo: “Si la Unión Soviética
pierde Ucrania, pierde su cabeza”.
El fallecido ex presidente Yeltsin – bebía
alcohol cual cosaco de la estepa – decidió el 1 de diciembre de 1991, hacer
justicia con Kiev al devolver esos
campos y costas del Mar Negro arrebatadas años antes por el poder zarista.
En
Ucrania, recuérdalo, nacieron creadores reconocidos en el mundo entero, entre
ellos Nikolai Gogol, Mijail Bulgákov, el
inmenso autor de una obra imperecedera de la literatura universal llamada “El
maestro y Margarita”; otros admirados creadores ucranianos fuero Horowitz y Mijinsky. El Kremlin lo festeja
como parte de ese poder.
La historia de esa parte de Europa, llamada
Oriental, y que comprende Bielorrusia, la propia Rusia, Moldavia y tu Ucrania,
es digna de ser contada por el mismo Tolstoi, pues se necesita ser mundano,
incrédulo y filósofo creyente para llenar la pluma de tanta sangre y, a pesar
de todo, seguir viviendo.
Tu país es como la manzana de la codicia,
sus fronteras limitan con Polonia,
Eslovaquia, Hungría,
Rumanía, Moldavia, Bielorrusia y Rusia. En el sur bañan sus litorales el Mar
Negro y el Mar de Azov, acaso por esto, dulce niña, el nombre ucraniano tiene
un significado: “Irai” frontera. Pero no importa: los caminos, igual que los
sueños, están en la palma de las manos y en los ojos.
Cuando esto suceda, empezarás a ser mujer,
la sangre correrá en las venas un poco más aprisa y el corazón se hará zalamero
con la primera declaración de amor.
Buen viaje, Nathaly. Al regreso guarda el corpiño rojo de tus antepasados
eslavos. Será entonces un pedazo de tu
misma querencia.
¿No comprendes? Si es así no temas, la
misma existencia se encargará de narrártelo sin prisa.
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