domingo, 26 de diciembre de 2010

El Hombre de La Ahumada

     

      Extracto de mi libro CAP El Hombre De La Ahumada. Sobre una reflexión de Carlos Andrés Perez en 1996.   

     "Me dirijo a mis compatriotas en uno de los momentos mas críticos de la historia de Venezuela y de los más difíciles de mi carrera de hombre público.
     
     No he perseguido a nadie. A nadie he hostigado. Sin embargo, contra nadie se ha desatado una campaña sistemática, larga y obsesiva, como se ha ensañado contra mí y contra mi gobierno. La he soportado con la convicción de que en las democracias son siempre preferibles los abusos de la oposición que los abusos del gobierno.
     
     Jamás he presumido de hombre o de político infalible, innumerables pueden haber sido mis errores de buena fe, pero en el balance de una vida política larga y apasionada, estoy persuadido de que se reconocerá mi contribución con equidad y con justicia"






Cuando el 20 de mayo de 1993 fue obligado a dejar el poder, CAP se dirigió a sus compatriotas en una despedida dolorosa.
El aire, en cada plaza o cada calle, se podía cortar con el filo de un machete y el silencio se palpaba con las manos.

“Es éste”, se expresó, “uno de los momentos  más difíciles de mi carrera  de hombre público, pero no rehuiré mis responsabilidades. Lucharé hasta la entrega de mi vida por que la democracia  no naufrague en este nuevo trance de azarosas dificultades que vamos a vivir”.
Acertó. Venezuela no ha encontrado aún su norte con el régimen bolivariano-chavista. Es un país que va a la deriva y cuyo futuro se presenta incierto.

Rafael del Naranco

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Un asturiano que vino por seis meses y lleva más de treinta años



Publicado por Prodavinci en fecha 27 de Julio, 2009 (18:03) en la categoría Artes, Testimonios inmigrantes


Por Rafael Arráiz Lucca
A Del Naranco se le reconoce en el medio periodístico por su incansable capacidad de trabajo, que se ha traducido en la fundación de varios diarios y en la dirección de la legendaria revista Elite y del vespertino El Mundo, así como su particular perspicacia para el análisis del tema internacional. También, sus Cartas a Patricia le han abonado haberes a su cuenta de escritor. Sin embargo, es poco lo que sabemos de su peripecia vital. Aquí se ofrecen algunas claves.


¿Dónde nació?
Nací en Asturias, en Gijón. Los herederos a la Corona de España tienen el título de Príncipes de Asturias, es una tierra muy verde, muy montañosa, la industria principal hasta hace muy poco tiempo era la minería. El asturiano es un hombre duro, fuerte para la montaña, trabaja en la mina y en la pesca, dos profesiones...

Siempre la libertad



Es axiomático: Escribimos pródigamente sobre la libertad en un tiempo en que se le coloca obstáculos – cual si fuera una prebenda más del mandamás de turno -, y no la dignidad individual al servicio de cada hombre o mujer, a razón de que los pueblos no existen en base a sus poderíos y riquezas, sino debido al sostén de su libre albedrío.

Los gobiernos autócratas pueden prescindir de la libertad; sus ciudadanos jamás desasirse de ella. 
Es indudable, aún respiramos. ¿A qué precio? Muy alto. ¿No nos damos cuenta como se van cerrando gradualmente los derechos individuales al ser sustituidos por un amorfo colectivismo?

El usufructuario de la comunicación de masas es el Estado. Sus garfios han ido cortando la expansión mediática hasta reducirla. No ha sido aún escindida totalmente de cuajo – todo se andará -, ya que lo tejido hasta ahora va en concordancia con las reglas del marxismo imperante, de las que el señor Presidente se ufana en implantar. 

Nos hubiera cautivado que estas expresiones fueran escuetas posturas trasnochadas. No lo son. Cuando merman las libertades, toda sociedad va hacia el temido oscurantismo.
Sin la autonomía de pensamiento, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos hallamos donde estamos, en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque seres humanos imbuidos de coraje han abierto hendiduras con sus propias manos para enseñarnos la refulgencia de la emancipación.

En la Declaración de los Derechos Humanos hay cinceladas estas palabras que para muchas naciones son arcilla, simple barro sin valor: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente (…)”.

