domingo, 29 de junio de 2014

Una rosa es una rosa








Leer no  hace sabio a nadie ni tampoco más analítico, quizás un poco henchido de efusiones arrebatadoras,  al ser  los personajes de ciertas páginas más humanos que nosotros.  Determinados escritores   nos moldean a su gusto, se apoderan del yo interior,  dejando en  el espíritu  un arrebato  hincado en  sus  lecturas enardecidas.

En   algunas ciudades se institucionalizó  ofrecer a los vehementes de la lectura, un libro y una rosa con motivo de un acto cultural. Bello gesto que ayudará a esmaltarnos de frescura y arroparnos  con las palabras de Jorge  Luis Borges:

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.

Las  obras literarias  son el mejor calmante, o posiblemente  el único, al momento de sofocar los vaivenes  del aliento interior. Lo expresó Cicerón con  palabras traslúcidas:

“Las ciencias y las letras son el alimento de la juventud y el recreo de la vejez; ellas nos dan esplendor en la prosperidad y son un recurso y un consuelo en la desgracia; ellas forman las delicias del vivir, sin causar en parte alguna estorbo ni embarazo”.

¡Cuán cierto es! Estamos moldeados de nuestras lecturas y gracias a ellas comprendemos más la existencia que nos rodea, aún siendo pequeña y  sencilla.

Estoy en Valencia, España,  a razón de sentir un profundo cariño hacia el mar Mediterráneo. Pasan meses, muchos, sin verlo, y a tiro de piedra nos separan escasamente cuatro kilómetros.

De ese piélago azulino aún  mantengo los recuerdos guardados  años atrás, cuando partí el encuentro del Caribe margariteño. Conmigo venía viejo y destartalado el tranvía de Malvarrosa y las lagunas de la Albufera. Tardes enteras pasé mirando el pequeño mar  - casi un lago interior - de las civilizaciones. La minoica nos raptó y Creta hizo un nido apretujado en la comisura del espíritu.

Vuelo al Caribe. La última mañana  había comenzado a mover de su caja de cartón la tortuga que convivía conmigo. Eran dos, y una se hizo mota de ausencia. En la  atardecida de su partida lo supimos: si desaparece un árbol, una flor, un grillo, una paloma o una miasma, algo nuestro  sin darnos cuenta  se desgarra. Y así ha sido siempre. El viejo carey no pudo venir conmigo,  igual que tantas  querencias que he ido abandonando; la dejé con quejoso dolor en un riachuelo con el deseo de que viviera su propia libertad o lo que en su mundo eso parezca.

En eso factiblemente pudiera consistir el amor. Lo aseveró Stendhal: “Amad para ser amados”.

No intento hacer una epístola de ternura amorosa, sino recordando cómo las cosas espontáneas y en apariencia insignificantes, nos llevan hacia  la trascendencia de nuestros actos más recónditos.

Y en eso consiste el placer de leer: convivir con el mundo que nos rodea y llenarnos de la generosa esencia contenida en la prodigiosa escritura. Todos los libros son nuestros libros, con sus avatares, sorpresas y dudas, ilusiones y penas quejumbrosas.

 En “Una  historia de de amor y oscuridad”, el padre de Amos Oz afirma con fundamento: “Si robas tu sabiduría de un solo libro, eres muy criticado, eres un plagiador, un ladrón literario. Pero si la robas de diez libros, te llaman investigador, y si lo haces de treinta o cuarenta, gran investigador”.

Significa que nos vamos llenando hasta rebosar de cada página leída.

Es bien sabido: las obras teatrales de Shakespeare, se basaron en otros relatos más antiguos, cuyos temas el genio inglés elevó a la cúspide  de la esencia humana. La tragedia de Hamlet es de Saxo Grammaticus, un historiador danés del que nadie se acordaría  si no fuera gracias al  bardo extraordinario de Stratford-upon-Avon.

Hay un dialogo en “Tristano muere” de Antonio Tabucchi,  entre el guerrillero herido combatiente por la libertad,  y el autor llamado a contar su historia de pasión y muerte,   reflejo de la complicada realidad misma cuando terminamos sabiendo cómo   muchas variantes de la existencia,  se vuelven idénticas en el tiempo inexorable. Tranquilos, no le molestaremos en medio de sus rosáceas rosas.

Ahora pienso en Ana María Matute, tan dolorosa y sentida ella. Siempre la consideré una niña trasparente tras sus ojos hendidos quejumbrosos. Sufrió mucho, amó mas, nos dejó libros hermosísimos y ahora debe caminar, descalza, sobre los altos labrantíos y roquedales, mirando  desde allí  el mar Mediterráneo de su infancia y la mía.

Esa crátera  comunicante de salitre nos une en el tiempo y la muerte. Quizás igualmente en el olor de una rosa.

lunes, 23 de junio de 2014

Venezuela: desolado y doliente país



















Venezuela posee un atrayente  lema turístico: “Un país para querer”. Y es cierto. Esa tierra de gracia es un emporio de riqueza natural inconmensurable; petróleo abundante en el subsuelo y oro a granel en las minas “Las Cristinas”, allá abajo, hacia el sur,  donde se levanta el Macizo de las Guayanas y comienzan los grandes ríos - Orinoco, Ventuari, Casiquiare –, aguas en abundancia  que mueven las grandes turbinas eléctricas de la represa del Gurí en un país cuya electricidad  falta un día sí y otro también.

