El descalabro de los
comicios celebrados en la Unión Europea ha dejado en España un mal sabor de
boca con un castigo al PP y PSOE. En
medio rodarán cabezas, la primera la de
Rubalcaba, que no hizo mal su trabajo y los grillos le gastaron los dedos de
los pies
Ante el fidedigno suceso
electoral, con la llegada a los escaños
de grupos de izquierda radicales y otro algo menos, y aún así todos en la misma línea de flotación ideológica,
alguien ha dicho que el viejo continente vuelve a “empezar” en los Pirineos,
recordando sin duda la otra frase repetidísima años hace: “Europa principia en
los Pirineos”.
Es indudable que la
pérdida – entre socialistas y populares -
de cinco millones de votos, es un trancazo es colosal. Ahora bien, sin
hacer un análisis cuando todos los partidos políticos involucrados están
haciendo ejercicios, unos de mea culpa y otros de regocijo festero, conviene
decir a las claras que la política no es azul, ni verde, cuadrada o redonda, ni
roja ni negra, es un desmadre acojonante el en buen platicar del castellano
quijotesco.
En medio de ese varapalo bien está recordar la
frase de Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, en su única obra de nombre “El Gatopardo”: “Que
todo cambie para que todo sigue igual”.
Al tiempo.
El
nuevo cabecilla o imagen de estos comicios, Pablo Iglesias ya ha dicho con
regocijo: “Nuestro objetivo es echar del poder a PP y PSOE”. ¿Y después? Tal
vez un Socialismo del siglo XXI.
Apenas brincaron los resultados de las elecciones, el profesor
de la coleta, tele predicador de izquierdas y chavista de vocación, adelantó a
“El País” que trabajará para presentar una candidatura a las próximas
generales.
Tiene derecho: ancha es
Castilla.
Hugo Chávez comenzó así.
Hoy Venezuela es la nación, en lo económico político y social, más hundida del planeta.
¿Exageración? Para nada. En política suelen verse de muy
lejos a los palomos venir.
Individualmente
mantengo un sentido de Europa; creo en ella como unidad comparta, y en esta
ocasión no será menos, y así, igual a
los antiguos errabundos de los caminos
del occidente, andamos en las encrucijadas buscando sus viejas entelequias y revueltas metáforas.
En estos instantes
convendría leer el librito “La idea de
Europa”, de George Steiner. Un puñado de
páginas arropadas bajo el prólogo de
Mario Vargas Llosa y una introducción de Rob Riemen dentro de la égida de
Thomas Mann, el hombre que mejor supo vislumbrar el sentido europeo.
Nos recuerda Riemen, el organizador de las
Conferencias de Nexos Institute, como en 1934 el autor de “La montaña mágica”
tuvo que escribir una necrológica para
un hombre que había ocupado un espacio importante en su vida: Sammi Fischer, su
editor húngaro-judío de Berlín, la persona que, en gran medida, “había hecho
posible que él llegase a ser escritor”. Mann recordaba la siguiente
conversación que había tenido lugar la última vez que vio al anciano amigo. El
librero expresó su opinión sobre un conocido común:
-
No es europeo, dijo meneando la cabeza.
-
¿No es europeo, señor Fischer? ¿Y por qué no?
-
No comprende nada de las grandes ideas humanas.
Y recalca Rob: “Las
grandes ideas humanas. Eso es la cultura
europea. Eso es lo que Mann había
aprendido de Goethe”. Y éste de Ulrico von Hutten, cuando un día exacto, el 25
de octubre de 1518, escribió una carta a un colega en la cual le explicaba que, aunque era de noble cuna, no deseaba ser un
aristócrata sin habérselo ganado. “La nobleza por nacimiento es puramente
accidental y, por tanto, carece de sentido para mí. Yo busco el manantial de la
nobleza en otro lugar y bebo de esas fuentes”.
Y en ese instante nació la verdadera
hidalguía, la del espíritu, esa que brota del cultivo de la mente y llegar a ser algo más de lo que también
somos: animales.
En el pensamiento de
Steiner, y lo resume Vargas Llosa en su introito, Europa es ante todo un café
repleto de gente y palabras, “donde se escribe poesía, conspira, filosofa” sin
separarse de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas de
Occidente.
Esto – expresa Vargas el peruano - es
inconcebible en su América, al descender
aquella directamente de la idea de Atenas y Jerusalén, es decir,
viene “de la razón, la fe y la tradición”.
Hoy Europa,
o esa idea aún no bien encajada
que poseemos de ella – y las
recientes elecciones nos lo demuestran -
comienza a agrietarse al darle la espalda a su esencia primogénita: el
humanismo.
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