viernes, 21 de febrero de 2014

¿Y España que dice?




Bochornoso, incomprensible y hasta cínico, el silencio del Gobierno español ante los duros enfrentamiento de la Guardia Nacional  Bolivariana y civiles armados del régimen, contra las manifestaciones estudiantiles  en la heredad del maestro Andrés Bello.

El amargo balance ha dejado hasta los momentos 8 muertes, 104 heridos y cuatro docenas de detenidos, todos ellos jóvenes y cuyo delito es la protesta a favor de las libertades en un  país que ha quedado atrapado en manos de  la dictadura chavista de manera aberrante.

Debo añadir que este escribidor  cree poseer moral para reprocharle ese silencio al gobierno de Mariano Rajoy. Durante 40 años vividos en Venezuela hemos defendido los intereses de España con ahínco y pasión;  una prueba de ello – y se  agradece – es haber sido condecorado, a designio de Rey Juan Carlos I, y a bordo del Barco Escuela “Juan Sebastian Elcano”  anclado ese día en el puerto caribeño de La Guaira, con la Cruz Oficial de la Orden del Mérito Civil.   

Ese es uno de los fundamentos que nos lleva a no entender el mutismo del  Gobierno del Partido Popular – igual sordina mantiene la tolda socialista -  sobre la situación que atraviesa Venezuela.

La afonía no la puede justificar ni siquiera el deseo de salvaguardar los intereses de las empresas españolas, algunas de ella vapuleadas permanentemente por el régimen,  al ser sus industrias y tierras expropiadas sin apego  alguno a las leyes.  

 No se olvide: hombres y mujeres españoles venidos hace muchos años a esta tierra suramericana de gracia, se hallan hoy a la deriva ante un gobierno de corte absolutista.

  Días pasados, un grupo de ellos se reunieron intentando sostener la ilusión. Algunos llevaban en las manos hojas secas de albahaca, tomillo, laurel. También ramalazos de sus lejanos promontorios, lugar del  que  partieron un día con  deseo de  resistir los vaivenes del alma.

 Acudí a reencontrar  mi pasado, los días brumosos en que apenas había un lugar para doblar la cabeza y esperar la llegada del alba.

En cierta forma había luchado – torpe y deshilachadamente – contra la dictadura franquista escribiendo en las cuatro páginas del pequeño periódico provinciano. Venció la furia y el terror. Estábamos desnudos de anhelos. Derrotados. Ya no  teníamos ni   siquiera las palabras

Se  emigra a razón de incontables causas, casi siempre en pos de trabajo y  libertad.

Las personas, cuando sienten tronchadas sus   vivencias cotidianas parten con lo puesto, igual a gaviotas sin destino.

La mayoría, ya en la edad cansina, no podrán  irse nunca, se quedarán en Venezuela varados, convertidos en sombras y olvidos quejumbrosos.

 La existencia es un drama que alguna vez se cristaliza en sainete o tragedia, y en esa puesta en escena, la emigración  sigue siendo un libreto duro de aprender. Posee sabor a   salitre y se cobija bajo noches cuajadas de aspavientos abatidos.

 Es en nombre de esos hombres y mujeres, valores imperecederos de nuestra trashumancia, que hoy le solicitamos con angustia al Gobierno de España  no dejar  abandonados a esos miles de estudiantes,  muchos de ellos hijos y nietos de la emigración española venida  a los surcos, sabanas del Orinoco, litorales, llanos, selvas y cumbres nevadas    de Venezuela.  

jueves, 6 de febrero de 2014

Hacer caminos






Tardé tiempo en comprender el enigma impávido de esa atalaya de los césares. Se  lo debo al soneto “A Roma sepultada”, de Francisco de Quevedo, versos estos enraizados al aire de unas ruinas inmortales  y a la leyenda adherida al musgo en piedras milenarias:

 “Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, / y en Roma misma a Roma no la hallas: /cadáver son las que ostentó murallas, / y tumba de sí propio el Aventino.”

