jueves, 12 de diciembre de 2013

Dudas y aprensiones



El pequeño planeta azul nunca pudo conocer la historia de la humanidad completa, y debido a ese fundamento nuestra  existencia  se halla  colmada de vacíos.

Hace días,  en la Sima de los Huesos, yacimiento  burgalés  de Atapuerca, los antropólogos han descubierto el ADN del, tal vez, homínido más antiguo: 400.000 años. ¿Es ese fémur fósil  un antepasado nuestro?  Se ignora.  En aquel tiempo o mucho antes  existían dinosovanos  en Siberia y neandertales caminando  Eurasia, y aún así no aparece nada concreto del “homo sapiens”,  llamado  igualmente de Cro-Magnon.

Debido a una indescifrable causa,  la humanidad ha nacido con mala levadura.  Trascurrieron millones de décadas de evolución y nuestros errores y miedos perpetúan los mismos senderos surgidos el día en que nació la primera ameba en una sopa de aminoácidos.   

 Desde entonces, nadie puede contar íntegramente la verdad de sus dudas y aprensiones.

Issac Bashevis Singer escribe que los hechos cotidianos superan el poder de la literatura, mientras George Steiner sigue buscando la causa lógica de la calamidad, los miedos, la razón, el ateismo, la ciencia y la religión.

Una tribu del desierto de Mesopotamia, tutelada por un mortal  de nombre Abraham, partió de Sumer con su familia, sirvientes y rebaños, cambiando, en menos de dos generaciones, la forma de pensar de todos nosotros al concebir un Dios único.

Basados en esa tradición, ilógica la mayoría de las veces, si  alguien deseara trazar la realidad del hombre debería  ir al encuentro de  esos resecos surcos.

 Toda piedra, retorcida viña, guijarro pulido por los vientos, capitel, ánfora, mosaico o unas simples sandalias de cuero dicen siempre más  que cualquier tratado, epístola o rollos de Qumrán.

Jamás millones de almas en el Universo – si el cielo protector está poblado -  han padecido tanto, y  lo siguen haciendo iracundamente. Dios o el suspiro del aliento que mora en el Cosmos, no jugará a  los dados con nosotros, pero sus reglas son engañosas y traicioneras. De una forma u otra hay trampa.

Nadie le gana al destino. Este  concibió la Cábala y sus enredos esoteristas y azuzó a zarpazos  cada brizna de nuestra desgarrada angustia. 

Creo sólidamente  en la existencia  de un Dios o viento misericordioso, y a su  vez amaceno dudas y aprensiones. Tal vez  esos ramalazos sean  un accidente cósmico y  tanto desconsuelo del “homo sapiens” no tenga raciocinio. Aún  así  sentimos que nos cobija el sonido  de la música, las matemáticas, la literatura, el ajedrez,  los poemas, el amor, la lluvia y océanos, las sonrisas de los niños, el deporte y la bondad intrínseca morando en cada uno de nosotros.

Al final nada está perdido.

Cada vida adeuda  la equivocación de un gran absurdo, y esa subyugante realidad,  el sufrimiento, es  causa de  una brutal  bofetada del destino.

El ginebrino Amiel escribe en su diario: “El destino tiene dos maneras de herirnos: negándose a nuestros deseos o cumpliéndolos”.




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