domingo, 5 de enero de 2020

Evocación del maestro Abreu


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El maestro José Antonio Abreu Anselmi con el genial Gustavo Dudamel


Cada primero de enero, igual a un rito hierático, escucho con delicia por televisión el Concierto de  Fin de Año  en Viena. Esta vez   no podía ser distinto. Y allí estuve, ante la pequeña pantalla que ya es el otro ojo vivencial del ser humano.

 Al final, con el público de la Sala Dorada del Musikverein,  palmeo los compases de la tradicional “Marcha Radetzky” en la batuta  del letón Andris Nelsons. Este año hubo un detalle: desapareció la huella del compositor nazi Leopold Weninger.  La partitura es de Johann Baptist Strauss, padre. 

Es sabido: el poder de la música  es mover  los hilos sensibles del  alma.

De Mozart a Giuseppe Verdi, y de éste  a   Richard Wagner, Puccini, Strauss, Albéniz,  o en la cercanía inmediata a John Adams, hay un río interminable de sonidos melodiosos que, al decir de Jean-Philippe Rameau, “hablan el lenguaje del corazón”.

 Esa sensación del aliento musical se acrecentó en el maestro José Antonio Abreu Anselmi,  con el proyecto centrado  en la  Orquesta Nacional Juvenil y el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Pre-Infantiles, un tejido que no tuvo en ese tiempo parangón en ningún lugar de América Latina y tal vez del mundo, al ser una explosión afectiva que germinó con fuerza inaudita en la niñez más desamparada y abandonada en la heredad de Simón Bolívar.

 Al estar prácticamente mi persona exilada de Venezuela desde hace unos siete años, poco sé actualmente de los caminos que ha tomado la Fundación. Fallecido el maestro Abreu y fuera del país el genial Gustavo Dudamel -  máximos exponentes de la esencia musical -    el Sistema, ante la gravísima situación económica y el exilio de tantos jóvenes, se halla resquebrajado y minimizado, esperando, en algún momento, quizás, renacer de nuevo.

Esa  admirable actitud melodiosa germinada hace cuatro décadas,   se convirtió en pasmo  universal y ejemplo a seguir en los cuatro puntos cardinales del planeta, al ser un  método sin parangón, sencillo y a  la vez arduo. Se trató desde el principio de arrancar,  con el apoyo de los instrumentos musicales,   el resuello rebelde  de la juventud y la niñez abandonada  de las garras de la violencia, la droga y la cruel  indiferencia de la apática sociedad.

 Con el trascurrir del tiempo, y tras una labor intensamente   trabajada de enseñanza sobre el pentagrama de una partitura, un día esplendoroso en el Teatro Teresa Carreño,  escuchamos asombrados y perplejos,  la “Resurrección” de Gustav Mahler.

Esa tarde sentimos  que la exaltación musical   no solamente glorifica  la figura de una idea ya germinada en  la mente del maestro Abreu, sino la portentosa fidelidad de un hombre  excepcional ante  los sempiternos valores  de la vida convertidos en asombrosos sonidos  armoniosos.

 De todos esos laureles sembrados en medio planeta con el Sistema Nacional de Orquestas, nos viene a la memoria una tarde sentado en la platea más elevada del Teatro Campoamor, en la vetusta  ciudad de Oviedo, lugar en que los amantes asturianos  de la ópera escuchan las obras maestras. Allí  vivimos un momento inolvidable de regocijo  como pocas veces – por no añadir ninguna- tuvimos la dicha de valorar.

 Uno  perpetúa de numerosas maneras los instantes impresionables   gozados, y solamente un  preciso momento bebido hasta el último sorbo,   nos  muestra que fue la fulminación más sombrosa que hemos podido  gozar.

Brilló igual a una sinfonía luminaria  sobre el mar Caribe  tras una tormenta tropical de rayos y amplios  truenos, dejando en  el ambiente  del teatro ovetense un saborcillo de joropo  amoroso anegado de ron.

 He tenido tardes de octubre inenarrables en el Campoamor, en los momentos de la ceremonia de los “Premios Príncipe de Asturias” – ahora “Princesa”, por Leonor, la primogénita de los reyes españoles - ,  y entre todas se alzó el  acto  cuando el maestro José Antonio Abreu, acompañado de varios niños, símbolo inequívoco del maravilloso trabajo sembrado, recibía de manos del Príncipe de Felipe el bien merecido galardón de las Artes 2008.

Abreu rompió con los esquemas tradicionales de la enseñanza musical, le colocó una base social humanística  con los niños y niñas de las barriadas caraqueñas y del interior del país, los más abandonados de toda esperanza, y hoy el sistema ha sido adoptado por diversos países.

En julio de 2004, tras un encuentro de Sir Simon Rattle con la juventud musical venezolana, el reconocido maestro le dijo al país criollo: “Para ustedes es normal tener estos grandes talentos, pero para nosotros es impactante. Venezuela es el sitio donde está resucitando la música para la humanidad. Aquí tienen la posibilidad de explotar el significado de las cosas más sencillas, poder dar el máximo, todo lo mejor posible para crecer. Este es el regalo más grande”.

Esas palabras las hemos vuelto a sentir escuchando el día  primero de enero el gran concierto de Viena.