 Los libros - siempre compañeros de viaje -  serán pocos; voy como el cenobita, ligero de equipaje, en clara insinuación a las sinecuras de Antonio Machado aunque él, en postrero éxodo, también supo despojar el alma de la pesada carga del camino. Yo no haré tanto, mis desvelos no me permiten rumiar los deslices envueltos en trashumantes pesares. Debo esperar aún el tiempo  del rezagado manotazo de la existencia

 “Memorias de Ultratumba”, páginas póstumas de Chateaubriand;  “Paseos  por Roma”, guía de Stendhal, y “Viaje a Italia”, la otra obra autobiográfica de Goethe - con “Poesía y verdad” - , serán el peso de toda  mi alforja.

 Rebuscando esos casi incunables – nuestra biblioteca es lo más parecido a una pulpería – hallé un tomo que había desaparecido hace tiempo y nunca pude encontrar: “Breve historia de Yugoslavia”, editado por la colección Austral de Espasa-Calpe hacia el año 1972, es decir cuando ese país de los Balcanes era una confederación.

 Nada más tenerlo entre las manos, vinieron al encuentro los lejanos días en Belgrado. 

Tiempo hace que no voy a la ciudad de san Sava, y aún así podría pasear  en ella a ciegas, cruzarla como sombra pegada a  los edificios grises, volver a reposar  en sus  paseos entre los sauces blancos, los suaves fresnos, el tilo eremita con sus hojas protectoras en el recodo de un claro estanque de agua limpia, donde la ardilla roja, gozosa y confiada, comía pequeños trozos de nueces de nuestras manos.

 Ahora todo es remembranza, calina y destierro inmenso.

Existen vidas constituidas con hojas de papel, senderos polvorientos, cortas ternuras o recuerdos sin fin.  La nuestra se levantó  sobre ciudades recónditas, pueblecitos sin nombre, calles, placitas y avenidas. Un conglomerado de cemento blanco, ladrillos y verdor  espeso en las venas.

 En Belgrado un tranvía nos traslada al hotel Moskova en el centro de la ciudad. Desayuno panecitos mojados en chocolate. Un conjunto musical  formado con dos muchachos, una jovencita  de ojos seductores y tres ancianos, envuelve el espacio de una resonancia melosa.

 El sonido del violín nace del alma, y la eslava se arrulla de hojas húmedas, se mece en rachas de brisa.

 Agradezco a los textos que me acercan a la Ciudad Eterna y a otras urbes. Llueve en Roma y los puentes del Tíber rebosan agua. Europa es pequeña. Guarnecido en un  restaurante  de la Plaza Navona,  releo  a Stendhal: “Ir sin amor por la vida es como ir al combate sin música, como emprender un viaje sin un libro”.
Con esa exhortación, lector comprensivo, vamos haciendo camino

martes, 4 de febrero de 2014

Así comenzó todo (El golpe de Hugo Chávez)






La Venezuela de ahora mismo, el  drama social  y político que la clavetea actualmente, viene de las consecuencias de aquel 4 de febrero de 1992 cuando se alzó en armas Hugo Chávez Frías. Desde ese día, una sacudida de despropósitos y un peregrino socialismo llamado “del siglo XXI”, marcó de manera hiriente a una nación cuyos sueños y expectativas se vieron hechos añicos.

En la medianoche de esa fecha, Caracas se sobresaltó ante los inesperados eventos que estaban teniendo lugar cerca del Palacio Presidencial de Miraflores, en las instalaciones de la Guardia de Honor Militar y en la residencia de La Casona, lugar de habitación de la familia del entonces jefe de Estado, Carlos Andrés Pérez.

Los  alzados  controlaban Maracay, el centro castrense más importante del país, y  Maracaibo, la capital del estado Zulia, colindante con Colombia y epicentro de la reserva petrolera.

  En ese momento se supo del comandante de Paracaidistas  Hugo Chávez,  un hombre del llano barinés imbuido en los preceptos de un Simón Bolívar  que en él prendieron con un fervor paranoico.