Una quimera. Docenas de informadores sufren cada año terribles avatares por reflejar los hechos tal como suceden, no como desea el tiranuelo o los grupos de presión de turno. No lo olvidemos ni nos cansemos de repetirlo una y mil veces: El hombre para serlo en plenitud, debe ser libre. Cuando existía el Estado totalitario soviético, un soñador dijo: “Llevad la libertad de prensa a Moscú, y mañana Rusia será una república libre”. 
No tardó en ser verdad en cierta forma, ya que leer hoy los archivos literarios de la KGB, desempolvados por Vitali Chentalinski, lo sucedido es de pavor. 

El pasado puede ser siniestro, y aún así, algunas veces regresa por otros intrincados senderos acaso no tan drásticos y escalofriantes, pero sí con lección aprendida: aplasta la disidencia del pensamiento.
Esa es la raíz de escribir con tanta insistencia sobre los principios de la libertad. El reto de las nuevas generaciones de ciudadanos es cada día mayor, no sólo desde el punto de vista de una concepción moderna de la vida, sino al tener que enfrentar la compleja situación social, económica y política que padece actualmente Venezuela.

Nadie es una isla, decía el clérigo inglés John Donne, “y por consiguiente, nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas; doblan por ti.” Es decir por todos.
Partiendo de la noche de los tiempos, dialogar, pensar, escribir, siempre ha sido un anatema, aunque nunca en la forma refinada de los tiempos actuales, cuando uno creía que la civilización había llegado al cenit de su apogeo y los sueños humanos florecerían fusionados al albedrío individual.


El Bicentenario



Hugo Chávez ha usurpando esos doscientos años que median hasta hoy desde la independencia de la América hispana para su exclusivo servicio, y los ha unido de manera sectaria a su revolución impregnada de comunismo marxista.

Levantó una tramoya de cartón, cal, brochazos de fachadas, recubrimiento de huecos y floreros ornamentales al mejor estilo de una fiesta de pueblo aderezada de confites, cohetes y papelillos de colores.

A la tragonería estilo Gargantúa, vendrán los “tírame algo” a elevar, si aún cabe y posible fuera, el ego inconmensurable y el culto a la personalidad del más magno héroe patrio que viera este latifundio de aves anidando en los triviales picos de la cordillera del Ávila.

Alguien dejó dicho – Sebastián Haffner – , y cuando se trata de la Venezuela actual se desnuda esa verdad, es decir, “la autocontemplación y egolatría nacionales, es en todas partes una enfermedad mental peligrosa, capaz de desfigurar y afear los rasgaos de una nación, igual que la vanidad y el egoísmo desfiguran y afean los rasgos de una persona”.

Esto sucede de manera cicatera cuando el chavismo, ante el expreso deseo de de su máximo líder, conmemora el Bicentenario de la Independencia – lo cual debiera ser una jornada indivisa de todos y para todos los venezolanos sin distinción ideológica -, sombreado de tonalidades quiméricas anexas a intereses patrioteros imbuidos de una enorme vanidad.

El botafumeiro a la revolución resultará apabulladamente dulzona, mientras las arengas estilo cuartelario, grandilocuentes, fatuas y hueras, reflejarán más de lo mismo: resentimiento, insultos canallescos y la permanencia en el poder hasta que toda la nación marche al unísono de los notas de “La Internacional” y no la Marcha de Radetzky.

Las recientes encuestas nos muestran que el pueblo le ha perdido la confianza a Hugo Chávez y no comparte ya su ideología, la cual pasa por implantar una autocracia forzosa.
El patriotismo mal encarado, nada perspicaz, abusivo en demasía, engañoso, espeluznante en su concepción más básica, es lo contrario al significado del amor a la tierra heredada de nuestros mayores.

Así lo dice Fernando Savater, y ahora, dadas las magras circunstancias por la que atraviesa la Patria Grande de Bolívar, debiéramos asimilarlo como sustentáculo a una verdad irreversible: 
“Del sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología nacionalista, del mismo modo que el incesto no es una consecuencia del amor filial: en ambos casos se trata de desbordamientos morbosos y probablemente indeseables”. 

Esta fecha independentista – al decir de la Mesa de la Unidad Democrática -, al ser de todos, debería unirnos en una reflexión sincera acerca de los ideales de los fundadores de la nacionalidad, y recordarnos que una República es un proyecto social fundado en la libertad, la igualdad, la justicia y el respeto a una legalidad, que son las bases para vivir y progresar en paz. 

Es decir, hablando en criollo: No nos ame usted tanto, Comandante- Presidente; no nos dé huesos calcinados al sol, facilítenos nuestra libertad, esa por la que luchó hasta la muerte en San Pedro Alejandrino el Libertador. No usurpe la gloria de una gesta y la voluntad de un venerable muerto.


