miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Fiesta del Chivo


Por Rafael del Naranco 


La verdad es que el Caudillo, en un momento de euforia en su maratónico “Aló, Presidente”, lanzó una bravuconada creyendo que no seria recogida. Falló". Lo dice Rafael del Naranco. Con motivo de la presencia de Mario Vargas Llosa en Caracas, nace la polémica con el Presidente Chávez, que a última hora se niega a debatir con él sobre libertad, dictadura y democracia, y para no hacerlo se apoya en una singularidad como excusa: “Cuando sea presidente del Perú, nos enfrentaremos de igual a igual. Ahora – nunca más cierto – yo soy un militar y él un simple intelectual”.

La verdad es que el Caudillo, en un momento de euforia en su maratónico “Aló, Presidente”, lanzó una bravuconada creyendo que no seria recogida. Falló. Los intelectuales invitados al foro “Democracia y libertad” organizado por Cedice, entre ellos los conocidos Enrique Krauze y Jorge Castañeda, aceptaron el lance, proponiendo a Miraflores que la confrontación fuera entre Chávez y Mario Vargas Llosa.

Imposible. El Comandante-Presidente solamente se siente bien arengando, salmoneando y amonestando a sus huestes. Tiene una facilidad pasmosa para retener lo que lee, pero solamente ojea – no le queda más tiempo - las contraportadas de los libros y ver por encima los resúmenes que le hacen su ayudantes pudibundos que pululan en palacio como arroz, buscándole frases, epítetos, improperios, insolencias y hasta expresiones extranjerizante y así darle un tono de “cultura” a sus proclamas cuartelarias.
Por ello, esta noche pasada volvimos a releer las páginas de “La fiesta del Chivo”, un aguijón en la conciencia de un continente tan proclive a besar la mano a la autocracia.

Es la historia novelada de un drama político de opresión y egocentrismo tan común en nuestro hemisferio latinoamericano.
“El Chivo” es el sobrenombre que los conjurados para exterminarlo le dieron al generalísimo dominicano Rafael Leónidas Trujillo, uno de los dictadores más sanguinarios del Caribe, entre los que se incluyen el haitiano Francois Duvalier, el tosco personaje que hizo de la magia negra la base de un terror físico/psicológico, y Juan Vicente Gómez, cuyo gobierno oscurantista impidió que Venezuela penetrara en el siglo XX hasta bien entrado el año 1936, y cuya secuela sigue, en cierta forma, en la actualidad.

El mérito del libro consiste en hacer ver que los tentáculos de la dictadura todo lo corrompen, suben por las paredes, se introducen en las alcobas, se implantan en las conciencias y allí, convertidos en mandrágora, absorben cada valor moral.
Hay en la novela un diálogo sorprendente entre el presidente títere, Joaquín Balaguer, y el propio Generalísimo.

El timorato pero inteligente adulador, quiere impedir que un teniente asesino sea ascendido a capitán. Ante esa negativa, Trujillo le expone argumentos contundentes:
“Usted, Presidente Balaguer, tiene la suerte de ocuparse sólo de aquello que la política tiene de mejor: leyes, reformas, negociaciones diplomáticas. Le tocó el aspecto grato, amable, de gobernar. ¡Le envidio! Pero no me diga que no sabe cómo se consigue la paz. Con cuánto sacrificio y con cuánta sangre. Agradezca que le permitiera mirar a otro lado, mientras yo, el teniente y otros teníamos tranquilo al país, para que usted escribiera sus poemas y sus discursos.”

En esos párrafos Vargas Llosa desnuda la perpetua realidad de estas tierras nuestras, lugar donde un “Tirano Banderas” valleinclanesco aposentó su real despotismo, y sigue gobernando envuelto en bruma algunas de estas sufridas naciones por interposición cruel de mampuestos autócratas.

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