 A 22 años del suceso, Venezuela  sigue sobresaltada y el mundo entero hablando un día sí y otro también de ese  militar muerto hace unos meses de una grave enfermedad que nadie hasta ahora conoce, cuya frase enigmática  pronunciada tras su detención,  “Por ahora”, fue causa y efecto de una revolución bolivariana en la mente de un exaltado al que nadie  puede negarle  su madera de líder enraizado  en sus quimeras de histrión teatral.

Desde el primer día – ya en la presidencia de la República - ese adalid emblemático de la izquierda insurgente latinoamericana, fue, y sigue siendo  aún fallecido,  ramalazo de cabeza para Washington, manteniendo su legado fidelista, al que el revolucionario habanero llamaba “mi hijo político”.

 Un hombre que perdería por aquellos sucesos el poder a los pocos meses y el bagaje político de una vida, Carlos Andrés Pérez – dos veces presidente de la nación -,  fallecido  mientras rumiaba su soledad en un pequeño apartamento de Nueva York  viviendo de la ayuda de un minúsculo grupo de amigos, tuvo, hasta su último aliento, un desprecio  nauseabundo  contra Chávez.

 Unos pocos meses antes de su expiración, en un libro- entrevista que le hicimos titulado “CAP, el hombre de la Ahumada”, nos expresó con pesadumbre:  

“A  años de aquella hecatombe que desangró un país y dejó la más grande división  de su historia, ese militarucho no significa nada para mí, pero el suceso fue sumamente grave,  supuso un punto  de inflexión en la situación política venezolana, cometiendo yo el error de no darle la importancia que tenía, y en lugar de haber tomado medidas muy severas, nombré a un Consejo Consultivo y me sometí a sus dictados.”

El diálogo siguió entre derroteros políticos:

- ¿Usted no tuvo ninguna información previa de lo que se estaba fraguando?

-  No. Fue la consecuencia de un fallo de seguridad. De eso no hay la menor duda, un error tremendo. Y lo más grave: el jefe del Ejército sabía algunas cosas; el de la Aviación otras, pero no había ninguna coordinación.

- …  y la persona menos enterada en ese momento era usted.

-  Exacto.

- Chávez repitió hasta el cansancio que no le querían asesinar.

-  Eso es absurdo. La decisión era clara: fusilarme.

- La medida del presidente Rafael Caldera sacándolo de la cárcel de Yare y colocándolo en la diatriba política, antes de juzgarlo, ¿fue un  error?

- Más que un desliz grave, fue un hecho incalificable desde el punto de vista democrático. Se debió juzgar a los insurrectos, condenarlos, y después, darles el indulto, aunque hoy Chávez, teniendo  presos políticos no actúa con nobleza. Le falta honor e  hidalguía castrense.

 Lo hemos dicho: en la actualidad los tiempos son otros y la vida de Venezuela también. El desaparecido  Hugo Chávez llegó al poder a razón de  las urnas,  ganó cinco consultas;  fue un portento político,  pero jamás gobernó con los votos, sino con las botas. Controló cada resorte  del poder con mano de hierro.

Su actual delfín – nombrado a dedo – Nicolás Maduro, menos diestro en el gobierno, nulo en el conocimiento de los vaivenes gubernamentales, tan exaltado como Hugo y a su vez menos competente, sigue llevando a Venezuela a un callejón sin salida, hacia un despeñadero cuyas consecuencias serán – si no hay urgente cambio de vías -  catastróficas e impensables.  

La economía se halla al mínimo de su fuerza; la inflación es una de las más altas del mundo; los alimentos de primera necesidad al punto de explosionar al estar las estanterías vacías; el campo industrial en los suelos; la inseguridad con sus homicidios  a niveles espeluznantes;  las libertades ciudadanas confiscadas, los medios informativos no adictos al régimen ahogados – los periódicos ya no tienen papel -,  mientras un gabinete ministerial, integrado con personas nulas en los conocimientos de las respectivas carteras y cuya valía más subrayada es la fidelidad al régimen, hacen una gelatina gubernamental putrefacta.

No importa, dice el chavismo: “Tenemos Patria”. 

Sí: patria, muerte y hambre.