La Fiesta del Chivo


Por Rafael del Naranco 


La verdad es que el Caudillo, en un momento de euforia en su maratónico “Aló, Presidente”, lanzó una bravuconada creyendo que no seria recogida. Falló". Lo dice Rafael del Naranco. Con motivo de la presencia de Mario Vargas Llosa en Caracas, nace la polémica con el Presidente Chávez, que a última hora se niega a debatir con él sobre libertad, dictadura y democracia, y para no hacerlo se apoya en una singularidad como excusa: “Cuando sea presidente del Perú, nos enfrentaremos de igual a igual. Ahora – nunca más cierto – yo soy un militar y él un simple intelectual”.

La verdad es que el Caudillo, en un momento de euforia en su maratónico “Aló, Presidente”, lanzó una bravuconada creyendo que no seria recogida. Falló. Los intelectuales invitados al foro “Democracia y libertad” organizado por Cedice, entre ellos los conocidos Enrique Krauze y Jorge Castañeda, aceptaron el lance, proponiendo a Miraflores que la confrontación fuera entre Chávez y Mario Vargas Llosa.

Imposible. El Comandante-Presidente solamente se siente bien arengando, salmoneando y amonestando a sus huestes. Tiene una facilidad pasmosa para retener lo que lee, pero solamente ojea – no le queda más tiempo - las contraportadas de los libros y ver por encima los resúmenes que le hacen su ayudantes pudibundos que pululan en palacio como arroz, buscándole frases, epítetos, improperios, insolencias y hasta expresiones extranjerizante y así darle un tono de “cultura” a sus proclamas cuartelarias.
Por ello, esta noche pasada volvimos a releer las páginas de “La fiesta del Chivo”, un aguijón en la conciencia de un continente tan proclive a besar la mano a la autocracia.

Es la historia novelada de un drama político de opresión y egocentrismo tan común en nuestro hemisferio latinoamericano.
“El Chivo” es el sobrenombre que los conjurados para exterminarlo le dieron al generalísimo dominicano Rafael Leónidas Trujillo, uno de los dictadores más sanguinarios del Caribe, entre los que se incluyen el haitiano Francois Duvalier, el tosco personaje que hizo de la magia negra la base de un terror físico/psicológico, y Juan Vicente Gómez, cuyo gobierno oscurantista impidió que Venezuela penetrara en el siglo XX hasta bien entrado el año 1936, y cuya secuela sigue, en cierta forma, en la actualidad.

El mérito del libro consiste en hacer ver que los tentáculos de la dictadura todo lo corrompen, suben por las paredes, se introducen en las alcobas, se implantan en las conciencias y allí, convertidos en mandrágora, absorben cada valor moral.
Hay en la novela un diálogo sorprendente entre el presidente títere, Joaquín Balaguer, y el propio Generalísimo.

El timorato pero inteligente adulador, quiere impedir que un teniente asesino sea ascendido a capitán. Ante esa negativa, Trujillo le expone argumentos contundentes:
“Usted, Presidente Balaguer, tiene la suerte de ocuparse sólo de aquello que la política tiene de mejor: leyes, reformas, negociaciones diplomáticas. Le tocó el aspecto grato, amable, de gobernar. ¡Le envidio! Pero no me diga que no sabe cómo se consigue la paz. Con cuánto sacrificio y con cuánta sangre. Agradezca que le permitiera mirar a otro lado, mientras yo, el teniente y otros teníamos tranquilo al país, para que usted escribiera sus poemas y sus discursos.”

En esos párrafos Vargas Llosa desnuda la perpetua realidad de estas tierras nuestras, lugar donde un “Tirano Banderas” valleinclanesco aposentó su real despotismo, y sigue gobernando envuelto en bruma algunas de estas sufridas naciones por interposición cruel de mampuestos autócratas.

El hombre de Azinhaga

En la repisa de los libros manoseados custodios de una vida, están las obras de José Saramago, escritor al que descubrimos hace años, en un tiempo en que era poco reconocido en el mundo literario fuera de Portugal, su país nativo. Leyéndolo, nos saltábamos páginas cansinas. Otras las devorábamos con pasión perturbadora.

Dejando de lado su escritura, admirable y enriquecedora, no solíamos compartir opiniones políticas, algo habitual entre quienes analizan las ideologías bajo circunstancias diferentes.