 Con apenas 28 millones de habitantes y cerca del millón de kilómetros cuadrados, con  una temperatura media de 20 grados, los campos – cuando se les trabaja – producen cuatro cosechas,  y sobrada de café, pesca, ganado bovino, gas natural, electricidad, hierro, aluminio, acero y tres mil kilómetros de costa sobre el mar Caribe,  la nación representa  un emporio que bien pudiera estar a la cabeza de la economía latinoamericana.

Muy al  contrario: padeciendo la inflación más galopante del mundo y una incontrolable economía informal – miles de personas vendiendo lo que pueden en las calles de las grandes ciudades -  el estado se desmorona a ojos vista.

A esto debe añadírsele el agravante de la situación política. El maremoto social que representó Hugo Chávez Frías se ha tornado huracán salvaje bajo el actual presidente Nicolás Maduro. 

Inundado hasta el tuétano de demagogia, el ex comandante muerto representó la figura de  un  líder populachero que, habiendo dado engañosamente  un sentido de dignidad a los pobres más paupérrimos, no quiso  o no  supo hacer que esos  desheredados subieran de escalón social; muy al contrario,  azuzó para que la clase media – hoy prácticamente desaparecida – se empobreciera,  mientras  dividía a Venezuela en dos mitades casi irreconciliables, cuya única salida, funestamente, parece ser una conflagración feroz y sangrante.

 Venezuela vive en permanente zozobra. Nada funciona y las únicas salidas en lontananza pasan por el tamiz de la violencia. En estos primeros seis meses del año, el hampa dejó  las calles sembradas con más de 600 asesinatos. El terror diario no cesa. Los abastos y supermercados vacíos, no hay medicinas -según el Instituto Nacional de Estadísticas, en un año el consumo de los 55 productos que componen la canasta diaria disminuyó el 62 por ciento - ; los hospitales se volvieron covachas, cientos de niños famélicos al decir de los pediatras, mientras la corrupción es galopante y de espanto; los sueldos promedio no cubren las primeras necesidades, y esto en una nación que domina el tercer lugar en producción de hidrocarburos.

Aquel Hugo Chávez  fantasioso que creyó haber venido al planeta tierra como Cristo, Mahoma o Buda, a  reverdecerlo, se fue a la tumba como el mayor demagogo de la historia venezolana, y eso un  terruño que creó a mansalva   a políticos felones.

 Poseía ideas cuartelarías y Nicolás Maduro sigue su mismo camino, con la salvedad de que a éste  le falta agudeza, don de mando y experiencia política. El ex presidente tampoco las poseía en demasía aunque le rodeaba un halo de líder nato.

Así es el llamado “Socialismo del Siglo XXI”, que hoy los ilusorios  herederos del “Máximo Líder” mantienen  ceñido en un   ensueño pavoroso y desencajado de la realidad y cuyo falso Tótem es Maduro,  el hombre que conversa con pajaritos cuyos trinos  proceden del “centauro  de   Sabaneta”, embalsamado cual Lenin  en el Cuartel de la Montaña o antiguo Museo Militar de Caracas.

Y aunque las sombras revolucionarias  siguen inundando de verborrea una economía de gulag y llenado los calabozos de estudiantes y líderes de la oposición,   los servicios públicos - transporte, vivienda, agua, electricidad, telefonía fija, vialidad, educación, seguridad y salud – colapsan de  manera pavorosa.

La fantasía efervescente y cruel está siempre contra el ensueño, al no haber nada peor ni más temerario que la realidad transformada en utopía. “¡Terrible! De ahí las dictaduras”, dijo Herta Müller, la polaca Nobel de Literatura, quien padeció en carne propia las secuelas del socialismo autócrata, ese mismo que hoy sufren los venezolanos con el silencio cómplice  de  estados europeos.

Decir que el gobierno criollo se halla en una grave crisis no desnuda  nada nuevo. La salida impúdica del gabinete ministerial, tras una carta pública,  de Jorge Giordani, ideólogo comunista del chavismo durante  15 años, forjador de su  arcaica economía y alumno aventajado de Antonio Gramsci, representa un detonante de múltiples consecuencias, al reflejar la desnudez del madurísmo, esa enclenque coalición gubernamental de hombres sin pueblo,  cuya bruma  de corrupción, engaños y bajezas   será el principio del fin de un artificio sin precedentes en la historia de la nación bolivariana.

En medio de todo nos falta repetir que Venezuela cuenta con petróleo a granel  y ahora, como ayer, el crudo marca el peso de las relaciones internacionales. Lo demuestra la historia: los países no tienen amigos sino intereses, y eso obliga a mirar hacia otro lado y  no escuchar los gritos de agonía   del pueblo caribeño.

No será así siempre: el principio del fin ha comenzado, y esa pelea a dentelladas será entre los falsos herederos de Chávez, muchos de ellos convertidos en multimillonarios tras desvalijar las arcas gubernamentales.