El portu era un comunista a la vieja usanza, con sentimientos ecuánimes hasta el tuétano, incapaz a su vez de reconocer los errores tremebundos y trágicos de esa amagada absolutista; mientras uno, humanista acaso trasnochado, intentaba creer que la libertad es un don comparable a Dios. ¿Blasfemia? Tratándose de Samarago poca importancia tenía, el era ateo confeso.

Hace unas semanas, viendo un retrospectivo programa de televisión lo escuchamos hablar nuevamente. Igual a tantas ocasiones, el autor de "Memorial del convento" desnudó el espíritu conjurado y lo fue desmenuzando en pedazos.

Volvimos a sentir emoción oyéndole el relato de su subsistencia dura, trabajosa, admirable.

"El hombre más sabio que he conocido en mi vida – decía en el idioma de Pessoa - no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaba él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia de Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefina Caixinha esos abuelos, eran analfabetos..."
Un día expresó: "Vivimos en el planeta de los horrores, pero no lo queremos saber porque preferimos estar ciegos y ser insensibles al dolor humano. Estamos haciendo del pavor nuestro compañero diario y nos solazamos con él."

Explicaba con frecuencia que esa insensibilidad del mundo actual le ha inspirado toda su obra. Y a los jóvenes les daba un consejo para no hundirse en el fango de la indiferencia: ser curiosos y llenos de generosidad hacia los que nada tienen, ni siquiera el sagrado derecho de gritar a corazón abierto.

Su admirado Pessoa, cuando era el alter ego de "Ricardo Reis", dijo en una oda:
"Nao quero recordar nem conhecer-me. / Somos demais se olhamos em quem somos." ("No quiero recordar ni conocerme. / Estamos de más si miramos quien somos)"

Expresión clara para un ser de una inalienable dignidad, cuyo Premio Nobel fue el reconocimiento a la sufrida lengua y literatura portuguesa, siempre en el adverso camino de sobrevivir.

Saramago es uno de los pocos seres que abiertamente negaba la existencia de Dios sin altibajos. "No creo en Dios ni en la vida futura ni en el infierno, ni en el cielo, ni en nada".

"Debo de decir que a mí me encantaría que existiera porque tendría todo más o menos explicado y, sobre todo, tendría a quién pedir cuentas por las mañanas. Pedirlas y también darlas. Pero no tengo a quién pedirlas," añadía.

En lo intimo, uno profesa a Dios por la natural razón de que madre, cada noche, le rezaba, y uno sigue andando por el mismo sendero bifurcado. A lo mejor no es fe y sí amor materno. Da lo mismo, ya que entre su cariño y mi persona, hay un cordón umbilical que nos une más allá de la solitaria tumba.

José Saramago, sin Dios o con él, nos dejó una certeza inconmensurable: ese hombre o mujer que no piensa igual a mí soy yo mismo. Esto se llama tolerancia, aceptar las posturas contrarias de cada ser tal como son y no como uno pretendiera que fueran.



Presentación

Rafael del Naranco, periodista nacido en Gijón (Asturias) en 1943.
Se inicia profesionalmente en varios periódicos regionales, entre ellos “Región” y “ La Voz de Avilés”, Luego en Valladolid, Barcelona y seguidamente en  “Las Provincias” de Valencia.
Con la treintena recién cumplidos se va a Venezuela, Isla Margarita. Allí colabora en la fundación de varios periódicos, entre ellos “El Sol de Margarita”, “Impacto”, “ La Tarde ” y “ La Voz de Juangriego.
Seis años más tarde es llamado a Caracas donde acaba por establecerse, aunque viaja con frecuencia a su tierra natal.
En la metrópoli caribeña ocupa los cargos de director de la revista “Elite” y el vespertino “El Mundo”, mientras colabora en “La hora de Asturias” y en la Wed “Lainformación.com”
En la actualidad mantiene dos columnas en “Últimas Noticias”, el periódico  más importante de Venezuela. En esa compañía ocupa el cargo de jefe de Relaciones Institucionales y director de la “Fundación Cadena Capriles”.
Es autor de un buen número de libros: “El triángulo de la corrupción”, “Historia de Kuwait”,  la trilogía “Cartas a Patricia”, “CAP, el hombre de la Ahumada ”, “Camino de hojas”, “El mono de la baraja”, traducido al inglés, entre otros.
Es un reconocido analista político sobre la situación en la Venezuela chavista,   en la que ha mantenido agrias polémicas con el oficialismo, llegando en la actualidad a padecer el cerrojo de la  censura.